Por Gastón Zylbering

Amorina Cinebar convoca a discutir todo: las fallas en los festivales de cine argentinos, las películas nacionales que nunca se hicieron, la legislación impulsada por la nueva gestión del INCAA y el Plan de Restauración del Cine Argentino. Con un pie en la estética e idea vintage de un cineclub y otro en el futuro del cine nacional, todos los sábados proyecta películas nacionales y extranjeras en Piedras 722, pleno barrio de San Telmo.

En los últimos meses, además, inauguró un newsletter sobre la historia del cine argentino, la crisis en la que se encuentra y, más importante, de cómo se podría salir de ella. Se suma el canal de Youtube “Amorina TV”, que incluye películas argentinas remasterizadas, el programa en formato stream “Tiren La Bomba”, y “Amorina Continuada”, donde se emite una tercera película conectada temáticamente con las del sábado. También hay tiempo para divertirse en la “AmorinaFest”: una fiesta mensual donde espectadores y organizadores se juntan. Sobre todo esto y sobre la actualidad del cine argentino hablan Iván Pissani, a cargo de la publicidad del espacio; Joaquín de Stefano, del departamento técnico y legal, y el productor Gianni Santoro.

Hoy Amorina tiene el triple de actividades que cuando empezó, hace más de un año. ¿Cómo se organizan puertas para adentro?
-Somos un equipo de 20 personas. Cada uno tiene su departamento, aunque todos hacemos un poco de todo. Cuando arrancamos éramos menos y y los objetivos del proyecto también eran otros: inicialmente la idea era hacer una productora. Teníamos ganas de filmar una película al estilo de Un oso rojo, pero el financiamiento era complicado. Gianni trajo el dato de una sala de cine que podíamos alquilar para pasar películas, y nos copó. Elegimos darle un empuje estético y filosófico a las proyecciones, pasando una película extranjera que, muchas veces, es la que impulsa en ventas a la película nacional, para que la gente vea algo de cine argentino. Con esos ingresos mantenemos la sala y compramos los equipos para la productora que seguimos armando. Ya tenemos algunas luces y micrófonos, y ahora compramos un estabilizador para cámaras.

Hubo sábados de marzo en los que no proyectaron películas nacionales. ¿Qué pasó?
-Hay muchas películas argentinas que, por más que queramos proyectar, hoy están en pésimo estado. Cuando uno tiene la posibilidad de proyectar en pantalla grande, quiere que la película se vea bien. Y el público que se banca ver una película rota o con fallas es muy específico. Quizás en una computadora se pueden ver, pero en una pantalla grande es imposible. Nosotros queremos pasar lo mejor de lo mejor, pero que se vea bien. La realidad es que, al no tener una cinemateca, la calidad de las películas sin mantenimiento va empeorando. Y lo que podemos restaurar es limitado. Lo que más nos hace falta hoy es hardware, placas de video y almacenamiento.

Amorina lleva el nombre de la película homónima de Hugo del Carril de 1961.

La cinemateca es una de las metas que proponen en el Plan de Restauración del Cine Argentino. Ahí mencionan la digitalización y la remasterización de películas, además de un departamento legal y técnico.
-Sí, lo pusimos en marcha hace unos meses. La idea del departamento legal y técnico es analizar la legislación de cine actual, ver dónde estamos y qué se puede hacer a futuro. Tenemos en cuenta jurisprudencias de otros países y entendemos que tiene que haber una justificación técnica y lógica en todas las decisiones: no sería la intención asignarle millones de presupuesto a una película cuando todavía no tenemos cinemateca. Los beneficios de una nueva legislación tienen que ser tanto económicos como artísticos. No son temas simples: requieren de mucha lectura, y en eso nos estamos enfocando ahora. Pero las propuestas siempre van a salir desde abajo, porque los proyectos y legislaciones que se presentan a gran escala y con una intención refundacional suelen fracasar: no hay un sistema que tenga la praxis para adaptar una ley gigante.

¿Pudieron leer la legislación propuesta por Carlos Pirovano, el nuevo presidente del INCAA?
-Sí, pero tenemos en cuenta que son propuestas de una persona que viene a hacer un trabajo económico y después se va. Así como el desfinanciamiento es casi total en pos de que no haya déficit, hay algunas propuestas que no están mal y las tomamos. Por ejemplo, no nos parece mal que se divida la producción y financiación entre películas comerciales y de festivales. Está bien que el llamado cine de festivales se defina con una política de embudo/concurso, que se haga lo mejor de lo mejor. No es la idea de que todas las películas de nuestro cine sean para festivales. Pero siempre con una perspectiva nacionalista y que vaya para adelante: se puede pensar en dejar de financiar dos o tres películas hechas por 100 personas para financiar una película grande y con más empleos.

¿Qué sería una película grande?
Argentina, 1985 es un buen ejemplo. Eso es una película grande que fue financiada por Amazon y no por capitales nacionales ni por el INCAA, lamentablemente. La película sobre el Juicio a las Juntas militares la tuvo que hacer Amazon porque acá nadie la quería financiar, y terminó siendo un éxito. De la pandemia para acá, sólo dos películas nacionales fueron consumidas por el público argentino: Cuando acecha la maldad y Argentina, 1985. Las dos fueron producciones grandes para nuestros estándares y a las que les podría haber ido mal, pero fueron un éxito. No es para tirarle tierra a las producciones más chicas ni al cine arte, pero Trenque Lauquen y Los delincuentes fueron premiadas en todo el mundo y acá, lamentablemente, las vio un público muy reducido. No me sirve que venga la revista Cahiers Du Cinema a decirme que Trenque Lauquen fue la mejor película del año, si después acá son desconocidas.

Pero en Francia, las películas de festival tampoco tienen mucha audiencia.
-No, pero Francia tiene la división entre el financiamiento de películas comerciales y las de prestigio. Acá sólo tenemos las de prestigio. Las comerciales son las menos, hay una o dos al año. Es una política que cobró mucha fuerza con el retorno de la democracia, cuando el enfoque cultural del gobierno de Alfonsín era mostrar los horrores de la dictadura: “Hagamos películas de prestigio, mostremos lo que nos pasó”. Por eso La historia oficial es muchísimo más conocida que En retirada, que es más sucia, más violenta y más trash. En retirada es una película de la misma temática, que como equipo disfrutamos mucho más y envejeció mejor.

Shirley MacLaine y Audrey Hepburn en la pantalla de Amorina.

En uno de los capítulos de Tiren La Bomba mencionan la ausencia del cine en el debate culto, haciendo referencia a algunos streamers, como Tomás Rebord o Lucas Rodríguez. ¿Es el stream, hoy en día, el debate culto?
-En realidad, ya no sé si hay lugares cultos. No hay lugar ni un espacio –ni siquiera entre estos streamers que a veces hablan de películas– que contemple al cine como una herramienta viable para hablar del país. Hay una idea en el público argentino de que el cine es un entretenimiento y ya; mientras que otros creen que la finalidad es hacer del cine algo exclusivamente serio y “para pensar”, sin entretenimiento. Falta este punto medio que nos permita pensar el cine como algo entretenido que también sirva para pensar. Estados Unidos muestra por momentos ese equilibrio. En redes se habla mucho de cine, pero desde la perspectiva del espectáculo, no de la crítica. La discusión queda en un nombre o una referencia y no pasa de ahí. No se ve al cine como un transmisor de cultura, como una herramienta de nuestra identidad.

Hablar de cine no es algo que garpe, ni ayer ni hoy. Es un tema que genera más bien rechazo en la sociedad.
-No es necesario que los 46 millones de argentinos hablen de cine, pero a quien le interese lo tiene que hacer en serio y con responsabilidad. Pensar a dónde tiene que apuntar el cine argentino, y después que el público tome las películas como quiera, que se entretenga o que las piense. Pero desde adentro tenemos que tener un norte. Entre las personas que nos gusta el cine tenemos que poder hablar abiertamente, sin prejuicios y dispuestos a cagarnos un poco a puteadas. Porque en la gente está olvidado. Las series se ven de corrido, pero una película de dos horas y media “es muy larga”. Entonces, el problema no está en el tiempo, está en el interés. La desconexión entre el espectador argentino y su cine es muy grande.

-Sin embargo, en los últimos 20 años se estrenaron once de las 20 películas más taquilleras de la historia argentina. Por ejemplo, Relatos salvajesEl secreto de sus ojos y El clan.
-Y siempre son películas en las que predomina la idea de comunidad por sobre la individualidad. Es el punto donde las películas de entretenimiento y las de pensar se juntan, no está esa división. Ahí está uno de los directores que revindicamos desde Amorina, que es Juan José Campanella, independientemente de que no nos guste lo que pone en Twitter. Hay otros que dicen las mismas cosas pero no hicieron Luna de Avellaneda ni Metegol. Sus películas están ahí y hablan por sí solas.

Relatos salvajes es una de las películas nacionales más vistas de la historia.

¿Amorina, como eventual productora de cine, apuntaría a ese lado?
-A nosotros nos gustan las películas de género: el terror, el western, la ciencia ficción… Queremos hacer películas que nos gustaría ver, películas grandes y entretenidas que la gente quiera ver y que expresen la argentinidad desde otro lugar, no desde un departamento. ¡Las primeras películas argentinas hablan de la Revolución de Mayo y ahora no salimos de las cuatro paredes! Hay muchas historias argentinas que no se contaron o que tienen perspectivas no exploradas. Nos encantaría hacer una película de Malvinas, pero no como Iluminados por el fuego, sino como Top Gun. No como parias, sino como tipos que dieron la vida por nosotros y al salir del cine nos pensemos más orgullosos que tristes.

-El Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) y el de Mar del Plata no se quedaron afuera de la discusión presupuestaria.
-No, pero la discusión presupuestaria tapa otra discusión más interesante acerca del festival, en especial el de Mar del Plata: la utilidad. Si en un festival de cine no tenés ni un solo workshop, no tenés charlas más allá de las que dan algunos directores y que dejan con sabor a poco… ¿cuál es el sentido? Vemos la película en el marco de un festival de cine, y después nos volvemos a casa. No está la conciencia de que la gente que se traslada en conjunto para ver películas por amor al arte puede tener muchas cosas más para hablar. Más con la crisis que atraviesa el cine argentino. El acto de ver la película termina cuando se prenden las luces. A los festivales les falta que alguien se los ponga a pensar en serio.

-¿Cómo sigue la cartelera de Amorina?
-El 11 de mayo pasaremos Catch Me If You Can, de Steven Spielberg. Y el 18 de Mayo, Casablanca, de Michael Curtiz y Cold War, de Pawel Pawlikowski.