Por Luisina Arozena Bellisario

Hablar de sexo y muerte en la literatura no es novedoso, pero hacerlo desde un lugar que borre las fronteras entre lo íntimo, lo visceral y lo metafísico es parte del desafío que Juan Sklar asume en su obra. A los 40 años, el autor de Los catorce cuadernos y Nunca llegamos a la India construyó un universo literario que interroga los vínculos humanos desde una crudeza emocional que incomoda y cautiva.

Además de su faceta como novelista, Sklar es docente, guionista y columnista de radio. Su taller de escritura, El Cuaderno Azul, se convirtió en un espacio de referencia para quienes buscan explorar su propia voz narrativa. Desde ahí, guía a sus alumnos en un recorrido que, como él mismo dice, “es tan técnico como terapéutico”.

En su literatura, las escenas de sexo no son simples descripciones, sino actos cargados de contradicciones: deseo y repulsión, ternura y violencia, atracción y rechazo. Para Sklar, estas dualidades son esenciales. “El sexo no es un acto aislado; es un territorio donde confluyen la identidad, el poder y los miedos más profundos”, asegura.

–¿Qué te llevó a escribir sobre temas como el sexo y la muerte?
–No lo elijo del todo. Es algo misterioso, incluso opaco para mí. Tratar de explicar por qué hacemos lo que hacemos no siempre tiene sentido. Es como preguntarse por qué nos enamoramos de quien nos enamoramos. Podés intentar llevar lo que te mueve hacia cierto lugar, pero no sé si es posible, o necesario, entenderlo del todo.

–Tu obra suele clasificarse como “erótica”. ¿Te sentís cómodo con esa etiqueta?
–No del todo, porque no creo que mi objetivo sea erotizar. El erotismo busca erotizar y yo escribo sobre sexo sin esa intención. Si alguien se erotiza leyendo lo que escribo, buenísimo, pero también puede generar asco, indignación, risa, ternura o pena. Lo que intento es eliminar las distinciones entre lo pornográfico, lo erótico y lo romántico. Separarlas no refleja la experiencia humana del amor y el sexo, porque para mí todo pertenece al mismo espectro de los vínculos humanos.

–¿Cómo incorporás tu propia vida en la escritura?
–Todo lo que escribo tiene una gran parte de ficción. No me interesa hacer periodismo de la vida propia. Uso mi vida como material, pero la transformo, la doy vuelta, la convierto en literatura. Trabajo con metáforas y mitos para captar la esencia de lo que pasa, no la literalidad de los hechos. Lo que expongo no es la intimidad de lo que ocurrió, sino algo más profundo, más metafísico. Muchos leen lo que escribo en clave autobiográfica, pero ese es un problema de los lectores, no mío.

–¿Escribir es exponer tu intimidad?
–Sí, pero no de manera literal. Lo íntimo que expongo tiene más que ver con desnudar el alma de las cosas que con contar su ropaje más básico. Lo que pasó, tal como pasó, suele ser menos interesante que su esencia transformada en literatura.

–¿Qué rol ocupa la escritura en tu vida personal?
–Escribir me ayuda a procesar el dolor. Para mí, la angustia y la incertidumbre son una conexión con la vida, con lo que existe y con lo que es. La escritura me saca de ciertos laberintos mentales de los que no puedo salir de otra forma. No sé si mi experiencia es aplicable a todo el mundo, pero creo que, para muchas personas, puede ser un recurso terapéutico y catártico muy potente.