Por Micaela Rafaniello

Lejos de ser solo una exponente más del género, la trayectoria de Cazzu pone en tensión muchas de las estructuras que históricamente definieron los espacios musicales dominados por hombres. Su estética, su lírica y su posicionamiento público construyen una narrativa que no solo visibiliza a las mujeres en el trap, sino que las sitúa en el centro de la escena.

Según afirman Nazareno Bravo y María Emilia Greco en su ensayo “La elaboración de identidades mundializadas a través del trap. Marginalidades juveniles, consumismo y experimentación musical”, el trap es un estilo musical que circula fuertemente desde 2014, cuando fue evidente su presencia en las redes sociales y la formación de escenas. Nació en los suburbios de Atlanta, en Estados Unidos, pero inmediatamente se multiplicó en todo el mundo. Sin embargo, algunos periodistas musicales insisten en señalar que se experimenta con sus sonoridades desde la década de 1990 y que pueden encontrarse ejemplos desde 2000. 

El caso de Cazzu resulta especialmente valioso para explorar los cruces entre música, juventud y política cultural. Desde sus comienzos en el under jujeño hasta su proyección internacional, su recorrido ofrece pistas sobre cómo ciertas voces –que antes eran marginales o directamente silenciadas– comienzan a ocupar un lugar central en la industria musical y en el imaginario colectivo. En este sentido, la artista no solo canta, sino que también disputa sentidos: sobre el cuerpo, el deseo, el poder, la visibilidad y el derecho a narrar desde una mirada femenina y latinoamericana.

DEL INTERIOR PROFUNDO AL CENTRO DE LA ESCENA

Julieta Emilia Cazzuchelli, conocida artísticamente como Cazzu, nació en Fraile Pintado, un pequeño pueblo en la provincia de Jujuy, al norte de Argentina, el 16 de diciembre de 1993. Desde muy chica estuvo conectada con la música: su padre era músico aficionado y la incentivó a cantar desde niña, acompañándola con la guitarra. A los 11 años ya componía sus propias canciones, y en la adolescencia comenzó a presentarse en eventos locales, donde experimentó con diversos géneros como el rock y el pop melódico. Criarse en un contexto periférico y alejado de los grandes centros urbanos marcó su visión artística y la conciencia de estar representando una voz del interior del país en un ámbito muchas veces centralizado en Buenos Aires.

Antes de convertirse en referente del trap, Cazzu exploró distintos géneros musicales. Comenzó su carrera formal como cantautora de pop y rock alternativo, publicando temas bajo el nombre artístico de Juli K. Incluso llegó a grabar un disco en ese estilo, que más tarde quitó de circulación. Sin embargo, sentía que ese formato no conectaba con su realidad ni con el público que quería alcanzar. Fue a partir de 2017 que adoptó el nombre “Cazzu” y se volcó de lleno a la música urbana, inicialmente con un enfoque en el reggaetón y luego incorporando cada vez más elementos del trap, un género que empezaba a tomar fuerza en la Argentina. Su giro estilístico fue también una decisión estética y política: buscaba contar otras historias, con un lenguaje más directo, crudo y representativo de las juventudes de su generación.

Para Mariano del Mazo, escritor y crítico musical argentino, “Cazzu fue una de las primeras artistas en plantarse en el universo del trap con una identidad propia y profundamente latinoamericana. No imitó, adaptó. No copió la estética de Atlanta; construyó una desde Jujuy”.

La canción que marcó un antes y un después en su carrera fue “Loca” (2017), junto a Khea y Duki, dos de los principales nombres del incipiente trap argentino. El videoclip superó rápidamente las cien millones de visualizaciones en YouTube y posicionó a Cazzu como una de las pocas voces femeninas con visibilidad en la escena. A partir de ahí, comenzó a participar en shows y festivales por todo el país, compartiendo escenarios con artistas del movimiento urbano emergente. Fue telonera de Bad Bunny en el Luna Park y participó en festivales como el Lollapalooza Argentina, y confirmó así su lugar dentro del mainstream sin perder su impronta independiente. En 2019 lanzó su primer disco de estudio como Cazzu, titulado Error 93, que la consolidó como una artista versátil, capaz de fusionar trap, reggaetón y R&B con una fuerte carga lírica. 

PATEAR LA PUERTA: EL INGRESO AL TRAP COMO ACTO POLÍTICO

Desde sus inicios en 2017, el trap argentino estuvo dominado por varones. Según Del Mazo, “la estética del trap, con su crudeza y ostentación, incomoda al adulto promedio. Pero justamente ahí radica su potencia: en no querer agradar al canon”.

En este contexto, Cazzu emergió como una pionera al irrumpir en escenarios y festivales donde pocas mujeres tenían visibilidad. En palabras de Vogue, “en Argentina, Cazzu es pionera de un género dominado por hombres, ganándose el cariño de su público a punta de un trap abiertamente feminista“. La revista Rolling Stone destacó que ella “tuvo que patear la puerta” para abrir camino y que ese rol de “la loca” facilitó que otras artistas femeninas entraran después.

Cazzu adoptó una propuesta estética y discursiva contundente: un trap feminista y provocador. Mostró contundencia en entrevistas: “No ser una mujer sumisa ha hecho que la gente me perciba como una amenaza”. Y llevaba pañuelos verdes en sus shows como declaración simbólica de derechos de las mujeres. 

LENGUAJE SIN FILTRO: LA REESCRITURA DE LO FEMENINO EN EL TRAP

En cuanto a sus letras, Cazzu articula en sus canciones un discurso de empoderamiento femenino que cuestiona roles tradicionales. En temas como “Los hombres no lloran” aborda la sensibilidad masculina desde una perspectiva crítica y emocional, mientras que en varios versos reivindica su independencia como mujer exitosa.

Su lírica también problematiza el deseo y la sexualidad: “Loca” (2017) y “Dolce” combinan seducción explícita con control narrativo, resignificando el erotismo femenino como algo poderoso y soberano. 

En su ensayo “Lo performativo, lo juvenil y el cuerpo en el trap latinoamericano”, los autores Nicolás Lingeri y María Gabriela de la Cruz señalan que “el cuerpo en el trap resulta un aspecto central: el artista es quien pone su cuerpo cargado de historia y vivencias en la escena, haciendo del mismo un mapa de significación que condensa su recorrido performático juvenil”.

En Maldade$ (2017), su álbum debut, se percibe una actitud desafiante frente a un entorno del trap dominado por hombres, donde ella se posiciona como protagonista activa. En este sentido, Del Mazo observa: “Lo interesante del feminismo en el trap argentino es que no responde a un manual: se mezcla con lo popular, con lo villero, con lo sensual. Es un feminismo callejero, visceral“.

Cazzu opera a través del lenguaje oral y visual para resignificar lo femenino. En sus letras, usa un estilo directo, sin eufemismos, que normaliza la sexualidad femenina y establece un discurso de autonomía: habla de gobernar su éxito económico, incluso reflexionando sobre cómo maneja la plata y el desafío de ganar más que otros.

En entrevistas reconoce que su identidad va más allá de la imagen provocativa: “No soy una bad bitch pura, también soy revolucionaria y sensible”, dijo, resignificando el rol femenino en la música urbana como multifacético: fuerte, emocional, inteligente y empoderado.

SER MUJER EN EL TRAP: DESAFÍOS, DISCURSOS Y NUEVAS REPRESENTACIONES

La importancia de Cazzu en la escena del trap femenino argentino radica no solo en su presencia visible, sino en cómo su carrera refleja las tensiones y negociaciones que implica ser mujer en un espacio históricamente dominado por hombres. Más allá de su estilo personal, Cazzu representa un cambio generacional y cultural: su recorrido expone las dificultades y desafíos que enfrentan las mujeres para hacerse un lugar en un género con reglas propias, mostrando tanto las oportunidades como las limitaciones del ambiente urbano local.

Nicki Nicole, por su parte, adopta una estética más introspectiva y emocional. Si bien también cuestiona los mandatos de género, lo hace desde lo íntimo: sus letras reflejan sensibilidad, autocuidado y sororidad. Ha dicho que busca “mostrar otras formas de ser mujer sin tener que parecerse a los varones”. Nathy Peluso, en cambio, trabaja desde la teatralidad y la mezcla de géneros como forma de empoderamiento. En temas como “Mafiosa” o “Delito”, se reapropia del cuerpo y del deseo con una estética provocadora y conceptual. Su mensaje apunta a subvertir la mirada masculina sobre las mujeres, y su discurso feminista es explícito tanto en sus letras como en el escenario.

Aunque cada artista recorre un camino distinto, todas comparten el objetivo de visibilizar nuevas formas de ser mujer en la música urbana. Cazzu, por haber sido una de las primeras en instalar esta agenda en el trap argentino, ocupa un lugar clave como referente que abrió puertas y marcó un estilo propio que combina fuerza, vulnerabilidad y conciencia de clase. “Hoy me enorgullece mucho haber sido la persona que hizo que todas las chicas hoy estén en un lugar en el urbano que es muy cómodo. No digo que haya sido la única, para nada, pero mi proyecto sí era bastante maleducado, bastante rebelde”, aseguró la artista en una entrevista con Telemundo en 2023.

TRAP, JUVENTUD Y PERIFERIA COMO FORMA DE RESISTENCIA FEMINISTA

El trap, y en particular la música de Cazzu, interpela principalmente a jóvenes de barrios urbanos y periféricos que encuentran en este género una forma de expresar sus realidades de exclusión social, desigualdad y búsqueda de identidad. Aunque Cazzu proviene del norte argentino, lejos de los grandes centros culturales, su obra refleja la experiencia de la periferia como un espacio de resistencia y creatividad, y resignifica la marginalidad desde un lugar de poder y agencia juvenil. 

“El trap es el grito de una generación que nació con el teléfono en la mano y el Estado ausente. Y cuando ese grito viene de una piba del interior, se convierte en algo mucho más potente: una declaración política”, explica Del Mazo.

Además, su música y su discurso se inscriben dentro de un feminismo popular que emerge desde sectores menos visibles de la sociedad, donde el empoderamiento femenino se articula con la cultura popular periférica. De este modo, Cazzu no solo visibiliza las problemáticas concretas que enfrentan las mujeres en contextos de desigualdad estructural, sino que también transforma las narrativas del trap en espacios legítimos para la construcción de nuevas subjetividades femeninas y para el activismo cultural desde abajo.

CRUCES Y HERENCIAS CON OTRAS CULTURAS MUSICALES MARGINALES

El trap comparte con géneros como el punk, la cumbia villera y el rap un origen periférico y marginal. Emerge desde sectores sociales excluidos y contestatarios. Al igual que el punk en los años 70 en Estados Unidos y Reino Unido, el trap argentino nace como una expresión de la juventud que busca cuestionar las normas sociales y las estructuras de poder establecidas, utilizando un lenguaje directo y crudo que refleja las dificultades cotidianas y la rebeldía frente a la exclusión.

La cumbia villera, que surgió en la Argentina a finales de los años 90, también funciona como antecedente clave para entender el trap: ambos géneros expresan la voz de los barrios populares, denuncian la pobreza, la violencia policial y la marginalidad, y resignifican identidades culturales periféricas a través de su música y estética. Además, ambos han generado controversia social y mediática por su asociación con sectores marginalizados y sus letras explícitas.

En cuanto al rap, el paralelismo con el trap es más evidente, ya que los dos géneros comparten el uso del flow, la importancia del freestyle y la construcción de relatos personales sobre la vida en la periferia. El trap puede considerarse una evolución contemporánea del rap, incorporando sonidos más electrónicos y temáticas ligadas a la cultura digital y las redes sociales, pero manteniendo la función de vehículo de denuncia y resistencia. Cazzu, al igual que muchas artistas de rap, utiliza su música para desafiar roles tradicionales de género y visibilizar experiencias femeninas en contextos dominados por hombres.

UNA ARTISTA QUE INCOMODA, TRANSFORMA Y TRASCIENDE

El recorrido artístico de Cazzu no puede entenderse solo en términos de éxito musical, sino como el despliegue coherente de una identidad compleja que articula territorio, género y disidencia. Su más reciente disco, Latinaje (2025), no es solo una apuesta sonora: es una declaración política que entrelaza trap, folklore jujeño y bolero, revalorizando sus raíces norteñas dentro de un mercado musical globalizado que suele homogenizar los sonidos y discursos. En una industria muchas veces regida por estéticas impuestas desde el norte global, Cazzu responde con una obra que celebra lo local y lo híbrido, construyendo un espacio de pertenencia alternativo desde el margen. “Después de todo lo que pasó ha vuelto con un gran disco, un gran disco muy interesante, que la muestra un poco despojada, incluso a nivel vestimenta, sale como una chica más cercana”, opinó Del Mazo.

Este posicionamiento también se refleja en su activismo público: a inicios de 2025, Cazzu se expresó abiertamente en contra del presidente Javier Milei y su agenda misógina, sumándose a una ola de artistas que denunciaron los recortes en cultura y los discursos de odio hacia las mujeres y las disidencias. Lejos de limitarse al escenario, su discurso traspasa el plano artístico y reafirma su compromiso con el feminismo popular y los sectores históricamente postergados.

Cazzu, entonces, no es solo una referente del trap: es una figura clave en el entramado cultural actual, donde las tensiones entre industria y autenticidad, entre visibilidad y raíz, se hacen cada vez más evidentes. En un panorama donde lo femenino muchas veces sigue siendo objeto antes que sujeto, su propuesta artística ofrece otra posibilidad: la de una mujer que no negocia su deseo, que produce desde la periferia, que incomoda y que al mismo tiempo logra resonar en lo masivo. Esa es, quizás, su forma más radical de hacer política.