Por Damián Gómez

Desde el rock contestatario, el folklore renovado y los nuevos ritmos, un repaso por los discos paradigmáticos que forjaron el camino democrático y que ya forman parte del cancionero popular argentino.

Clics Modernos, de Charly García (1983)
Con la llegada de la democracia de la mano de Raúl Alfonsín, 1983 atraviesa una paleta de colores. Así lo refleja García en esta etapa llena de maquina de ritmos y sintetizadores.

Himno de mi corazón, de Los Abuelos de la Nada (1984)
La tristeza de la ciudad se iba con las canciones y la performance de Miguel Abuelo en los escenarios de Buenos Aires. Un disco que marcó un antes y un después con canciones que terminaron siendo himnos.

Locura, de Virus (1985)
Elegancia pop de la mano de los hermanos Federico, Marcelo y Julio Moura, que dejaron a más de uno boquiabierto con estas canciones.

OKTUBRE, de Patricio rey & sus redonditos de ricota (1986)
Disco emblema de la banda oriunda de la ciudad de La Plata. Skay, Poli y el Indio recién comenzaban a transitar por la leyenda de Patricio Rey.

After Chabón, de Sumo (1987)
Tercer álbum de estudio de la banda encabezada por Luca Prodan, quien desde el barrio de Hurlingham se convirtió en un emblema de la música argentina.

Doble vida, de Soda Stereo (1988)
Buenos Aires se enfurece en el año de la hiperinflación y Soda le pone acordes de fondo a la ciudad.

Don Lucero, de Luis Alberto Spinetta (1989)
Seleccionado como mejor disco del año. El arte de tapa contiene un dibujo original hecho por Spinetta con la ayuda de una computadora “Amiga”, por entonces lo más avanzado que existía en diseño gráfico digital para la época.) El músico es un emblema de la cultura argentina.

El cielo puede esperar, de Attaque 77 (1990)
La banda presentó este disco el 13 y 14 de julio en el extinto cine-teatro Pueyrredón, de Flores. Para ese entonces ya tenían el Disco de Platino por llegar a las 60 mil copias vendidas. En octubre repitieron el doblete en Obras. Contiene clásicos que marcaron una época.

Acariciando lo áspero, de Divididos (1991)
Poderoso, preciso y emotivo, el segundo álbum del grupo marcó el grado cero del que sería su sonido inconfundible, consagrándose como la aplanadora. Hecho de grandes canciones, el proyecto de Mollo y Arnedo empezaba a dejar huella en la historia del rock argentino.

El amor después del amor, de Fito Páez (1992)
El disco consagratorio del rosarino fue lanzado el 1 de junio de 1992 y marcó un hito: más de un millón de copias vendidas y 200 conciertos en un año y medio de locura, amor y fama imprevista.

Sin documentos, de Los Rodríguez (1993)
Calamaro manejaba el teclado y la voz de forma magistral, mientras que Infante y Vilella construían la base rítmica para que Rot encendiera los conciertos con solos de guitarra endemoniados. La banda desembarca con gran éxito en España.

Ay ay ay, de Los Piojos (1994)
Después de dar sus primeros pasos, la carta de presentación de la banda liderada por Andrés Ciro Martínez requería de un mayor compromiso, puesto que el disco debut no tuvo el reconocimiento que esperaban. La leyenda de Los Piojos recién empezaba a escucharse por el barrio de El Palomar.

Corazón valiente, de Gilda (1995)
Desde este momento Gilda se consagraría como una de las grandes figuras de la música popular argentina. Pero por entonces apenas tenía una ilusión: pasar de un trabajo más autónomo a editar su material en un sello discográfico emblema de la movida tropical como Leader Music.

Despedazado por mil partes, de La Renga (1996)
Unos chicos del barrio porteño de Mataderos trabajaban de obreros y en empleos de poca paga. Ese año, el bajista Tete tuvo que abandonar su trabajo de operario en una fábrica de cables de bujías, mientras el baterista Tanque manejaba un taxi. Chizzo hacía poco más de un año que había dejado el oficio de plomero para dedicarse a la composición y escritura de este disco que haría historia no sólo en Argentina, sino en toda Latinoamérica.

Alta suciedad, de Andrés Calamaro (1997)
El rock parecía llegar al final de los noventa con grandes cambios. Entre esos grandes cambios, en 1997 parecía que no había espacio para una estrella de rock más. Sin embargo, Andrés Calamaro coló este disco que ayudó a definir en buena parte el rock argentino de los años 2000.

Libertinaje, de Bersuit Vergarabat (1998)
Relata la decadencia del país durante el menemismo. Bersuit le pone música de fondo a una difícil situación política, económica y social que comenzaba a expandirse por la Argentina a fines del siglo pasado.

Bocanada, de Gustavo Cerati (1999)
Tras aquel histórico “Gracias totales” al final del último concierto de Soda Stereo en 1997, sobrevino la tristeza para miles de fans y el silencio estratégico de Cerati. Pocos imaginaban lo que vendría después. Su talento inquieto todavía tenía mucho que ofrecer, sólo estaba nutriéndose. Le faltaba mucho por decir. Bocanada es una de las grandes obras de la música hispanoamericana.

A 2000, de Rodrigo (2000)
El cordobés legó himnos con los que puso a bailar a todo el país, al punto de que sería el primer artista de cuarteto en conquistar la Ciudad de Buenos Aires, llenando 13 veces el estadio Luna Park. “La mano de Dios”, “Ocho cuarenta”, “Amor clasificado”, “Qué ironía” y “Lo mejor del amor” fueron tan sólo algunas de las canciones que se convirtieron en íconos, al igual que la figura de Rodrigo, que falleció en un accidente automovilístico a sus 27 años, en plena cima de su carrera.

Arriba las manos, de Pibes Chorros (2001)
Nuevas voces retrataban a la Argentina de 2001. La convertibilidad explotó, sumergiendo al país en una crisis económica, política y social sin precedentes. Pibes Chorros describe las situaciones que vivían los pibes de los barrios populares del país.

Tres cosas, de Juana Molina (2002)
Última invitación a la ensoñación de la compositora Juana Molina, construido con su guitarra acústica, su voz leve y melodías con la simplicidad de una canción de cuna, que cubren al álbum de misterio. Disco único en su tipo.

No es sólo rock and roll, de Intoxicados (2003)
Pity Álvarez se atreve a todo lo que se le ocurre. Además de unos separadores telefónicos muy graciosos, se le ocurren grandes canciones: en “Está saliendo el sol” reza “Padre sol nuestro que estás en los cielos, guíame si está mal la vida que llevo”; en “Una vela” resume sexo, drogas, yutas y tiros en el mejor rap border que haya dado el mainstream argentino; en “Volver a casa” hace un buen chiste canino; en “Don Electrón” reflexiona sobre sí mismo y conmueve.

Rocanroles sin destino, de Callejeros (2004)
En noviembre vio la luz este disco cuyo corte principal, “Prohibido”, rápidamente se convirtió en hit. Callejeros llegaba a la cumbre, a la cresta de la ola, hasta que el 30 de diciembre de 2004 llegó el recital en República de Cromañón y, con él, un cambio radical para la historia de la cultura joven. Ocurrió cuando un incendio generado por una bengala causó 194 muertos y más de 700 heridos. Se sigue reclamando justicia por Cromañón.

Anoche, de Babasónicos (2005)
Musicalmente tiene guiños al rock alternativo de las primeras épocas de la banda, combinados con la esencia pop. Este disco reafirmó la popularidad de Babasónicos en la Argentina y en el resto América latina.

Raro, de El Cuarteto de Nos (2006)
“Yendo a la casa de Damián” era la historia de un tipo que cuenta su extraña rutina al dar un paso fuera de su hogar y “Ya no sé hacer qué hacer conmigo” hablaba del conflicto de un hombre en su continuo proceso de cambios. Fueron éxitos y revelaron un giro más profundo e irónico en las letras de la banda uruguaya que había arrancado en los 80. El Cuarteto invita a tranquilizarse por todo lo que nos pasa.

El disco de tu corazón, de Miranda! (2007)
El tercer álbum de la banda explora el amor en todas sus fases a través de una producción pop excelente, adelantada al resto y disruptiva. Vanguardia pop.

La luz del ritmo, de Los Fabulosos Cadillacs (2008)
El regreso de la emblemática banda de Vicentico y Sr. Flavius tenía como primer sencillo una nueva versión de “Padre Nuestro”, canción incluida en Rey Azúcar y que en 1995 había alcanzado enorme popularidad.

Fuerza natural, de Gustavo Cerati (2009)
Un disco conceptual que propone un viaje. Cerati, que venía del regreso de Soda Stereo, refrescó la memoria de su arte solista con una obra que aún suena actual. Fuerza Natural sería el último disco del emblemático artista que todavía sigue marcando a generaciones.

Spinetta y las Bandas Eternas, de Luis Alberto Spinetta (2010)
Lo que al principio parecía sólo el delirio de un fan del Flaco fue tomando forma hasta convertirse en una velada que quedó en el corazón: la noche en el estadio de Vélez en que 52 canciones dejaron constancia de la obra de un artista único. Luis Alberto Spinetta se despidió de los escenarios haciendo un repaso por una obra que marcó la historia de la música argentina.

El desembarco, de León Gieco (2011)
Este disco tiene el pulso que supo imprimirle Jim Keltner, baterista histórico si los hay, y los músicos increíbles que aceptaron grabar las canciones en vivo, en cinta y con micrófonos antiguos para lograr un sonido similar al de fines de los sesenta y principios de los setenta.

Sueño dorado, de Abel Pintos (2012)
Grabado en vivo en la Ciudad Sagrada de los Indios Quilmes, en la provincia de Tucumán, este trabajo plasmó el crecimiento del cantante en un espacio natural cargado de energía, mística e historias para contar.

Pajaritos, bravos muchachitos, del Indio Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado (2013)
En diciembre de 2013 el platense publicó su cuarto disco solista con doce canciones. La última, llamada “La pajarita pechiblanca”, fue compuesta e interpretada por el Indio y sus ex compañeros Redondos Sergio Dawi, Semilla Bucciarelli y Walter Sidotti. Uno de los grandes discos del ex líder de Patricio Rey.

Bailar en la cueva, de Jorge Drexler (2014)
El compositor y poeta uruguayo se dio a la tarea de recopilar, en once canciones, un sonido completamente latino que invita, tal como su nombre lo dice, a bailar en la cueva.

Rubí, de Loli Molina (2015)
Rubí es un viaje al corazón de Loli Molina: por momentos luminoso y feliz; por otros, más sutil y reflexivo. Entrega nueve canciones nuevas y un respetuoso cover de “Ludmila”, de Spinetta. El color de la voz de la artista sorprende por lo inusual desde el comienzo del disco con “Los días”. Un disco para descubrir sensaciones.

En el aire, de Bándalos Chinos (2016)
La banda consolida la construcción de un universo propio con este disco que sigue la línea musical de su trabajo anterior, Nunca estuve acá, en el que combinaron con mucha precisión melodías e imágenes hijas del canon del rock argentino con el audio contemporáneo de bandas de primer nivel.

II, de Usted Señálemelo (2017)
Lo que II pierde con la poca originalidad de su nombre, lo gana en la búsqueda musical. Lejos de repetirse, la banda optó por correrse de una fórmula que les había funcionado e inclinarse hacia una frescura musical de experimentación instrumental y compositiva.

Prender un fuego, de Marilina Bertoldi (2018)
Luego de Sexo con modelos, su álbum de 2016, Marilina Bertoldi se convirtió en una figura indispensable dentro de la escena indie y rockera de la Argentina. Prender un fuego, grabado en Estudio Unísono y la Sonoteca durante 2018, le terminaría valiendo el premio Gardel de Oro, convirtiéndola en la segunda mujer en conseguirlo luego de Mercedes Sosa.

Caravana, de WOS (2019)
Una obra de 20 minutos que puede decir muchas cosas distintas. El disco representa para WOS una serie de fotografías de la manera de ver su vida en Buenos Aires, que finalmente se puede trasladar la experiencia a cualquier ciudad latina. Un disco elogiado por el mismísimo Indio Solari.

Calambre, de Nathy Peluso (2020)
Aquí se escucha el empoderamiento femenino y hasta la tristeza que embarga a Peluso y nos demuestra que todos somos humanos. Como muestra está el tema que abre el disco, “Célebre”, que a ritmo de R&B cuenta sobre cómo ha conmemorado sus logros sin ataduras y con completa libertad.

Post Mortem, de Dillom (2021)
Tal vez la incógnita más inquietante para el hombre es la de intentar razonar qué hay después de la muerte. Dependiendo de su credo y de su escepticismo, las respuestas pueden ser varias, aunque ninguna certera. Bajo esa premisa, Dillom presentó su primer álbum de estudio.

Bien o mal, de Trueno (2022)
La irrupción de Mateo “Trueno” Palacios en el género que muchos llaman música urbana podría sentirse como un instrumento de guerra, una voz bélica de deidades que desciende y estremece lo terrenal, que juega como principio organizador dentro de la escena musical argentina contemporánea.

Lali, de Lali Espósito (2023)
La historia de Lali ya es conocida y hoy casi suena como un mito fundador: construyó su carrera musical desde abajo e irrumpió a principios de la década pasada con un pop bailable que no se estaba haciendo en el país. Cada uno de los singles que fueron sucediéndose anticiparon este disco.