Por Laila Rocío Rott
Se escaparon juntas. Lo hacían una y otra vez a escondidas de su madre. Con apenas 14 y 16 años, Sol y Carolina, las hermanas Narváez, daban rienda suelta a la rebeldía y se dejaban llevar por sus impulsos. Aún más fuertes que la sangre, la música y la pasión por el rock las unió siempre. Pero un día el diablo metió la cola y la travesura implicó peligro. Las Narváez estuvieron presentes el 30 de diciembre de 2004 en el local República de Cromañon, ocasión en que Callejeros dio un recital que derivó en una gran tragedia. Diez años después ellas siguen igual de unidas.
Quienes las conocen dirían que son el agua y el aceite. El avasallamiento de Caro complementa la timidez de Sol, mientras que la frialdad para actuar ante los nervios de esta última es el complemento justo para la impulsividad y los arranques de Caro. En cambio, físicamente es indudable que son hermanas. Y las chicas se encargan de asemejarse aún más con su idéntico corte de pelo, que llevan largo y con flequillo, y sus vestimentas de colores que resaltan sus rostros cuasi angelicales. Al hablar dejan asomar sus clásicas risas en todo momento, pero su mirada penetrante no desaparece ni por un segundo.
Las Narváez comparten los genes y el look
Desde la infancia siempre compartieron todo. Actualmente las dos estudian veterinaria y cursan juntas el CBC. Oriundas de Adrogué, Sol vive en su casa de toda la vida junto con su mamá Alejandra, su hermano Lalo y su abuelo Lucho; mientras que Caro convive con su novio a sólo dos cuadras de allí. La relación entre las chicas Narváez se fue consolidando cada vez más, hasta convertirlas en “las hermanas macana” que son hoy, a pesar del paso del tiempo.
Su padre fue una persona trascendente en sus vidas. Falleció en el 2002 y esta pérdida potenció la unión de las chicas. De él recuerdan los campamentos en el sur argentino, esos que compartían gracias a su espíritu aventurero. Quizás por eso las Narváez anhelen ir a vivir a Lago Gutiérrez, Río Negro, junto con sus novios, e inaugurar un restaurante familiar.
El rock las acompañó desde niñas. Caro fue quien empezó a escuchar la banda Callejeros y Sol no dudó en seguirla, sobre todo cuando sentía que el mundo se le venía abajo por la muerte de su padre. La música y las letras de Callejeros tuvieron para ellas un significado especial en aquel duro momento. El gusto devino en un fanatismo incalculable y cada recital se volvió una cita obligada, a pesar de las negativas de su madre. Esto, sumado a una gran cuota de rebeldía, se transformaba en la excusa perfecta para escaparse.
Pícaras, esa noche del 30 de diciembre dijeron a su madre que estarían en Banfield, pero en vez de eso junto con su amiga Cecilia fueron al local del barrio de Once. Cuando se desató la tragedia, las chicas se perdieron entre la multitud. Al salir, la incertidumbre se apoderó de ellas. Caro comenzó a buscar intensamente a Sol, que estaba enfrente sin saber qué hacer. Temían lo peor. Luego de unos minutos eternos, lograron reencontrarse. Su madre las llamó al celular y Caro, en shock, tuvo el acto reflejo de seguir con la mentira. Sol, en un momento de frialdad, arrebató el teléfono y contó toda la verdad a Alejandra, quien luego las pasó a buscar. La espera fue terrible.
Pero Callejeros también les permitió conocer el amor. Como si, inconscientemente, escuchar esa banda fuera una condición sine qua non para ser pareja de cualquiera de las Narváez. Sol lo conoció por Internet, mientras que Caro lo hizo meses antes de la tragedia. Callejeros acompaña sus vidas hasta el día de hoy, y las hermanas no dudan en seguir yendo a cada uno de sus recitales.
Lamentablemente, las Narváez no creen que llegue a haber justicia. Nada impide que una tragedia similar vuelva a ocurrir, por lo que para Sol las muertes fueron en vano. Sin embargo, en un ejercicio de memoria activa, ambas deciden llevar la bandera de la tragedia en su piel. Tienen tatuadas las zapatillas colgadas, símbolo de Cromañon, como parte de una lucha por no olvidar, para que alguna vez haya “justicia para los pibes”.
Sol, con el pedido de justicia en la piel