Por Matías Riso

Este 7 de octubre se cumplen dos años del ataque de Hamás contra Israel, el hecho que reconfiguró la política y la seguridad en Medio Oriente. Lo que comenzó como una ofensiva sorpresa se transformó en un conflicto prolongado y devastador que, dos años después, no ha encontrado una salida definitiva.

EL ATAQUE

En la madrugada de ese sábado, milicianos de Hamás lanzaron una ofensiva sin precedentes desde la Franja de Gaza. Miles de cohetes impactaron en el sur y el centro de Israel, mientras comandos armados irrumpían en comunidades fronterizas, bases militares y un festival de música. En pocas horas murieron unas 1.200 personas, en su mayoría civiles israelíes, y alrededor de 250 fueron secuestradas y llevadas a Gaza. El ataque expuso vulnerabilidades en la seguridad israelí y provocó una respuesta inmediata: el gobierno de Benjamin Netanyahu declaró formalmente la guerra y lanzó una ofensiva aérea y terrestre a gran escala sobre Gaza.

Desde entonces, la guerra ha dejado un saldo devastador. En el recuento actualizado cada 24 horas, el Ministerio de Salud de Gaza contabiliza más de 67.000 muertos (de los cuales más de 18.000 son menores) y unos 170.000 heridos. Entre los fallecidos se incluyen más de 1.700 miembros del personal sanitario, más de 560 trabajadores humanitarios, más de 250 empleados de medios de comunicación y más de un centenar de rescatistas de Defensa Civil.

La ofensiva israelí destruyó barrios completos, hospitales y escuelas, al tiempo que la ONU estima que más del 80% de la población gazatí (alrededor de 1,9 millones de personas) debió desplazarse internamente en algún momento de estos dos años. Muchas familias han sido desplazadas varias veces debido a los constantes bombardeos y las operaciones terrestres israelíes.

La infraestructura básica de Gaza colapsó: los cortes de electricidad son casi permanentes, el acceso al agua potable es limitado y los hospitales funcionan con recursos mínimos. La ayuda humanitaria internacional enfrenta dificultades constantes para ingresar debido a los combates y a los bloqueos fronterizos efectuados por el propio Hamás. Por su parte, el Programa Mundial de Alimentos advirtió en septiembre que la inseguridad alimentaria alcanzó niveles “catastróficos”, con riesgo real de hambruna en algunas zonas del enclave.

En Israel, además de las víctimas iniciales, centenares de soldados murieron en operaciones militares. La sociedad vive una tensión política interna profunda: parte de la población reclama acuerdos para liberar a los rehenes que aún permanecen en Gaza, mientras otros sectores presionan a Netanyahu por continuar la ofensiva hasta la destrucción total de Hamás.

TRUMP Y LOS “PLAZOS LÍMITE”

Durante 2024, la administración de Joe Biden impulsó un plan de paz en tres fases que incluía un alto el fuego temporal, la liberación progresiva de rehenes y la reconstrucción internacional de Gaza. Aunque generó expectativas, las negociaciones se estancaron por desacuerdos entre Israel y Hamás sobre el rol político del grupo terrorista en la posguerra. Egipto y Catar también mediaron en rondas de conversaciones indirectas, pero sin avances sostenibles. El conflicto quedó atrapado entre exigencias políticas incompatibles y una realidad militar empantanada.

En este contexto, el presidente estadounidense Donald Trump, que regresó a la Casa Blanca en enero de este año, presentó el 3 de octubre un nuevo acuerdo de paz para poner fin al conflicto. La propuesta incluye:

– Alto el fuego inmediato y verificable, con supervisión internacional. Liberación de todos los rehenes israelíes restantes en un plazo de 30 días.

  • – Retiro gradual de tropas israelíes de Gaza bajo condiciones de seguridad acordadas. Desarme progresivo de Hamás, con verificación de una coalición internacional.
  • – Creación de una Autoridad Administrativa Provisional en Gaza, con participación de países árabes, para gobernar el enclave durante una transición política.
  • – Negociaciones hacia un Estado palestino independiente, con apoyo económico de Estados Unidos y aliados árabes para la reconstrucción.

Trump fijó un plazo límite de seis meses para alcanzar un acuerdo definitivo, advirtiendo que si no se cumplen los compromisos, Estados Unidos podría imponer sanciones a ambas partes y retirar su mediación. “La era de los procesos interminables sin resultados ha terminado”, declaró en Washington.

Israel recibió la propuesta con cautela: el gobierno de Netanyahu expresó apoyo a algunos puntos, pero rechazó la creación de una administración palestina que no garantice seguridad plena. Hamás, por su parte, dijo que estudiará la propuesta, pero fue crítico con las exigencias de desarme sin garantías políticas previas, aunque en estos últimos días parece que la propuesta fue aceptada. Países como Egipto, Arabia Saudita y Catar respaldaron públicamente el intento de mediación de Washington.

UN FUTURO INCIERTO

Dos años después del ataque del 7 de octubre, el conflicto sigue lejos de resolverse. Gaza enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes, Israel vive tensiones internas profundas y la región permanece en un equilibrio frágil. La iniciativa de Trump representa el intento más ambicioso de mediación desde que comenzó la guerra, pero su éxito dependerá de que ambas partes acepten concesiones difíciles y de que la comunidad internacional logre sostener el proceso. Por ahora, la paz sigue siendo una meta lejana en un territorio cruzado por la violencia, donde miles de personas, tanto palestinos como israelíes, siguen pagando el precio más alto.