Por Matías Riso
Desde 1914 y durante cuatro años, Europa se vio sacudida por la violencia de una guerra llena de invenciones mortíferas, como tanques, aviones, ametralladoras y gases. Lo que comenzó siendo un choque diplomático entre austríacos y serbios terminó siendo la mayor carnicería que el mundo había conocido hasta entonces.
El 8 de noviembre de 1918 se reunieron en el bosque de Compiègne delegados de Francia, Reino Unido y del Imperio Alemán para negociar el fin de la guerra. Con una Alemania exhausta (había motines en muchas unidades del ejército, la marina se negaba a seguir luchando, el frente se había roto y en varios puntos estaban en abierta retirada), los altos mandos llegaron a un acuerdo. Las negociaciones duraron tres días y se realizaron en el vagón personal del mariscal Ferdinand Foch, comandante en jefe de las fuerzas de la Triple Entente.
La delegación alemana estaba compuesta por Matthias Erzberger, un político civil del partido Zentrum, ya que el 9 de noviembre había abdicado el káiser Guillermo II de Alemania; el conde Alfred von Oberndorff, representante del Ministerio de Relaciones Exteriores; el mayor general Detlof von Winterfeldt, exrepresentante militar del canciller por el Ejército, y el capitán Ernst Vanselow, de la Marina.
Por los aliados, el personal involucrado era todo militar. Los dos firmantes fueron el mariscal francés Ferdinand Foch y el almirante Rosslyn Wemyss, primer Lord del Mar británico. También estaban presentes el general Maxime Weygand, jefe del Estado Mayor de Foch; el contralmirante George Hope, oficial de la marina británica, y el capitán Jack Marriott, oficial naval británico, asistente del primer Lord del Mar.
Los duros términos del armisticio incluían el fin de las acciones en el frente occidental, la retirada de Alemania de las regiones ocupadas, la entrega de los prisioneros de guerra junto con gran parte del material militar alemán y la entrega de la totalidad de la flota.
Finalmente, el documento se firmó el 11 de noviembre a las 5.12 de la madrugada, y entró en vigencia a las 11 de la mañana. Así surgió la frase de que la guerra terminó “el 11 del 11 a las 11”.
La noticia se transmitió durante toda la mañana y a la hora pactada los soldados alemanes salieron de sus trincheras y se rindieron en masa. Los aliados, al principio incrédulos, estallaron en vítores y empezaron a celebrar el haber sobrevivido a tal carnicería humana.
Por desgracia, pasaron seis horas desde que se firmó el armisticio hasta el alto el fuego en el frente. Horas en que los combates continuaron y en las que murieron muchos soldados de ambos bandos. Los más castigados fueron los estadounidenses que estaban inmersos en la ofensiva de Meuse-Argonne, donde una férrea defensa alemana les causó tres mil bajas. Entre ellos se destaca el sargento Henry Gunther, que murió a las 10.59, un minuto antes de que terminara la guerra. Además de los estadounidenses, durante aquella mañana murieron, desaparecieron o fueron heridos más de ocho mil soldados.
El 28 de junio de 1919, los líderes aliados y los representantes alemanes se reunieron en el Palacio de Versalles para firmar el tratado final. Alemania fue obligada a ceder territorio a Bélgica, Francia, Polonia y Checoslovaquia, renunciar a todas sus colonias, que pasaron a mano de los Aliados, y reducir su ejército a 10 mil hombres sin servicio militar obligatorio. Se la culpó exclusivamente por incitar la guerra y tuvo que pagar varios miles de millones de dólares como indemnización a las naciones aliadas. Finalmente tuvo que aceptar la desmilitarización y la ocupación aliada de la región alrededor del río Rin. En consecuencia, el Tratado de Versalles, además de humillar y afectar tanto social como económicamente en los años posteriores a Alemania, incidió en la Gran Depresión de 1929, lo que facilitó el camino al surgimiento del nazismo y una eventual segunda guerra mundial.