Por Matías Riso
6 de agosto de 1945, 8.15. En segundos, Hiroshima dejó de ser una ciudad para convertirse en el símbolo universal del horror nuclear. Estados Unidos había lanzado la primera bomba atómica de la historia sobre una población civil. A ochenta años de aquel ataque, la memoria sigue viva, entre el recuerdo de las víctimas, los debates éticos y la advertencia latente de lo que el ser humano es capaz de hacer con la tecnología durante una guerra.
Para esa altura, la Segunda Guerra Mundial ya estaba entrando en su fase final. Alemania se había rendido el 8 de mayo, pero el Imperio del Japón seguía resistiendo ferozmente en el Pacífico, incluso tras meses de bombardeos masivos sobre su territorio. Estados Unidos exigía una rendición incondicional, pero la cúpula militar ultranacionalista que ejercía el gobierno se negaba a aceptar términos que pudieran comprometer al emperador Hirohito o significar una ocupación total de su país.

Por su lado, Estados Unidos había acelerado el desarrollo de su proyecto Manhattan, un programa secreto iniciado en 1942 para fabricar la bomba atómica antes de que lo hiciera Alemania. Luego de las exitosas pruebas en julio de 1945 en el desierto de Nuevo México (hechos bajo el nombre en clave de “Trinity”), el presidente Harry S. Truman tomó la decisión de usar las nuevas armas para forzar la rendición japonesa. Otra cuestión que lo apuró a tomar aquella decisión fue que la Unión Soviética planeaba declararle la guerra a Japón en breve, por lo tanto, debía terminar la guerra antes de que Stalin ganara influencia en aquella zona de Asia.
PRECISIÓN MILITAR Y DESTRUCCIÓN TOTAL
La ciudad elegida fue Hiroshima, una metrópolis industrial y militar de gran importancia estratégica. Albergaba el cuartel general del Segundo Ejército General del Ejército Imperial Japonés, que era un centro estratégico de defensa para el sur de Japón y el área de Kyūshū. La ciudad era un importante centro de comunicaciones y de logística, con fábricas de municiones y almacenamiento, así como un punto de concentración de tropas, con alrededor de 400 mil soldados desplegados en la zona y alrededores. Su población civil rondaba los 350 mil habitantes. Además, hasta ese entonces Hiroshima había sido relativamente poco bombardeada, lo que permitiría obtener la sorpresa táctica en el ataque y observar claramente los efectos de la bomba.
El bombardero Enola Gay, un Boeing B-29 Superfortress, despegó a las 2.45 desde la isla de Tinian, en el Pacífico, con la bomba “Little Boy” a bordo. El artefacto contenía uranio-235 y pesaba unos 4.400 kilogramos. Era una bomba de tipo “de disparo”, técnicamente más simple que la que se usaría días después en Nagasaki.
A las 8.15 el coronel Paul Tibbets, comandante del B-29, liberó su carga a 10.450 metros de altura. La bomba explotó a unos 600 metros sobre el centro de la ciudad y generó una bola de fuego que alcanzó los 4 mil grados Celsius. En segundos desató una fuerza equivalente a 16 mil toneladas de TNT que arrasó un área de más de 13 kilómetros cuadrados.
Se calcula que entre 70 mil y 80 mil personas murieron instantáneamente. Para fines de 1945, el número de muertos ya superaba los 140 mil y, con los años, decenas de miles fallecieron por enfermedades causadas por la radiación, como diferentes tipos de cánceres y malformaciones congénitas. A esa intensidad del daño físico se le sumó el trauma psicológico. Las sombras humanas impresas en las paredes, las víctimas carbonizadas, los cuerpos deshidratados por el calor y el silencio de una ciudad reducida a cenizas marcaron para siempre a los habitantes de aquella ciudad.

Los doce tripulantes del Enola Gay durante el bombardeo de Hiroshima fueron:
● Coronel Paul Tibbets (piloto y comandante de la aeronave)
● Capitán Robert Lewis (copiloto)
● Capitán Theodore Van Kirk (navegante)
● Mayor Thomas Ferebee (bombardero)
● Teniente Jacob Beser (oficial de contramedidas electrónicas)
● Capitán William “Deak” Parsons (encargado de armar el detonador de la bomba)
● Segundo teniente Morris Jeppson (técnico electrónico, encargado de activar la electrónica de la bomba)
● Sargento Joe Stiborik (operador de radar)
● Sargento George R. Caron (artillero de cola)
● Sargento Wayne Dusenberry (ingeniero de vuelo)
● Sargento Robert Shumard (segundo ingeniero de vuelo)
● Soldado Richard Nelson (operador de radio)
Tres días después, el 9 de agosto, una segunda bomba, esta vez de plutonio y más potente (Fat Man), fue lanzada sobre Nagasaki, donde causó otros 70 mil muertos. Finalmente, el 15 de agosto de 1945 Japón anunció su rendición. El 2 de septiembre firmó la capitulación a bordo del acorazado USS Missouri, lo que selló el fin oficial de la Segunda Guerra Mundial.
UNA HERIDA QUE NO CIERRA
Hiroshima fue reconstruida y transformada en una ciudad símbolo de la paz y el desarme nuclear. El Parque Memorial de la Paz, inaugurado en 1954, alberga el famoso Domo de la Bomba Atómica, conservado tal como quedó tras la explosión, y el Museo de la Paz, que recibe a millones de visitantes cada año. Muchos sobrevivientes del ataque, conocidos como hibakusha, han dejado testimonio de lo vivido, con el pedido de que lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki no se repita nunca más.
En 2016, Barack Obama fue el primer presidente estadounidense en funciones en visitar Hiroshima. Aunque no pidió disculpas formales, expresó: “La memoria de las víctimas nos obliga a mirar directamente a los ojos de la historia y preguntarnos qué tipo de futuro queremos construir“. Paradójicamente, Estados Unidos nunca fue juzgado por estas acciones, con el pretexto de que aquellas víctimas fueron el “costo que hubo que pagar para terminar la guerra y así evitar más muertes”.

Ocho décadas después, la amenaza nuclear sigue presente. El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), los tratados de desarme y las campañas internacionales han logrado contener parcialmente el riesgo, pero los arsenales están activos y las tensiones globales crecen.
Actualmente, nueve países poseen armas nucleares: Estados Unidos y Rusia poseen 10.600 cabezas nucleares entre ambos, lo que representa alrededor del 90 por ciento del total mundial. Francia y el Reino Unido mantienen sus fuerzas nucleares principalmente en submarinos, con 290 y 225 cabezas nucleares, respectivamente. China tiene un arsenal estimado en 350 cabezas, mientras que India y Pakistán poseen entre 110 y 140 ojivas cada uno. Se estima que Israel, que nunca confirmó ni negó su arsenal, tiene entre 80 y 200 cabezas nucleares. Corea del Norte, el último en adquirir la capacidad nuclear, tiene un arsenal estimado en 60 ojivas.
Recordar Hiroshima no es mirar atrás, sino entender que el peligro aún no terminó.