Por  C. Domínguez Cossio, I. Chinavsky, M. Colombo, C. Peremartí y F. Faldutti

Adolfo Bioy Casares vivía sumergido en un mundo irreal, cuya cotidianeidad era codearse con la flor y nata de la sociedad porteña; conocer artistas nuevos y excéntricos presentados por su cuñada Victoria Ocampo era algo permanente. Sin embargo, sus días transcurrían casi siempre de la misma forma: esperando a Borges (siempre en la misma mesa de La Biela).

Miguel, el mozo que trabaja en La Biela desde hace 29 años, aún recuerda a aquellos escritores que iban al bar a almorzar, a vivir sus tardes debatiendo acaloradamente sobre aquella novela, o simplemente escribiendo. Como dos gigantes que no sienten envidia ni problema alguno en compartir el espacio para el libre flujo de ideas, Borges y Bioy comentaban su escritura y se quedaban hasta la hora del cierre.

Silvina Ocampo, esposa de Bioy, estaba acostumbrada: las largas horas que su marido pasaba con Borges se mezclaban con las noches que compartía con su amante de turno. Y sí, Bioy amaba a las mujeres. Según el diálogo que mantuvo con la periodista Paula Álvarez Vaccaro, del diario Página 12, en 1998, Bioy amaba tanto a las mujeres que recordaba detalles de la primera mujer que le gustó en su infancia, de mujeres que vio sólo una vez, y de la mujer que lo acompañó toda su vida, Silvina.

La vida era dulce por aquellos años en que los días de Bioy se repartían entre cafés, visitas a la casona de Victoria Ocampo en San Isidro, y el país en plena crisis política y social.

Ernest Hemingway escribió en su obra “París era una fiesta” el color y la fiesta inolvidables que agitaban los días que compartió con los artistas más resonantes de la época: Picasso, Dalí, Scott Fitzgerald y Gertrude Stein. Un carrusel artístico similar vivía Bioy Casares, del cual no quería bajarse. Bioy nació en el seno de una familia de clase alta, acostumbrado a una vida cómoda que le permitió dedicarse exclusivamente a la literatura.

A los dieciocho conoció a Silvina, cuya hermana Victoria, además de ser la directora de la revista Sur, era quien armaba el desfile sinfín de artistas que pisaban los salones porteños, a pesar de que la relación entre Bioy y Victoria no era la mejor. En una ocasión, a pedido de Silvina, Bioy fue a visitar a su cuñada en el hotel donde se hospedaba en París. El conserje del hotel llamó a Victoria a su habitación informándole que su cuñado estaba en la entrada esperándola, pero Victoria le espetó: “Yo no tengo ningún cuñado”.

Bioy Casares sí vivió el ballet de artistas y nuevos talentos que entraban y salían como personajes de una obra de teatro. Había tres constantes en su vida: Borges, Silvina, y sus queridas mujeres. Bioy no necesariamente tenía una amante tras otra desfilando ante sus ojos, sino que tenía amigas: mujeres sagaces en las que confiaba lo suficiente para comentarles sus obras y pedirles su opinión.

Bioy recuerda en su diálogo con Paula Vaccaro aquellas noches en que Borges iba a su casa y escribían hasta la madrugada (bajo el seudónimo Bustos Domecq); mantenían largas discusiones sobre sus personajes preferidos, argumentaban sobre la supremacía de Shakespeare o Goethe.

Los fines de semana había fiestas en la quinta de Victoria. Bioy se había comprado un auto deportivo último modelo, un Hudson SuperSix. Llegaban con Silvina y conocían al último artista traído de Europa por Victoria. La Revista Sur, liderada por su cuñada, era un patchwork de artistas, escritores, voces e ideas de Europa e intelectuales de la época con las de escritores argentinos, Borges y Bioy incluidos.

Aquella “fiesta” de la aristocracia argentina incluía esa particular relación de Bioy con Silvina, que de algún modo recuerda la que mantenía el matrimonio de Scott Fitzgerald y su mujer, Zelda. La pareja vivía un romance apasionado que se entrecortaba por los celos y las frustraciones de Zelda ante la belleza e inteligencia de su marido. Constantemente se veía defendiendo su matrimonio ante mujeres que buscaban tentar a Scott. Si Silvina vivió una situación similar, lo cierto es que ambos persistieron en ese mágico mundo de alcurnia y arte. Al mismo tiempo, las agitaciones políticas se veían plasmadas en personajes que incorporaban a sus historias y que personalizaban el espíritu neoliberal y el antiperonismo que dominaban los pensamientos de Bioy y su entorno.