Por Candela Morinelli
La tragedia de Cromañón fue uno de los eventos más trágicos en la historia reciente de la Argentina. Ocurrió el 30 de diciembre de 2004, durante un recital de la banda de rock Callejeros en un club nocturno en Buenos Aires. En medio del concierto, un incendio se desató, alimentado por la inflamación de materiales en el lugar y la falta de medidas de seguridad adecuadas.
El club, que había superado su capacidad máxima, carecía de salidas de emergencia adecuadas y sistemas de prevención de incendios. La situación se volvió caótica rápidamente: el pánico se apoderó de los asistentes, y muchos no pudieron escapar. Al final, 194 personas perdieron la vida y más de mil resultaron heridas. Entre las víctimas estaba Noelia Lanas, una joven de 18 años que compartía su pasión por la música con amigos y familiares. Su pérdida dejó un vacío inmenso en su familia, especialmente en su hermana Laura, quien ha llevado el peso del duelo y la lucha por la justicia desde entonces.
–¿Cómo era su vida entonces? ¿Cómo era Noelia?
–Para empezar, hoy con Maxi, mi pareja, somos papás de Emanuel, de 6 años. En 2004 tenía 28 años y no era mamá, Maxi no era mi pareja y era hermana mayor de dos mujeres más. Hasta el 30 de diciembre. Noelia era polvorita, amiguera, novia en ese momento y estaba dando sus primeros pasos recitaleros. Siempre nos gustó la música, aunque distinta. Ella amaba a Skay Beilinson.
–¿Cómo te enteraste de lo que pasó?
–Estaba con mi novio de ese entonces, en la casa de un amigo de él que cumplía años. En la tele estaba Crónica TV de fondo, y de repente salió la noticia. Si bien estaba en silencio, alguien advirtió la noticia y subió el volumen. Desde ese momento, en una época en donde todavía no todos tenían un teléfono celular como ahora, para mí todo fue histeria. Llamé a mi casa para corroborar mediante una pregunta estúpida que Noelia había ido a ese lugar. Mi papá, que ya se había dormido, me contestó que sí.
–¿Qué consecuencias dejó este acontecimiento a nivel social y que debería aprender la sociedad de lo que ocurrió en Cromañón?
–No creo que haya dejado consecuencias a nivel social, más bien diría que a nivel generacional. Paradójicamente, me tocó atravesar la tragedia de Kheyvis, en 1993, muy de cerca. Yo tenía 17 años en ese entonces y después de haber acompañado y abrazado mucho a amigos y familiares, fui más amiga de mis amigos y más familiar con mi familia. No sé si estamos preparados para creer en que podemos hacer ese click y darnos cuenta de que nuestros actos pueden traer consecuencias. Todavía somos muy individualistas. El cambio lo hace uno.
–¿Cómo cambió tu vida desde la pérdida?
–Mi vida siguió su curso “normal”. La que había cambiado era yo. Me transformé en una persona más fría tal vez. No todo me llegaba de la misma manera, o a lo mejor la importancia de problemas propios o ajenos los medía con “la vara Cromañón”: ¿es necesario que me haga problema por tal cosa? Casi tres años después de la muerte de Noelia, mi papá falleció. Un cáncer fulminante se lo llevó en cuatro meses. Al enterarme de la enfermedad de mi papá, empecé terapia, que sigo haciendo hasta el día de hoy. Y creo que recién ahí empecé a duelar a los dos a la vez. Encontré un espacio donde poder volcar mi angustia y mi llanto, siendo mi tristeza y yo las protagonistas. Mi psicóloga me hablaba de la culpa del sobreviviente, y yo volvía a tener en claro algo, que quería estar siempre del lado de la vida.
–¿Qué mensaje te gustaría transmitir a las nuevas generaciones sobre la seguridad en eventos masivos?
–Uno cuando es adolescente, y durante unos años más también, se cree que puede todo y con todo. Que todo puede ser gracioso. No está mal. Pero si, por ejemplo, querés prender una bengala –aunque estés al aire libre– y sabés que una chispa puede dejarte una quemadura en la mano, sabés que de ahí en adelante todo puede ser peligroso. Antes de hacer algo que puede poner en peligro no solo a vos, sino a terceros, prendete un porro que seguro la pasás mejor.
–¿Tuviste o tenés contacto/relación con alguna persona que también es familiar de una víctima?
–No. Tuve contacto con la familia de la amiga con la que fue Noelia al recital (Mariela Arnaldo, su hermano Maxi y su tío Gabriel, ninguno de los tres volvió). Pero ocasionalmente, siempre a través de mi mamá, que fue la que luchó mientras pudo.
–¿Qué esperás para el futuro en términos de justicia o cambios en la legislación? ¿Qué pensás de lo que se hizo hasta ahora?
–Sinceramente soy una persona muy descreída de la clase política toda, no le creo nada a ninguno. Lo único que espero es que todos los lugares públicos sean un lugar seguro para todos.
–¿Cómo impactó la tragedia de Cromañón en la percepción de los espacios de entretenimiento en la sociedad?
–Aunque en su momento no fue bien visto, creo que reducir el aforo es un acierto. Cuando sos joven te la bancás, pero no hay necesidad de que estemos todos apretados como en una lata de sardinas para ver un espectáculo. La necesidad es de los organizadores. Siempre es lo mismo, el público es solo carne de cañón. Pero lo entendés cuando viviste de cerca estas tragedias, o cuando ya sos mayor de 40.
–¿Qué cambios observaste en las normativas de seguridad desde entonces?
–Desde entonces, solo voy a recitales en estadios o en lugares aptos para tal fin. Yo era re de ir a antros y lugares que tenían su encanto, no lo voy a negar. Pero ya no. Así que no sé cómo funcionan esos lugares ya.
–¿Se mantiene viva la memoria de las víctimas en la cultura rock y en la música argentina?
–Sí, y por suerte muchas bandas que me gustan aún lo recuerdan todos los 30 de diciembre.
Desde aquel trágico diciembre, la sociedad argentina experimentó un profundo proceso de reflexión. Los familiares de las víctimas, como Laura, se convirtieron en voces fundamentales en la lucha por la justicia y la modificación de leyes que regulan la seguridad en recintos públicos. Esto generó una mayor conciencia sobre la necesidad de un marco regulatorio que no solo se limite a cumplir con las formalidades, sino que realmente garantice un ambiente seguro para todos.
Además, esta tragedia dejó un legado de solidaridad entre las generaciones más jóvenes. Muchos jóvenes, al asistir a conciertos y eventos, se sienten impulsados a cuestionar y verificar las condiciones de seguridad de los lugares a los que van, exigiendo transparencia y
responsabilidad por parte de los organizadores. La cultura de la prevención y el cuidado comenzó a arraigarse, promoviendo un sentido de comunidad donde cada individuo se convierte en un vigilante de la seguridad colectiva.
El recuerdo de Noelia y de todos los que perdieron la vida en Cromañón es un faro que ilumina el camino hacia un futuro en el que la seguridad en eventos masivos sea innegociable.
Esta entrevista fue la ganadora del Concurso Anual de Tea 2024 en la categoría 2° año.