Por Yadir Hamze
La lectura de un libro es uno de los mejores pasatiempos. Horas y horas pueden pasar desde que uno lo abre hasta que lo cierra. Cuando una obra literaria gusta, el camino se allana para replicar la historia en la pantalla grande. Pero, ¿cómo se pasa del papel a un guión, y de allí a una película?
Diario Publicable habló con el escritor Eduardo Sacheri (autor de los libros que sirvieron de puntapié para El secreto de sus ojos y La odisea de los giles, entre otros éxitos) y los directores Bebe Kamin, Ignacio Luccisano y Nicolás Silbert para conocer los secretos del proceso de adaptación.
Ignacio Luccisano se inspiró en el libro Los días de Sol, de Susana Persello, para el documental Mekong-Paraná. El director asegura que el paso de un formato a otro “es muy complejo porque los lenguajes son distintos, por lo que hay que fijarse qué partes del relato representan acciones concretas que sirvan en el libreto”.
En esa línea opina Nicolás Silbert, responsable de trasladar al cine el primer volumen de la saga Caídos del mapa, de María Inés Falconi. Según él, la primera edición del guión, a cargo de la escritora, “no aprovechaba los recursos que la grabación ofrecía, por lo tanto hubo que agregarle estímulos visuales potentes como la acción y el enredo, cosas que se ven cuando los protagonistas deben trepar caños de agua para salir del sótano del colegio”.
Por otro lado, Eduardo Sacheri afirma que escribir “conlleva un trabajo profundo sobre cada palabra, en cambio, para guionar sólo se debe pensar la base de la trama”. El autor de las novelas La pregunta de tus ojos y La noche de la usina advierte que no existe una receta para que un libro se convierta en película. “Pero si ese contenido emociona y tiene argumentos, es más factible que se lleve al cine”, aclara.
Bebe Kamin adaptó, en 1984, el libro Los chicos de la guerra, de Daniel Kon. La película homónima fue una de las primeras aproximaciones del cine argentino a la por entonces reciente Guerra de Malvinas. El director asegura que la idea original era “representar los testimonios de los ex combatientes, pero después la producción se dio cuenta de que había que explicar las vivencias de una generación”.
En ese sentido, recuerda que los diálogos del libro “resultaban muy interesantes porque Kon tenía la edad de la mayoría de los ex combatientes y estaba impregnado de la misma cultura“. El desafío, entonces, “fue incluir situaciones reales en una ficción“: “Para eso se establecieron tres enfoques: la familia, la educación académica y las relaciones sociales de los soldados. La idea era que el público viera a los protagonistas frente a sus amigos o a la iniciación sexual, por ejemplo”.
Asimismo, Luccisanno cuenta que el primer borrador de Mekong-Paraná “no se asemejaba a la versión final, ya que hubo momentos que surgieron en los ensayos, como la comida y el karaoke del final“. “Había que prestar atención a todo lo que pasaba en el ambiente”, concluye, entregando quizás una de las claves fundamentales de todo trabajo artístico.