Por C. Scialabba, L. Cuerchi, S. Del Barro, J. Fassón, E. Figueroa, S. Griffo, V. Oliver, F. Rendo, V. Romero y T. Varini
Hilda Victoria Montenegro nació el 31 de enero de 1976 en el barrio porteño de Flores, fruto de la relación de Hilda Ramona Argentina Torres y Roque Orlando Montenegro, dos jóvenes oriundos de Metán, Salta. Fue secuestrada junto a sus padres en febrero de 1976 en Lanús, provincia de Buenos Aires, en un operativo al mando del coronel Hernán Antonio Tetzlaff. Fue criada como hija biológica del matrimonio entre Tetzlaff y María Eduartes y transitó gran parte de su vida con el nombre María Sol Tetzlaff.
A través del accionar de Abuelas de Plaza de Mayo, Victoria logró restituir su identidad en agosto de 2000 y se convirtió en la nieta recuperada número 95. Desde entonces, colabora en esa entidad y apoya la búsqueda de quienes aún continúan desaparecidos. Además, declaró en la causa sobre el Plan Sistemático de Apropiación de Bebés implementado en la última dictadura, fue subsecretaria del Consejo Nacional de las Mujeres y actualmente es legisladora por Unión por la Patria en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En 2023 presentó su libro “Hasta ser Victoria”, en el que cuenta los detalles de su historia. “Estaba convencida de la mentira en la que vivía, nunca tuve dudas de que era hija biológica de quienes me habían criado”, afirma, y sigue: “Sabía que había una investigación judicial por una denuncia anónima hecha en Abuelas de Plaza de Mayo por un asesinato que Tetzlaff mandó a cometer contra un familiar político nuestro. Decía que el coronel tenía dos bebés hijos de desaparecidos. Para mí todo era una mentira que tenía que ver con una persecución hacia quien yo creía mi papá”.
-¿Es decir que las Abuelas te buscaron?
-Sí, ellas pelearon por mi identidad. Cuando me encontraron, yo tenía mucha resistencia, pero tuvieron una estrategia para que esto pudiera surgir. Hubo un proceso de contradicción en los primeros años. Mi marido fue de mucha ayuda para animarme a hablar con ellas, primero con distancia y temor; después, a medida que podía ir fortaleciendo el vínculo con mi verdadera familia, fui fortaleciendo la relación con ellas. Me costó mucho humanizar a las Abuelas; en mi casa las llamaban “mujeres siniestras” y me habían formateado para poner la crueldad en esas personas.
-¿Cómo fue el proceso de búsqueda de la verdad?
-Fueron muchos años hasta que se confirmó la verdad sobre mi origen. Además, yo no asumí inmediatamente mi identidad, porque hacerme cargo de que me llamaba Victoria, que había nacido el 31 de enero y que Toto y Chicha eran mis viejos significaba aceptar que Hernán no era mi papá, que los había torturado, que había matado un montón de gente, que se había apropiado a otro niño, que crecí con un amigo-hermano que también fue víctima de él y que había asesinado a su mamá (se refiere a Horacio Pietragalla, ex secretario de Derechos Humanos de la Nación, también nieto restituido).
-¿Cuál fue tu sensación cuando te enteraste de que eras Victoria?
-Imaginate que después de muchos años te enterás que tu nombre no es tu nombre, que tenés otra madre y otro padre que no conocés y ellos son más chicos de lo que vos sos hoy. Que tu familia vive a dos mil kilómetros (en Metán, Salta) de lo que para vos siempre fue tu vida y que tu origen es totalmente distinto al que creías. Pero vos viviste esa vida, vos fuiste María Sol, te levantaste todos los días y dijiste mamá y papá.
-¿En qué instancia de tu vida se dio ese proceso?
-Cuando “aparecí” ya estaba casada y con hijos, tenía mi propia vida. Fue complicado aceptar un nombre, un apellido y una fecha de nacimiento distintos. Pero, además, fue muy difícil aceptar que esa persona a la que quería mucho (en alusión a su padre de crianza, su apropiador) era responsable de tanto horror. Fue una verdad que interpeló todo lo que creía.
-¿Qué fue lo que más te costó aceptar?
-Me significó un enorme dolor aceptar que ese papá que yo amaba tanto no sólo no era mi papá, que de por sí ya era complejo, pero no hubiera sido tan tremendo si no hubiera estado involucrado en un plan sistemático de apropiación de bebés. No fue solamente una adopción ilegal, sino que fui una de los 500 bebés secuestrados por un Estado que tenía como objetivo reformatearnos y reinstalarnos en una realidad totalmente ajena a la que debía ser nuestra vida para evitar que el “gen rojo” que “teníamos” en la sangre se active.
– ¿Seguiste en contacto con tus apropiadores?
-Sí, Hernán murió en 2003 y Mary, en 2011, y nunca rompí el vínculo con ellos. Para muchos fue una contradicción, pero tiene que ver con cómo uno reconstruye su historia. No por haber sido criada con amor; al contrario, me han desgarrado a golpes pero, aunque tengo claro que no son mis papás, porque mi amor de padres está con Toti y Chicha, yo no pegué un portazo y me fui.
-Tu apropiador fue preso por sus delitos. ¿Cómo viviste ese proceso?
-Yo sentía que mi papá estaba preso por mi culpa, por mi sangre. Cuando llegó la noticia del banco genético hice todo lo posible para que mi papá no fuera preso. De hecho, le redujeron la condena a la mitad. Mi apropiador tenía problemas de salud, le dio un coma diabético y estuvo dos años internado en el Hospital Militar Central. En ese tiempo tenía 25 años y estaba al cuidado de mi apropiadora, criando a mis tres pequeños y yendo todos los días al hospital de Campo de Mayo.
-¿Cómo fue para tus hijos esa etapa de contradicciones?
-Mis dos hijos más grandes crecieron de la mano de su abuelo y había que explicarles que él estaba preso por haber matado a su abuelo de sangre. Conversamos mucho, yo le decía al mayor: “Alguna vez te dije que las Abuelas eran unas viejas enfermas de odio. Bueno, me equivoqué, en realidad son señoras que tratan de buscar a sus hijos”.
-Tu nieto Noah es el primero de tu descendencia en nacer con tu identidad restituida. ¿Cómo fue este antes y después en tu familia?
-Mi abuela fue secuestrada, mi mamá fue desaparecida, a mí me apropiaron y mis hijos nacieron sin su verdadera identidad porque llegaron al mundo con el apellido de su papá y de su apropiador. Mi nieto es el primero que nace en la verdad de su historia. Cuando llegó a mis brazos, lo vi tan chiquito y pensé: “No hay posibilidad de que él esté en otros brazos; es el bebé de mi bebé”. Me vi así de chiquita, secuestrada, escondida, lastimada, violentada y entendí, por primera vez, lo que nos habían hecho. Entendí que cuando yo nací había una abuela esperándome como yo esperaba ahora a mi nieto.
-¿Cómo fue el hallazgo de los restos de tu papá?
–El cuerpo de mi papá se identificó en el año 2011. El Equipo Argentino de Antropología Forense llevó adelante una campaña en toda América Latina por el Plan Cóndor para poder identificar los restos de todas las dictaduras de América latina. Su cuerpo no estaba en una fosa, había llegado a las costas de Uruguay, así que le hicieron una autopsia que probó todos los tormentos previos a su muerte.
-¿Cómo viviste este proceso?
-Es muy difícil de explicar porque, cuando encontramos a mi papá, el cuerpo tenía la edad que en ese momento tenía mi hijo. Entonces, lo viví como un dolor de madre. Si bien cuando pasó yo tenía 13 días, hoy soy grande y lo veo como si fuera mi hijo.
-¿Cómo transformaste ese dolor?
-Sinceramente, me acuerdo que cuando leí la autopsia no lo podía entender. Pasó un tiempo hasta que los restos de papá llegaron a casa. Yo le pedí al padre Carlitos, de la Iglesia Santa Cruz (donde secuestraron a tres integrantes de Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, entre otras personas), que bendijera sus huesos y le pregunté cuánto dolor puede aguantar un cuerpo. Pero él me propuso algo distinto: que pensara cuánto amor puede aguantar un cuerpo. Cuánto amor tenían mis viejos, cuánto amor tenía él en su lucha, cuánto amor en sus sueños, y vivir la vida de ese lugar.