Por Mía Yelpez y Santiago Piro

El 24 de marzo se conmemora el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia recordando a las personas que fueron desaparecidas, torturadas y asesinadas durante el último gobierno de facto. Año tras año, el pedido de no olvidar a las víctimas y a los responsables va acompañado de la búsqueda de las personas que fueron sustraídas de sus hogares durante su infancia temprana y no conocen su verdadera identidad.

Ana María Careaga es una sobreviviente de la dictadura. “Me secuestraron con 16 años y estando embarazada de menos de tres meses”, recuerda ante Publicable, y agrega: “Estar embarazada me salvó la vida. Fue un privilegio estarlo en el campo de concentración porque no estaba sola, le hacía poesías mentales todo el tiempo al bebé“. 

Careaga se crio en una familia comprometida con la realidad y en la que todos sabían lo que estaba pasando. Ella podía conversar con su madre y entender que su padre, el dirigente paraguayo Raymundo Careaga, era una figura conocida y buscada. Cuando fue secuestrada, la llevaron al Club Atlético, en el barrio porteño de San Telmo, donde la torturaron durante cuatro meses: “Me hacían desnudarme con los ojos vendados y me tiraban baldazos de agua congelada. Cuando me dormía, me despertaban con picanas“, afirma.  

Ana María Careaga

“Todo tiene que ver con la figura de la desaparición, con no saber dónde estás y que te saquen tu nombre para pasar a tener un código. No me voy a olvidar nunca el mío: K04”, dice. Durante sus primeros días secuestrada, Ana no dijo nada sobre su embarazo para proteger al bebé. Cuatro meses después, al ser liberada, se repetía una y otra vez: “La vida había triunfado sobre la muerte, nació una nena y se salvó porque me había chupado toda la sangre a mí. Por eso estaba anémica”.

Diferente fue la soledad que padeció de chico Humberto Colautti Fransicetti, hijo de Elda Fransicetti y Renato Colautti. Su padre fue detenido, con estatuto de preso político, un año después de su nacimiento, mientras que su madre logró seguir con su vida y formó una nueva pareja con Roberto Ferri, con quien tuvo una hija, Elena. “Nosotros fuimos rescatados por unos vecinos que nos llevaron con familiares de Ferri”, recordó Humberto.

A los pocos meses de vida de Elena, la madre y el padre adoptivo de Humberto fueron secuestrados y permanecen desaparecidos hasta hoy, mientras que su padre biológico seguía preso e intentaba obtener información de su hijo. Colautti expresa: “Para ese momento mi vínculo con mi familia biológica estaba completamente roto, ahora eran ellos”. Cuando tenía nueve años su padre recuperó la libertad, y a partir de una exhaustiva búsqueda de información lograron reencontrarse.

Estela de Carlotto y Humberto Colautti Fransicetti.

“Mi último recuerdo como Alejando Ferri fue el día que llegó mi papá con las abuelas a la casa donde yo vivía, en el Palomar. Desde ahí soy Humberto Colautti. Yo tuve la suerte de tener a mi papá, pero el resto de los nietos están solos y, si bien tienen tíos, las abuelas son todo. Sobre todo para nosotros, que fuimos los más chicos.” 

Las historias de Ana María Careaga y Humberto Colautti son muy distintas, pero tienen como puntos en común la violación de los derechos humanos y la pérdida de identidad. Ambos también coinciden en la importancia de la memoria, de no olvidar a las víctimas y a los victimarios para proteger el futuro de nuestro país.