Por Matías Riso
Desde la recuperación de la democracia en 1983, las elecciones de medio término se convirtieron en uno de los principales termómetros del poder político en la Argentina. A mitad de cada mandato presidencial, el país vuelve a las urnas para renovar parcialmente el Congreso, redefinir equilibrios y, sobre todo, medir el pulso del humor social. En 42 años de democracia ininterrumpida, cada elección legislativa dejó una foto precisa del momento político: del respaldo inicial a las derrotas que anticiparon cambios de rumbo o el final de un ciclo.
En 1985, con Raúl Alfonsín aún sostenido por el impulso del regreso institucional, la Unión Cívica Radical obtuvo una victoria clara frente al peronismo. Fue la confirmación del apoyo al gobierno democrático y al Juicio a las Juntas, en un contexto de esperanza y reconstrucción. Dos años más tarde, en 1987, ese respaldo comenzó a erosionarse, el peronismo ganó en la mayoría de las provincias y la UCR perdió el control del Congreso. Fue el primer aviso de desgaste para Alfonsín, que debería enfrentarse luego con la crisis económica y los levantamientos militares.
En 1989 el país atravesó una hiperinflación y llegó un recambio anticipado de gobierno. Ya en 1991, con Carlos Menem consolidado en el poder, el justicialismo obtuvo un fuerte triunfo legislativo impulsado por la estabilización del Plan de Convertibilidad y el liderazgo del ministro de Economía, Domingo Cavallo. Sin embargo, en 1993, aunque el peronismo ganó las elecciones, perdió terreno ante la UCR y el naciente Frente Grande de Carlos “Chacho” Álvarez. En 1995 Menem revalidó su poder en las urnas, pero para 1997 el panorama cambió drásticamente y la Alianza UCR–Frepaso logró una victoria contundente a nivel nacional, que marcó el principio del fin de la hegemonía menemista.
LA BISAGRA DEL “QUE SE VAYAN TODOS”
Las legislativas de 2001 fueron un punto de inflexión. En medio de la crisis económica y la desconfianza política, la Alianza de Fernando de la Rúa sufrió una dura derrota y el voto bronca se expresó en las urnas, donde también hubo un alto nivel de abstención. La caída del gobierno y la crisis institucional de diciembre fueron, en parte, anticipadas por ese resultado.
Con Néstor Kirchner en el poder, las elecciones de 2005 consolidaron la división del peronismo. Cristina Fernández de Kirchner se impuso en Buenos Aires frente a Hilda “Chiche” Duhalde, en un duelo simbólico que selló el liderazgo kirchnerista dentro del PJ. En 2009, ya con Cristina como presidenta, el oficialismo perdió ante el frente opositor liderado por Francisco de Narváez (Unión-PRO) en la provincia de Buenos Aires. Aquella derrota fue interpretada como un freno al avance del kirchnerismo, aunque el Gobierno recuperaría fuerza dos años después con la reelección de CFK en 2011.
Las legislativas de 2013 marcaron el ascenso de un nuevo liderazgo opositor. Sergio Massa, con el Frente Renovador, venció al kirchnerismo en Buenos Aires y se proyectó a nivel nacional. En 2017, con Mauricio Macri en el poder, Cambiemos obtuvo una victoria clave en la provincia más poblada del país cuando Esteban Bullrich derrotó a Cristina Kirchner, que entonces encabezó Unidad Ciudadana. Fue un apoyo al gobierno antes de la crisis económica del siguiente año. En 2019, el triunfo de Alberto Fernández y el regreso del peronismo cerraron otro ciclo de alternancia política.
Dos años después, en 2021, las elecciones legislativas reflejaron el desgaste del Frente de Todos tras la pandemia y el fracaso económico. Juntos por el Cambio logró imponerse en la mayoría de los distritos y el oficialismo perdió el quórum propio en el Senado por primera vez desde 1983. Ese resultado fue una advertencia para el gobierno de Fernández y también el preludio del cambio de época que se consolidaría en 2023 con la llegada de Javier Milei a la presidencia.
En estas elecciones de medio término de 2025, el país vuelve a atravesar una instancia decisiva. A casi dos años de su llegada al poder, el oficialismo libertario enfrenta su primera evaluación en las urnas. El desenlace de esta elección definirá la correlación de fuerzas en el Congreso y marcará la viabilidad de las reformas que quiere impulsar Milei durante el resto de su mandato.
Como en casi todas las legislativas desde la recuperación democrática, el voto argentino vuelve a funcionar como una suerte de plebiscito sobre la gestión en curso, formalizando una expresión de apoyo o una advertencia. De Alfonsín a Milei, la historia muestra que cada votación intermedia no solo mide mayorías, sino también estados de ánimo, y siempre dicen mucho más que lo que suman los escaños.



