L. Barrios, O. Hermida, W. Olivera y F. Segura
Romina Ré se fue a los 19 años a Europa, sin tener mucha experiencia. Pretendía hacer su carrera allá porque no quería ser “la hija de”: su padre siempre tuvo un equipo de automovilismo en la Argentina, y lo que ella quería era ser reconocida por su nombre, no su apellido. Allá es mucho más común que una mujer compita o corra carreras de automovilismo profesional. Pero en la Argentina, Ré asevera que los hombres siguen sin admitirlas como pares. “Si una mujer está en este medio, es promotora o maneja algo comercial”, afirma.
Romina se crió los autódromos, con su padre y hermanos pilotos. De ahí viene su fanatismo, aunque al primero le costó mucho aceptar su decisión y a los hermanos les parecía una locura. Con el correr del tiempo, lo aceptaron y hasta la apoyaron. “Quise llegar a un lugar fuerte en el automovilismo, y para eso tuve que pasar muchas cosas”, dice la piloto. En Asia, por caso, debió lidiar con un compañero que la había contratado para dirigir su equipo. El piloto, una estrella de la Fórmula 1 del pasado reciente, no aceptaba sus indicaciones y las cosas salieron mal, al punto de llegar a una pelea en medio de una carrera. Esto pese a la estricta conducta que se impuso para separar lo personal de los negocios.
Para ganarse un lugar y que la respeten, Ré eligió, desde un principio, mantener una relación estrictamente laboral con su equipo. Si ella corría carreras, se hospedaba en un hotel aparte o se alquilaba un departamento alejado de todos los sponsors, equipos y demás. Fue difícil porque parecía, con frecuencia, la antipática del grupo. Pero no se arrepiente porque logró ganarse el respeto de sus compañeros y ninguno de ellos se anima a opinar algo sobre su vida personal o a avalar cualquier rumor negativo sobre ella. “Una vez que te hacés el lugar, sos la exclusiva, sabés que si perdés, la prensa te va a buscar igual. Sos la favorita del sponsor y la mimada del equipo”, concluye.