Por Carola Scialabba

En mayo, el Instituto Nacional del Teatro recibió la noticia de que dejaría de funcionar tal y como se lo conocía desde 1997, cuando se creó a partir de la sanción de la Ley Nacional del Teatro. ¿El motivo? Un decreto firmado por el presidente Javier Milei, el 345/25, que planteaba, entre cientos de normativas, una reestructuración profunda que afectaba la autarquía y las delegaciones principales, al tiempo que entregaba el poder al Ministerio del Capital Humano (conducido por Sandra Petovello).

“En general, los organismos culturales deberían tener una autonomía no solo administrativa, sino también en términos de direcciones y contenidos, porque hay algo que circula alrededor de la cultura que debe exceder o estar por encima, más allá de los vaivenes políticos partidarios o las divisiones en términos de estrategias de gobierno”, explica Mariano Stolkiner, exdirector del INT. 

Catalogado como un “desmantelamiento cultural” tanto por el sector del teatro independiente como por los actores de cine, el decreto, que cuestionaba la “debilidad” y las “falencias” del sistema de control interno del INT, tuvo gran oposición. El Gobierno utilizó los subsidios entregados en la pandemia como argumento principal para criticar el uso de los fondos e informó que solo un 46 por ciento del total de beneficiarios eran genuinos recibidores de este plan de ayuda, llamado Podestá. 

Protestas contra el cierre del INT.

El Gobierno argumentó que “la autarquía funcional del INT no es un requisito indispensable para el cumplimiento de sus objetivos institucionales”. Sin embargo, el director teatral y dramaturgo Galo Ontivero plantea un contrapunto: “No es sencillamente un ente que fomenta, sino que también es federal en todos sus términos. Es ese federalismo el que garantiza los recursos para que en provincias como Formosa, donde el Estado no tiene el dinero necesario para desplegar un área cultural, el INT esté presente con delegaciones”.

Además, el caso de este instituto es particular porque su autarquía es “relativa”. Stolkiner detalla: “El INT tiene un órgano de gobernabilidad propio y una célula administrativa que le permite ejecutar recursos propios, pero no cuenta con ingresos directos, sino que deben ser aprobados previamente en el presupuesto que se vota en el Congreso de la Nación todos los años. Es una diferencia con instituciones como el INCAA, que sí tiene su propio sistema de recaudación”. 

Estos cambios conllevaron el planteo de una reestructuración interna, con un plazo de quince días a cumplir para la asunción de nuevos administrativos. Tras haberse establecido el decreto, Stolkiner presentó la renuncia. “Me fui sin tener muy bien en claro cuándo asumiría la siguiente dirección”, sostuvo. Sin embargo, la designación del exsubsecretario de Promoción Cultural Federico Brunetti no tardó en llegar, y entró en funciones el 4 de agosto. Lejos de haber pica entre directores, Stolkiner destaca: “No dudo de que Brunetti es una persona que ama al teatro, ojalá que pronto se pueda poner todo en marcha”. 

BATACAZO EN EL CONGRESO

Para alegría de los sectores involucrados, el Congreso rechazó el decreto, primero con 134 votos en contra, 68 a favor y tres abstenciones en la Cámara de Diputados, y después con 57 rechazos, 13 afirmativos y una abstención en el Senado. 

Federico Brunetti, nuevo director del INT.

¿Será porque concuerdan en la afirmación de que el arte no se reduce a valor monetario? ¿O con lo que afirma Ontivero, para quien los objetos artísticos “no pretenden ser comerciales” y, en caso de que lo pretendan, “es muy posible que no lo lleguen a ser porque no siempre lo artístico complace el gusto público”? Difícil respuesta, pero lo que sí se sabe es que el INT continúa siendo un ente autárquico y federal a pesar de las trabas gubernamentales. 

Hoy sigue vigente la Ley Nacional de Teatro (la número 24.800), pero con una nueva dirección que momentáneamente deja al Instituto en una posición de debilidad a la hora de la llevar adelante sus políticas, dada la falta de nombramientos y la ejecución de presupuestos. “Más allá de los colores políticos, no ha habido gobierno que haya aprobado lo que el Instituto ha pedido, con suerte se aprueba el 50 por ciento y se espera a un ajuste presupuestario a mitad de año”, recuerda Stolkiner, y agrega: “Al INT lo cuida y lo promueve la gente que labura. No digo que esté bien: debería ser el Instituto el que protege a los trabajadores, pero funciona al revés porque al teatro argentino lo mueve la pasión del fenómeno cultural”.