Por Candela Morinelli

Una pareja joven conformada por dos hombres rusos estaba tranquila en la casa de uno de ellos tras un día largo de trabajo. Era una tarde normal. Faltaba poco para que terminara febrero de 2022, cuando de pronto vieron una noticia impactante en la televisión: “Las Fuerzas Armadas de Rusia han entrado en suelo ucraniano”. El conflicto entre estos dos países venía de años atrás, desde los sucesos de Euromaidán en 2014. Lo que desembocó en el mayor conflicto militar convencional en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, una guerra que lleva más de tres años y no parece cesar. 

Saint Vereskov, periodista y escritor nacido en Moscú, jamás imaginó que meses después estaría tomando un avión rumbo a Buenos Aires, escapando de la guerra y de un sistema cada vez más hostil hacia la comunidad LGBTQ+. Mucho menos que terminaría administrando un canal de Telegram llamado “Lo perdí todo” para compartir sus pasiones culturales y acompañar a otros migrantes. 

Una semana antes de cumplir tres años en la Argentina, Saint aceptó contarme su historia. Me mandó un mensaje: “Entro apenas termine de fumar un cigarrillo”. Mientras lo veía cruzar la puerta del café en Caballito, barrio en el que actualmente vive, entendí que detrás de ese gesto cotidiano había una historia llena de sucesos que marcaron su vida. 

Con 32 años, Saint y su novio se vieron obligados a dejar el país donde habían nacido y vivido más de tres décadas, dejando atrás a su familia y amigos. Pero también, la vida que habían conformado. Saint dedicó su carrera en Rusia a trabajar como editor de moda en la revista francesa Elle, por lo que gran parte de su trabajo consistía en viajar a París y a Milán a cubrir eventos como la Fashion Week. Pero luego entendió que le gustaban más la cultura y la literatura. Escribió y publicó dos libros en Rusia, que solo están disponibles allí. Estaba a gusto con su vida, se dedicaba a lo que le gustaba y podía vivir de eso, era el menor de dos hijos de una pareja feliz, y estaba de novio hacía siete años con el hombre que amaba. Pero por desgracia, Rusia es uno de los países con el nivel de homofobia más alto del mundo. En 2012, el gobierno ruso con Vladímir Putin nuevamente al mando empezó a aprisionar a la comunidad LGBTQ+, cuando Saint tenía 22 años. Fue entonces cuando entendió que quería mudarse y vivir en otro país donde pudiera ser él mismo libremente.

En Rusia, la homofobia está respaldada por políticas estatales. Desde 2013 rige una ley contra la “propaganda de relaciones no tradicionales” que prohíbe difundir información positiva sobre la diversidad sexual, lo que limita derechos de expresión y visibilidad de la comunidad. El gobierno y sectores conservadores asocian la homosexualidad con valores “occidentales” y la decadencia moral, fomentando la discriminación. Activistas y personas de la comunidad LGBTQ+ enfrentan violencia, censura, persecución policial y restricciones para manifestarse o formar organizaciones. Esto genera un clima hostil que empuja a muchos a emigrar. Sin embargo, no es un secreto para nadie lo difícil que es mudarse. Es un proceso que requiere todo de uno mismo para transitarlo pero resulta casi inimaginable la situación de una persona que debe salir de su país y abandonar la vida que conocía en busca de mejores oportunidades porque sabe que allí donde estaba, no podrá tenerlas. 

Saint no tenía el dinero ni la posibilidad de emigrar en aquel entonces pero sí tenía un objetivo muy claro: salir de Rusia. Comenzó a trabajar muy duro durante muchos años para ahorrar lo suficiente pero cuando se acercó el momento, la economía dio un vuelco. Rusia atacó a Ucrania y todo se desmoronó. El problema ya no era solo la homofobia del país, sino también el comienzo de una guerra que significaba para ellos una posible llamada para unirse al ejército. Allí, los ciudadanos de entre 20 y 35 años pueden recibir un papel que los obliga a ir a la guerra. Nervios, dudas, ansiedad y sobre todo inestabilidad fue lo que Saint, su novio y tantos otros jóvenes sintieron en ese momento. Saint se refirió a la situación como una “doble prisión”: “No solamente estás en la oposición del gobierno oficial sino que también sos gay y es imposible negarte a ir a la guerra”. Negarse a unirse al ejército significa sufrir restricciones posteriores como no poder disponer de la propia cuenta bancaria ni poder salir del país. 

Primero pensaron en Canadá porque tenían dos amigas viviendo allá y querían empezar de cero. Cuando dijo que “quería empezar de cero” pronunció las “r” arrastrando un pedazo de Rusia consigo, una parte que siempre lo acompañará. Habla un español argentino casi perfecto, pero a veces confunde “incluso” con “excluye”, y su acento lo delata.

Canadá no pudo ser, ni ningún país occidental de América central ni del norte, porque con el comienzo de la guerra, frenaron las visas para los rusos en varios países. En medio de la crisis y la desesperación por encontrar un país al que les permitieran emigrar, Saint abrió un mapa del mundo y empezó a estudiar las políticas de los países, en busca de uno que tuviera leyes de igualdad y de matrimonio igualitario. Se encontró con una realidad decepcionante… No muchos países tienen eso que ellos buscaban. ¿Por qué no un país dentro de Europa? “Queríamos estar lo más lejos posible de Rusia, y en un lugar donde pudiéramos casarnos”. 

Se encontró con la Argentina, en sus propias palabras “un país bastante suave”, donde aceptan inmigrantes fácilmente y que para ellos, era el más entendible a nivel cultural dentro de América Latina. Vio que Buenos Aires era una las ciudades más seguras del continente y con un sistema de salud y educación muy bueno. Fue un salto a lo desconocido completamente, no solo por la lejanía con Rusia, sino también porque lo único que conocían del país era Jorge Luis Borges y algo de Natalia Oreiro, pero no sabían ni dónde quedaba en el mapa. 

Si bien muchos rusos están en desacuerdo con las políticas de su gobierno, no pertenecer a la comunidad LGBTQ+ permite proyectar una vida allá más tranquila. Pero no era el caso de Saint y su pareja y mucho menos en guerra, por eso emprendieron su viaje hacia lo desconocido en la Argentina. El empleo no fue un problema porque ambos trabajan de manera remota en empresas rusas pero no tuvieron tiempo realmente para familiarizarse con nada del país: desde Rusia alquilaron un Airbnb por dos semanas, aunque no sabían ni una palabra en español, nunca habían imaginado que necesitarían saberlo. Esa era una de las cosas que más les preocupaba y por eso tan pronto llegaron contrataron a una profesora para aprender el idioma. 

Poner un pie en la Argentina fue conocer un mundo nuevo. Se encontraron con un país más igualitario, más justo, con mayores oportunidades para estudiar y para acceder al sistema de salud, pero lo más importante es que encontraron un país donde les permitían casarse y cumplir el sueño que tenían como pareja. Se casaron unas semanas después de haber llegado, completamente felices de haber logrado algo que vieron siempre tan lejano. Ahora, el esposo de Saint consiguió comenzar a estudiar para ser diseñador de videojuegos. Ese siempre había sido su sueño, pero en Rusia es prácticamente impagable una carrera universitaria, solo acceden doscientas personas por año, y solo diez de esos estudiantes pueden acceder a cuotas pagadas por el gobierno. Luego del Airbnb, se mudaron a San Telmo, una experiencia que no les gustó demasiado por la cercanía al centro, y así llegaron a Caballito. Mucho más rodeado de espacios verdes y más tranquilo. 

“Lo más impresionante acá fue ver manifestaciones e incluso posteos en redes sociales de personas que piensan distinto al oficialismo”, comentó Saint. En Rusia es realmente impensado siquiera subir una foto en contra del gobierno porque eso puede derivar en encarcelamiento o denuncia por hablar mal del gobierno. De hecho todos los medios de comunicación opositores fueron cerrados y muchas personas tuvieron que exiliarse. 

Llegar acá y encontrarse con carteles, movilizaciones, manifestaciones o la Marcha del Orgullo que se hace todos los años impulsó a Saint a interesarse por la historia argentina. Se anotó en un taller de historia y política de América Latina, y allí aprendió todo tipo de cosas sobre la Argentina que hicieron que se interese aún más por el país y su avance con los derechos humanos y la educación. “Me parece que a veces los argentinos no se dan cuenta de lo bueno que tienen en realidad”, afirmó emocionado. 

Hoy las complicaciones se centran en la comunicación de Saint con su familia. Nuevas medidas del gobierno ruso bloquearon las llamadas por WhatsApp, Telegram y Meet, además de la diferencia horaria y el precio elevado del roaming. A veces logran hablar con una VPN pero en general pasan días sin saber de sus familias y amigos. Además, la economía argentina cambió mucho desde su llegada, con la asunción de Javier Milei como presidente, por lo que a las empresas rusas les representa mucho dinero mantener trabajadores que cobran en moneda extranjera y Saint cree que es posible que pierda su trabajo. Para ellos también se volvió más caro vivir acá. Hoy se encuentran tramitando el DNI para tener la residencia permanente en la Argentina, que será por vía judicial, y hasta que no lo tengan no pueden salir del país.

NUEVO PAÍS, NUEVAS COSTUMBRES

A Saint no le gustan las milanesas ni las papas fritas, son platos muy extraños para ellos y no están acostumbrados. También se llevó la gran sorpresa de que los lácteos no pueden estar tanto tiempo en la heladera, cuando en Rusia un queso puede durar seis meses. Aunque sí extraña la variedad de cada cosa que hay en Rusia, le gusta que la comida sea más saludable en la Argentina, pasa por menos procesos y por eso también dura menos. 

“Ah, no puedo ir hoy a pintar tu pared, mi perra se enfermó”, dijo de repente a carcajadas. “Me impresionó mucho cómo los argentinos no son tan puntales o no pueden ir a trabajar por diferentes motivos y eso es muy común”. En Rusia es impensado hacer algo así incluso entre amigos. No existe llegar tarde o faltar al trabajo a menos que estés al borde de la muerte. 

Está completamente fascinado con las empanadas y la cantidad de locales de helados que hay, porque en Rusia no es tan popular. En este tiempo en el país, ya visitaron Mar del Plata, Bariloche, Tandil y Córdoba. Saint y su pareja están muy felices en la Argentina, no tienen ninguna intención de volver a vivir en Rusia ni siquiera cuando la guerra termine, porque ya no buscan un lugar: lo encontraron y lo están construyendo. Incluso piensan en la posibilidad de algún día adoptar hijos en un país que se los permita.

—¿A Tucumán fueron? Allá están las mejores empanadas. 
—¿Ah, sí? No, no he ido pero ahora ya sé qué hacer en las próximas vacaciones.