Por Luca Manessi

Armando Naddeo nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, y allí creció. Como muchos jóvenes de su generación, se vio involucrado en los acontecimientos de 1982, cuando la Argentina se adentró en el conflicto bélico por las islas Malvinas. A los 21 años, formó parte de la tripulación del portaaviones ARA 25 de Mayo, perteneciente a la división Tango, donde le tocó la función de técnico electrónico con el objetivo de reparar radares, equipos de comunicaciones, equipos de control de tiro, control sonoro y computación. Naddeo se encargaba del radar N° 4, y en el combate debía garantizar que estuviera siempre funcionando. Si había algún problema, él era el responsable de repararlo.  

Lo que vivió en las islas cambió para siempre su visión de la vida porque le enseñó a valorar momentos y pequeños detalles que antes naturalizaba. Él pudo transformar la gesta de Malvinas en un motor de lucha, encontrando memoria para sanar los recuerdos y resistir ante tanto dolor.

―¿Qué significa para vos la guerra de Malvinas?
―Es uno de los hitos más importantes que nos ocurrió a los argentinos en el siglo pasado. Realmente la guerra es la idiotez más grande del ser humano, la parte más incoherente que puede tener. A pesar de eso nos unió de forma increíble. No hay colores políticos ni de ningún tipo. La gesta de Malvinas nos une como pueblo de una forma única. Todos juntos enarbolamos la bandera. No solo esto, ver los rostros de la gente cuando desfila un soldado de Malvinas es impresionante. Entonces la guerra, para mí, tuvo un significado importante.

―¿Qué enseñanzas te dejó esta guerra?
―Sinceramente, muy pocas. Todas enseñanzas desagradables, quizá. Salvo la unión del pueblo, el resto es nulo. Perder amigos, hermanos de la vida, compañeros, con muchos de ellos nos conocemos desde los 15 años y hoy la mayoría siguen estando en nuestra mente, en los familiares, pero no están físicamente. Es muy triste. La guerra no te enseña nada.

―¿Cuál es tu recuerdo más impactante?
―Hay algo que no me voy a olvidar jamás: fue el día que nos dijeron que habían torpedeado al crucero ARA General Belgrano. Eso es una herida que no cicatriza nunca, y siempre para estas fechas lo recuerdo aún más.

―Cuando regresaste a tu casa, ¿qué sentiste? ¿Cómo te recibieron tus seres queridos?
―Una de las peores cosas que me pasó en Malvinas fue regresar a casa, lo más difícil. Los más jóvenes nos sentíamos responsables, porque habíamos hecho un esfuerzo increíble, estábamos seguros de que teníamos la capacidad para dar lo mejor de nosotros y volvimos con las manos vacías. Sentimos que no estuvimos a la altura de la circunstancia, eso creíamos. Habíamos perdido las islas nuevamente. Era nuestro pensamiento: cómo llegar a casa, mirar a los ojos a mis padres, a mis amigos, a los vecinos y mi familia. Ellos representaban la patria por la que uno pelea, nuestros compañeros de armas. Esa es la patria, no es solo un pedazo de tierra o una bandera, la patria son los vínculos que te importan mucho. Entonces, pensaba, ¿con qué cara iba a volver? Me costó muchísimo. El viaje de una hora que tenía que hacer hasta mi casa, después de siete meses en Puerto Belgrano embarcado, llegar en micro a Liniers y encima que vivía en San Martín… era largo. Tardé cuatro horas y media. No quería llegar. Sentía mucha vergüenza. Cuando di la vuelta en la esquina, en Chaco y Casares, y vi un montón de gente parada en la puerta de mi casa, gire hacia atrás y salí corriendo. Por suerte mis amigos, muchos de ellos estaban ahí, me fueron a buscar y me llevaron arrastrándome. Lloré muchísimo. Pensando constantemente que había defraudado a mis padres, y ahora que soy padre, lo que uno desea para un hijo es que llegue todos los días a casa sano. Simplemente eso, lo demás son circunstancias de la vida.

―¿Superaste desafíos personales?
―La verdad es que en ese momento no, creía que había defraudado a todos mis seres queridos. Me sentía mal. Después uno crece y se da cuenta de que tiene otras responsabilidades, eso que aprendió allá debe volcarlo acá. Aprendí que todos los que regresamos somos las voces de aquellos que no pudieron regresar, custodiando el Atlántico Sur, las islas. Por ellos tenemos que levantar la cabeza y seguir adelante. Seguir combatiendo por Malvinas.

―¿Cómo ves que es tratado el tema Malvinas en la sociedad argentina?
―Realmente no se le da la seriedad que debería tener. Este tema debería ser una materia obligatoria en las escuelas primarias y secundarias. Aprovechar principalmente a los veteranos de guerra vivos que pueden contar el hecho en primera persona, esto sería muy importante para que nuestra sociedad y los alumnos mantengan viva la memoria de Malvinas.

―¿Qué mensaje le das a la sociedad sobre la guerra?
―Lo principal es que no existe una causa coherente para llegar a una guerra, jamás hay que llegar hasta esa instancia. Hay que tratar de solucionar los problemas por la vía diplomática, hablando y insistiendo las veces que sea necesario. Soy una persona pacífica, a pesar de ser un militar de carrera, pero la violencia no conduce a nada. Entiendo que en su momento estaba muy de acuerdo con recuperar las islas pero claro… era joven, no tenía la suficiente experiencia, no sabía a lo que nos íbamos a enfrentar, pero de todas formas no me arrepiento de nada. Si hay una guerra soy el primero que va a estar ahí y deduzco que mis compañeros también, porque no quisiera que a ningún joven sin saber a lo que se enfrenta le toque ir a la guerra. 

―¿Qué trabajo hacés para concientizar sobre la guerra de Malvinas? 
―Tratamos de mantener a la gente informada para generar conciencia y que no se olvide. Principalmente porque hay hombres y mujeres que pueden contar esa parte de la historia en primera persona. Nos importa muchísimo trabajar en la memoria.