Por Matías Riso
Este 12 de marzo se cumplen 65 años del atentado terrorista que mató a Guillermina Cabrera Rojo, de tres años, considerada la primera víctima civil de la guerrilla en la Argentina. Ocurrió durante el gobierno constitucional de Arturo Frondizi, quien había ganado las elecciones con el 44,79% de los votos y el peronismo proscripto, aunque había un plan Frondizi-Perón para que de a poco fuera cambiando la situación hasta volverlo legal.
La familia Cabrera Rojo estaba formada por el mayor del Ejército David René Cabrera, su mujer, la maestra Zelmira Rojo Jurado, y seis hijos: Zelmira (8), David (7), Mario (5), Jerónimo (4), María Guillermina (3) y María Celina (6 meses). Vivían en una casa ubicada en la calle Díaz Vélez 1850, en Olivos.
Los hechos
A las 2.40 de la madrugada de aquel 12 de marzo de 1960, esa casa voló por los aires: no quedó nada. Segundos antes, un fuerte ruido había despertado al mayor Cabrera, quien vio por la ventana de su habitación a dos hombres subirse corriendo a un auto que los estaba esperando. Habían tirado abajo la puerta de entrada y dejado a los pies de la mesa del comedor un bolso con cinco kilos de trotyl (TNT). Los dos pisos sucumbieron ante la explosión, tanto que, más tarde, el picaporte de bronce de la puerta fue hallado a dos cuadras y varios restos de la mampostería terminaron en la calle paralela.

Cabrera sufrió algunas heridas y su mujer voló hacia el techo, pero amortiguó su caída con el colchón de la cama. A su lado estaba el moisés donde dormía María Celina, quien salió despedida y quedó debajo de una mesa de luz que la protegió: sólo tuvo un corte en el codo. Aquel mueble fue lo único que quedó intacto de la casa; actualmente lo tiene Celina como mudo testigo de aquella noche.
Del otro lado estaba Guillermina, Gimy, que por costumbre solía dormirse agarrándole la mano a su papá. No tuvo la suerte de su hermana: le cayó encima una viga del techo y varios pedazos de vidrio de las ventanas, y falleció en el acto. Los hermanos varones dormían en otra habitación en una cama cucheta. Mario quedó atrapado y tuvo heridas menores, pero Jerónimo, que dormía arriba, casi pierde un ojo y sufrió varias operaciones para reconstruir su rostro. Los dos mayores, Zelmira y David, se salvaron porque estaban en casa de sus abuelos.

Todos fueron llevados a un hospital de la zona y posteriormente atendidos en el Hospital Militar Central, donde permanecieron internados tres meses. El único integrante del gobierno que asistió al velatorio de Gimy fue el entonces presidente Frondizi, quien dos días después autorizó que se activara el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), creado en secreto en 1958 para poner fin a una serie de protestas laborales haciendo uso de la represión estatal. El plan permitía declarar estados de excepción, militarizar la seguridad y juzgar civiles en tribunales militares por atentados y acciones contra el orden constitucional.
Los Cabrera Rojo tuvieron tres hijos más (Adriano, Paulo y Teresita) en Italia, donde Cabrera fue destinado de forma secreta como agregado militar.
La investigación
El atentado fue ejecutado por el Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación, nombre formal de los Uturuncos, que en idioma quechua significa “Hombre Puma”. Formaban parte de la llamada Resistencia Peronista como parte de un plan subversivo para desestabilizar al gobierno de Frondizi, en represalia por su incumplimiento del pacto con Perón. No fue un hecho aislado, sino parte de una serie de atentados cuyos blancos incluyeron la planta Shell-Mex de Córdoba, la planta de Gas del Estado en Mar del Plata y los domicilios del General Lagalaye y del Almirante Patrón Laplacette. Durante los cuatro años de gobierno de Frondizi (1958-1962) hubo más de 1500 atentados. Una vez disuelta esta organización, sus miembros engrosaron las filas de Montoneros y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).

Hubo dos teorías sobre los motivos del atentado. Una era que Cabrera, que trabajaba en el cuerpo de Inteligencia, había descubierto algo y quisieron sacarlo del medio. La otra, planteada varios años después, es que el oficial era un represor. El comunicado oficial dijo que el objetivo fue alterar la paz social y evitar las elecciones legislativas del 27 de marzo de 1960. Perón, aún proscripto, había recomendado el voto en blanco o la abstención.
La investigación del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) determinó que el instigador había sido Juan Domingo Perón, que enviaba las directivas desde su exilio a través del periodista Américo Barrios, que a su vez las transmitía al sindicalista metalúrgico Alberto Campos, exiliado en Uruguay y quien había desplazado a John William Cooke como delegado personal de Perón. Campos enviaba las instrucciones a los comandos locales (organizaciones guerrilleras y sindicalistas) a través de Justo Acosta.
La orden del atentado a los Cabrera Rojo la transmitió Campos y los explosivos fueron proporcionados por Juan Carlos Brid, encargado de la logística y armamento de varias células terroristas y fugado a Uruguay, donde fue detenido y extraditado. El trotyl llegó a la Argentina luego de pasar por la Unión Soviética, Cuba y Uruguay.

Los autores materiales fueron Héctor Rodolfo Gringoli (detenido), José María Berolegui (fugado) y Eduardo Leonelli (fugado). Los tres fueron amnistiados durante el gobierno del presidente Arturo Illia y regresaron a las andanzas guerrilleras, hasta volver a ser detenidos y liberados durante el gobierno de Héctor Cámpora, en 1973.
Cuando Félix Serravalle, uno de los responsables de la organización, fue detenido por el Plan CONINTES, le pidió al dirigente peronista Carlos Arturo Juárez, que luego sería gobernador de Santiago del Estero, que lo defendiera. Él se negó dado que había muerto una niña inocente y dijo “que con la sangre que estaban haciendo correr, habían abierto la puerta a una guerra entre argentinos”. Serravalle murió en libertad en 2004 en la localidad santiagueña de La Banda. Tenía 78 años.
“Vivíamos en estado de alerta”
Años después del atentado, Cabrera fue llamado nuevamente al país y el Ejército le dio la baja sin explicación de por medio. Zelmira y los chicos se mudaron a España. Allí, ella pudo trabajar como maestra, mientras él sobrevivió haciendo changas y vendiendo fideos, aceitunas y espacios de publicidad. La familia vivió nueve años en Europa, hasta 1969. A través del general Julio Rodolfo Alsogaray, jefe del Ejército, Cabrera recibió una indemnización. Con ese dinero, ahorros y la venta de un auto lograron comprar un departamento en la Ciudad de Buenos Aires.
Paulo Cabrera Rojo nació en España en 1963 y no pudo conocer a su hermana Gimy, pero sus padres siempre le contaron lo sucedido. Desde que Cámpora liberó a todos los guerrilleros, la familia no pudo vivir tranquila: “Vivimos bajo amenaza durante muchos años. Llegamos a colocar colchones contra las ventanas por temor a otro atentado con explosivos. Como no teníamos custodia, amigos de mi papá se ofrecían para llevarnos al colegio y hacían guardias de noche en nuestra casa. No vivíamos con miedo, pero sí en estado de alerta. En casa, cada uno tenía su bolso preparado y un protocolo de emergencia, sabíamos qué teníamos que hacer y a dónde teníamos que ir ante cualquier situación. Cuando te elige como víctima, el terrorismo no te suelta más, te sigue permanentemente. Más si sabe que sos peligroso para ellos, que conocés sus pasos”.

Cabrera Rojo contó que con sus hermanos fueron educados para no tener rencor a los asesinos de Gimy: “Hay que perdonar. Lo único que les pediría es que me expliquen cuál es la lógica de su agresión contra gente inocente que no combatía contra ellos y que dejen de tergiversar la historia, porque no fueron carmelitas descalzas, no fueron ´jóvenes idealistas´, fueron asesinos en una guerra que ellos declararon. Si tan valientes fueron, que se sienten un día cara a cara y me pidan disculpas por haber matado a mi hermana. Yo los puedo perdonar, pero que cumplan su condena en la cárcel”.
Este 12 de marzo, Paulo, sus familiares y amigos organizarán un acto en la esquina de las avenidas Dorrego y Libertador para restaurar un mural con las imágenes de su hermana, pintada en 2016, y de Hermindo Luna, el soldado que se negó a rendirse ante los Montoneros en el ataque al regimiento 29 de Formosa en 1975 y fue asesinado. También buscan que ese día sea reconocido como “Día nacional de las víctimas asesinadas por el terrorismo en Argentina”.

“Queremos marcar el reconocimiento del terror que se generó en este país y nos llevó al estado en que nos encontramos hoy, además de recordar la historia, que es la raíz de donde venimos y nos da la claridad para saber a dónde vamos, si queremos volver a lo mismo, ser algo parecido o mejores evitando nuevamente los errores cometidos”, explica Paulo, y sigue: “Y que se acuerden de las víctimas inocentes y sus familias, porque ese día no murió solamente Gimy, ese día nos enterraron a todos. Más aún durante todos estos años en los que ningún gobierno nos tuvo en cuenta y nos escondieron bajo la alfombra. Como molesta recordar los errores y las dolencias, es más fácil escondernos y evitar el reconocimiento. Acá no es cuestión de plata, sino esa caricia al corazón, que te digan ‘andá en paz, tu hermana murió en un acto desgraciado, pero acá la vamos a cuidar y reconocer’. Y no sólo por Gimy, porque ella fue la primera de las tantas víctimas inocentes a lo largo de esos años”.