Por V. Chab y E. Escuchuri
En los primeros días de enero de 1968, los comunistas checoslovacos descontentos con el régimen político que imponía la Unión Soviética a sus aliados iniciaron un proceso de rebelión, con el objetivo de democratizar el socialismo. Siguieron meses de tensiones y amenazas hasta que, a fines de agosto, la URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia y pusieron fin a lo que luego fue conocido como “La Primavera de Praga”. Para el politólogo Sergio de Piero, docente de las universidades de Buenos Aires y Arturo Jauretche, y especialista en movimientos sociales, ese fue “el disparador de una sucesión de hechos en todo el mundo y con objetivos similares”.
Simultáneamente, la cada vez mayor difusión de acontecimientos e imágenes de la guerra de Vietnam provocaba la solidaridad mundial con sus víctimas y mostraba las debilidades del bloque capitalista comandado por Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría. En marzo, las tropas de Washington cometieron la masacre de My Lai, en la que asesinaron a 109 personas, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, con la excusa de que había presencia de guerrilleros comunistas. Fue uno de los hechos que propició el rechazo de la guerra en la sociedad estadounidense y que se utilizó como bandera antibélica, uno de los ejes centrales de la contracultura de los siguientes años.
“Para entender la gravedad de lo sucedido, hay que tener en cuenta las masivas protestas que se estaban dando por la igualdad étnica en Estados Unidos”, asegura De Piero respecto del asesinato del activista por los derechos de los afroamericanos Martin Luther King, ocurrido a principios de abril en Memphis, Tennessee, adonde había viajado para dar un discurso frente a sus seguidores. Allí un francotirador le disparó mientras saludaba desde el balcón de su hotel. El crimen de Luther King causó revueltas populares que se extendieron a otros estados del país y en las que murieron casi 50 personas. Apenas dos meses después, en Los Ángeles, California, también cayó muerto a balazos, en plena campaña electoral, el senador y pre candidato a la presidencia de los Estados Unidos Robert F. Kennedy, a manos un militante palestino de 24 años.
A partir de mayo, y durante dos meses, se produjo en Francia una serie de protestas iniciadas por grupos de estudiantes de izquierda, a los que se sumaron numerosos obreros industriales explotados, sindicatos y el Partido Comunista Francés. El resultado fue la huelga general más masiva de la historia del país, con la participación de más de nueve millones de trabajadores. Según el historiador César Caamaño, profesor de Historia de Europa y de los Estados Unidos en la Universidad de La Plata, el Mayo Francés “fue un proceso exitoso, ya que no concluyó hasta poner en jaque el poder en el país”, cuando el presidente Charles de Gaulle anunció que se adelantarían las elecciones. Sus repercusiones afectaron en distintas escalas a otros países europeos, como la ya mencionada Checoslovaquia, e incluso se propagaron hacia América. En la Argentina, particularmente, la réplica se sintió al año siguiente, cuando el Cordobazo, una insurrección popular encabezada por obreros y estudiantes, fue un factor fundamental en la salida del gobierno del dictador Juan Carlos Onganía.
“Las razzias tuvieron un rol fundamental para reprimir estos levantamientos”, interpreta De Piero. La represión policial tuvo su máxima expresión en octubre, en la Masacre de Tlatelolco, organizada por el ejército mexicano: las fuerzas de seguridad se infiltraron en medio de una multitud que se manifestaba para protestar contra el autoritarismo. Organismos oficiales calcularon que hubo más de 300 muertos, 700 heridos y por encima de cinco mil detenidos. La protesta había sucedido en un contexto de politización estudiantil y con el apoyo de un sector del movimiento obrero mexicano encabezado por los ferroviarios.
“Ese período fue ‘la primavera de los pueblos’, como bien se lo conoce”, afirma Caamaño, para quien el legado más importante de 1968 fue “el nacimiento de una conciencia, tanto de los jóvenes como de las mujeres y de algunos colectivos minoritarios, de que con la participación y la movilización se podían lograr conquistas”.
“Lamentablemente -concluye-, algunos pensaron que con la lucha armada se podía cambiar la historia, algo que no ocurrió, pero sí se pudo incluir más sectores sociales en el sistema y pensar el mundo de otra manera, no tan elitista ni excluyente”. En ese sentido, la herencia de este año emblemático perdura en las luchas sociales y en la búsqueda de igualdad.