Por Belén Romano
Agostina Mauro tiene 25 años y es una artista de San Vicente, provincia de Buenos Aires, cuyos cuadros han cruzado el Atlántico. Tanto como para haberle entregado en mano una de sus obras al Papa Francisco. Además, expone en una galería de Sorrento y es la representante nacional en el evento internacional Baricharte, en Colombia. En la Base Marambio de la Antártida hay dos trabajos suyos, uno de ellos pintado en vivo durante el último Festival de Cosquín. Estudiante del último año de Bellas Artes, tiene una escuela donde enseña pintura a chicos y a adultos. Una mujer con un gran potencial, talento y capacidad para conseguir lo que se proponga.
–¿Cómo empezaste a pintar?
–Desde siempre, fue como mi terapia. Cuando era chica mi papá fue asesinado, y la pintura fue mi manera de canalizar emociones después de todo lo que nos había pasado. Entonces arranqué a hacer retratos, siempre me gustó mucho la figura humana. Más adelante fui a un taller porque quería perfeccionarme un poco y que me orientaran con los materiales. Me encantó haber descubierto la pintura, fue una explosión.
–¿En qué te inspirás a la hora de pintar? ¿De dónde salen las ideas?
–Depende de muchas cosas. Siempre digo que pintar es como hablar con imágenes. Tiene que ver con lo que querés decir, siempre y cuando pienses al arte desde el lado de compartirlo. Una vez hice una obra con colillas de cigarrillo. Si bien lo pensé como forma de reciclar, había un tema personal de fondo: mi abuela estaba con cáncer de pulmón.
–El año pasado le entregaste una de tus obras al Papa Francisco. ¿Cómo fue esa experiencia?
–En 2017 viajé por varios países de Europa, y cuando fui al Vaticano decidí dejar una carta. Había llevado varias revistas donde tenía mis pinturas para dejar en algunas galerías, y dejé una en el Vaticano con la propuesta de hacer una obra, como un proyecto, con el tema de la Piedad. Al poco tiempo de volver a la Argentina, me llegó una respuesta diciendo que aceptaban mi proyecto y que podía entregar la obra en una audiencia pública o enviarla. Obviamente, me gustó la idea de verlo en persona. Jamás pensé que me iban a responder. Fue una sorpresa muy linda.
–¿Cómo surgió la idea del mural interactivo?
–La pared es de una propiedad de mi mamá. Y siempre teníamos pintadas políticas sin pedir permiso, sin consentimiento. Los últimos que habían pintado nos blanquearon la pared. En parte lo utilicé como publicidad, pero me gustó la idea de poder hacerlo colectivo. Empecé haciendo las alas más grandes pero me pasó que venían nenes y no llegaban con la altura, entonces también hice otras más pequeñas. Tuvo mucha repercusión, la gente se re prendió.
–¿Tenés alguna obra que haya significado mucho para vos?
–Sí, fue mi obra más premiada, la vendí hace poco y me dolió (risas). Se llama Invisibles y son dos negritos detrás de unas maderas. La tuve muchos años conmigo, era mi obra destacada. También hay otra muy premiada que estuvo menos tiempo conmigo, y en mi opinión, es de las mejor logradas.
–¿Hay una historia detrás de la nena que dibujaste en la laguna?
–Esa obra era un encargo. Fue muy loco: este hombre me contó sobre un sueño y me pidió que lo representara como quisiera, que él me daba toda la libertad para hacerlo. El sueño estaba relacionado con algo real que le había pasado, con esa nena y su muerte. Fue un desafío, lo más difícil es entender lo que está en la cabeza del otro y poder representarlo como él lo quiere.
–¿Cómo te imaginás en unos años?
–Me gustaría llegar a las galerías más importantes. Que mis obras estén ahí. Poder vivir del arte. Además, me gustaría que la escuela crezca y tenga sedes. El día que sea valiente, me gustaría irme a vivir a Italia. Algún día lo haré.
Fotos: Agostina Mauro