Por I. Chinavsky.

En 1983, el periodista Ricardo Ragendorfer conoció de casualidad a Bioy Casares en un almacén cerca de su casa. Eran vecinos e iban a comprar al mismo lugar. El joven periodista, que casualmente llevaba consigo una copia gastada de “La invención de Morel”, le pidió un reportaje que fue concedido por Bioy y concretado la tarde siguiente en su mansión de calle Posadas. Una vez terminada la entrevista, Bioy lo invitó a quedarse a ver televisión con él y Silvina Ocampo. El programa era, sorprendentemente, el Show de Benny Hill, que cada jueves la pareja seguía con entusiasmo.

Desde ese día, forjaron la costumbre de reunirse, siempre en la casa de Bioy, a ver su programa favorito. El show fue levantado a los pocos meses, pero ya se había formado una amistad que duraría años.

Treinta años después de su primer encuentro, Ragendorfer recuerda a su amigo y confiesa que haberlo conocido “fue un extraño y maravilloso beneficio”.

-¿Te acordás de la primera vez que fuiste a ver tele a la casa de Bioy con él y Silvina? ¿Cómo era él? ¿Tenía sentido del humor?

-Si, él era muy divertido. La primera vez que me quedé a ver televisión con ellos fue el día que fui a hacerle una entrevista que jamás salió publicada y, desde luego, me sorprendió que me invitara a ver ese programa, justamente ese programa. Me parecía alucinante estar con ellos en una situación hogareña, familiar. Tanto Bioy como Silvina eran muy amables, muy simpáticos, muy cordiales y desde luego Bioy tenía un insuperable sentido del humor.

-¿Qué podés recordar de verlo a Bioy en su entorno más intimó y cotidiano?

-Su sentido del humor muy respetuoso ante circunstancias trágicas, por ejemplo. Recuerdo un encuentro que tuvimos con Manuel Mujica Láinez y el actor José María Vilches días antes de que ambos murieran, en circunstancias distintas. Cuando nos cruzamos, una vez que ambos leímos separadamente esa misma noticia en los diarios, lo único que dijo fue “¿Vio qué desafortunada nuestra mesa el otro día?”También recuerdo de esos años, con cierta tristeza, el proceso de su envejecimiento, tal vez empeorado por el hecho de haber convivido con Silvina en la época de su deterioro por la enfermedad que ella padecía y también por la muerte accidental de una de sus hijas. Las últimas veces que lo vi, Bioy gradualmente empezaba a dejar de ser lo que él había sido, o sea, su vitalidad iba francamente en descenso, igual que su dicción al hablar. Y por otra parte recuerdo que, en esas circunstancias, una vez me dijo “Haría hasta un pacto con el diablo para poder vivir otros 100 años”. O sea, era un tipo al que la vida, pese a ciertos sinsabores, le agradaba mucho.

-¿Porque creés que Bioy se interesó en vos?

-No sé, francamente no sé y todas las especulaciones al respecto- acá te voy a dar una frase tipo Bioy- serían muy poco humilde de mi parte (risas).

-¿Qué solían comer en La Biela o en Lola cuando se encontraban?

-Primero nos encontrábamos en el bar que estaba en la esquina de Posadas y Ayacucho, en La Rambla. Después de este episodio macabro con Mujica Láinez y Vilches, empezamos a frecuentar La Biela. Me solía invitar a comer, muchas veces almorzábamos o cenábamos en la casa de él y después también en Lola. No tomaba mucho alcohol, tomaba con las comidas alguna copa de vino. Era más bien cafetero el tipo.

-¿Te comentó cómo le afectó la muerte de Borges?

-Cuando murió Silvina, yo estaba en Europa. Lo vi después de eso y se mostró muy apesadumbrado. Con respecto a la muerte de Borges, su reacción más importante y hasta más literaria yo la cuento: se dio la casualidad que un vecino en común que solía venir a mi casa se había cruzado con él. Su reacción él la cuenta en ese libro grueso que tiene sobre su relación con él. Me acuerdo que cuando se enteró de la noticia el escribió que se fue caminando y al hacerlo sintió, según sus propias palabras, que “daba sus primeros pasos en un mundo sin Borges”.

-¿Recordás algún tipo de amorío de Bioy?

-No, no. Era lo suficientemente caballeroso como para hacer ese tipo de comentarios, pero más de una vez se lo veía en las confiterías de la Recoleta con alguna mujer.