Por Lorenzo Santilli

En un contexto de crisis en los medios, aceleración digital e imágenes generadas por inteligencia artificial, el fotoperiodista Rodrigo Abd, dos veces ganador del Premio Pulitzer y referente latinoamericano del periodismo visual, reflexiona sobre el futuro de la profesión, la ética, el valor de la imagen fija y la necesidad de sostener una pasión en un mundo sobresaturado.

-¿Por qué tenés tapado el logo de la marca de tus cámaras?
-(Risas) Empezó cuando vivía en Guatemala. Se lo vi a alguien y pensé que era una forma de desalentar a los ladrones, que no pensaran que era un artefacto caro. Me robaron igual, con cámara tapada y todo, pero se me hizo costumbre… Además, Sony no me patrocina, así que tampoco tengo por qué hacerle publicidad (risas).

-¿Cómo ves el futuro del fotoperiodismo en un mundo digitalizado e inmediato?
-Es difícil pensar en el futuro, pero sí puedo hablar del presente: el viejo mundo de los departamentos de fotografía en los diarios está muriendo. Hoy la mayoría de los fotoperiodistas son freelance: se autogestionan, se autofinancian, se auto promocionan… Ese es el nuevo ecosistema, con todo lo que eso implica. Hay un cambio profundo en la manera de trabajar y de sobrevivir.

-¿Y cómo afecta eso a la narrativa visual?
-Vivimos un tiempo de consumo frenético de imágenes. Antes una foto podía tardar semanas en publicarse; hoy todo es inmediato. El problema es que cada vez hay menos espacios para trabajos en profundidad. La velocidad lo devora todo. Y eso, inevitablemente, nos afecta.

La cobertura de la guerra de Ucrania le valió un Premio Pulitzer.

-¿Se puede seguir haciendo buen fotoperiodismo en ese contexto?
-Siempre hay formas: muestras, exposiciones, galerías, centros culturales… lugares donde la imagen puede vivir sin el vértigo de las redes. Pero no hay dudas de que estamos en una gran crisis de los medios. Cada vez hay menos dinero para pagar por el trabajo que hacemos. Y aunque muchos colegas se adaptan, diversifican o sobreviven, ese es hoy el común denominador de la industria.

-Aun así, hablás con mucho cariño del oficio. ¿Qué lo sostiene?
-El amor. El amor por esto. A pesar de todo lo que está mal, siento que no se rompió el deseo de seguir produciendo. Ese motor interno nos mantiene unidos, incluso con nuestras diferencias. Todos, de alguna manera, estamos tirando para el mismo lado.

-¿Creés que el amor por el fotoperiodismo se puede perder?
-No. Va a cambiar la forma, los lenguajes, la tecnología, pero la intención, la pasión por narrar con imágenes, va a seguir existiendo. El fotoperiodismo de Eugene Smith, Cartier-Bresson o Eugene Richards cambió, sí, pero su esencia permanece. Hoy hay video, multimedia, IA… pero la foto fija sigue teniendo valor.

-¿Una buena foto todavía puede viralizarse como antes?
-Siempre. Una buena imagen, bien hecha, trasciende plataformas. Hoy puede ser Instagram, mañana será otra cosa. Lo importante no es dónde se publica, sino que la imagen sea buena, honesta, potente. Que tenga algo para decir.

Abd en Ucrania.

-¿Qué es lo que hace que una foto perdure en el tiempo?
-Eso es mágico. A veces no sabés por qué una imagen te queda grabada. Como la del chico tirando la botella con el Obelisco de fondo, en 2001. La hizo Enrique García Medina. Esa foto quedó, y vos -que ni habías nacido en ese momento- la recordás. Eso es lo que buscamos: imágenes que queden en la memoria colectiva, más allá del autor o del contexto.

-¿Cómo afecta al oficio el avance de la inteligencia artificial?
-Ya estamos usando IA, aunque no queramos. Cuando retocás una foto con ciertas herramientas, ya estás interactuando con ella. Pero eso no es lo mismo que crear imágenes desde cero, alterar la realidad o manipular contenidos, como hacen algunos con IA para eventos como la Met Gala. Eso me parece grave. No puede considerarse fotoperiodismo.

-¿Por qué lo considerás un límite ético?
-Porque uno de los pilares del fotoperiodismo es no intervenir en la escena. No podés pedirle a alguien que tire una piedra o entregarle una molotov para lograr una imagen más impactante. Tampoco podés inventar esa escena en Photoshop. Eso ya es otra cosa: es ficción. Y si se acepta eso, bueno, me pondré un puesto de milanesas.

-Sin embargo, todo encuadre es una decisión ideológica, ¿no?
-Sí, claro. Siempre hacemos un recorte. El ángulo, el lente, el momento: todo define un punto de vista. Pero una cosa es tener una mirada y otra crear una escena que no existió. Lo primero es periodismo. Lo segundo, no.

Imagen tomada en Venezuela en 2012.

-¿Sentís que el público todavía se toma el tiempo de ver las fotos con profundidad?
-En muy pocos casos. Vivimos en la lógica del scroll infinito. Pero si alguien se detiene cinco segundos a mirar una imagen, ya ganamos. Ese es nuestro trabajo: hacer imágenes que detengan el mundo por un instante.

-¿Y cómo convivís con esa velocidad?
-No me preocupa tanto lo que hace el público. La gente vive, tiene otras cosas. Nosotros tenemos la responsabilidad de hacer fotos que merezcan ser vistas. El desafío es seguir produciendo con sentido, en medio de tanta oferta visual.

-¿Qué consejo le das a los jóvenes fotoperiodistas que recién empiezan?
-Que no copien a nadie, que busquen algo que realmente los conmueva y que lo trabajen con profundidad. En un mundo lleno de imágenes, sólo sobresale lo auténtico. Si encontrás algo que te importe de verdad y lo hacés con convicción, vas a encontrar tu lugar. No importa si hay cien fotógrafos en una marcha: lo importante es encontrar tu propia mirada, tu voz. Y sostenerla.