Por Victoria González Urzanqui y Nicolás Mentasti

Son las diez de la noche de un sábado templado, y el restaurante de Palermo está lleno. La puerta vaivén de la cocina se abre a cada rato; los mozos entran y salen con platos cargados. Comensales distendidos dejan sus cubiertos apoyados en el plato que el mozo retira y lleva a la cocina. ¿A dónde va toda esa comida que sobra? En la Argentina se desperdician 16 millones de toneladas de alimentos por año (38 kilos por habitante), el equivalente a 87 millones de porciones.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de la República Argentina (INDEC), casi 16 millones de argentinos son pobres. El 35 por ciento de la población, entonces, no accede a la alimentación adecuada, mientras que en el mundo hay 821 millones de personas subalimentadas, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). “El problema acá no es la falta de alimentos sino la distribución y la imposibilidad de acceso al alimento de ciertos sectores”, dice Virginia Ronco, integrante del Banco de Alimentos de Buenos Aires.

Las etapas de la producción de alimentos fueron variando gracias al avance de la tecnología. Las mayores pérdidas se dan en la distribución debido a las malas condiciones de transporte: camiones que no cuentan con cámaras de frío, excesivo calor y malas condiciones de higiene. Para Pedro Lambertini, chef especializado en comida natural y orgánica, “​somos un país mal pensado, en términos de que estamos mal distribuidos: tenemos un territorio muy grande y no tenemos noción de los productos que existen”.

Según datos del Ministerio de Agroindustria de la Nación, el 13 por ciento de los alimentos producidos se desperdician sin ser comercializados, y las mayores pérdidas se dan en los tubérculos, las frutas y las hortalizas. En el consumo de los hogares suele haber menos pérdidas. Cuando ocurren se debe generalmente al mal uso que se les da a los alimentos o a las compras en exceso. Comprar a conciencia ayuda a reducir el desperdicio.

Desde 2018 rige la Ley 27.454 del Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y desperdicios de Alimentos. Pero también existe la Ley Donal 25.989, conocida como Ley del Buen Samaritano, que responsabilizaba al donante de cualquier problema sobre las donaciones. Esto se modificó el año pasado con la incorporación del artículo 9, que hace responsables legales de las donaciones a todas las partes de la cadena por donde pasan los alimentos hasta que llegan a las manos de quienes los necesitan. “La mayor parte de los alimentos donados viene de empresas, supermercados o productores agropecuarios; suelen ser productos no perecederos y también frescos como yogur, algunos congelados, frutas y verduras”, dice Ronco.

Las grandes empresas alimenticias donan productos aptos para consumo humano que por ciertos motivos no pueden ser comercializados; por ejemplo, fallas en el packaging, fecha de vencimiento a corto plazo y ediciones limitadas. Cecilia Pascale, integrante de la ONG Plato Lleno, dice que “las empresas y fábricas son los que mayor excedente de alimentos tienen, entonces reparten el sobrante para ayudar a quienes más lo necesitan”. Pero no suele pasar lo mismo con los restaurantes y empresas de catering, que por miedo a tener problemas con las donaciones prefieren pagar una multa. “Donamos cuando pasa pidiendo gente que vive en la calle; si no, no”, asegura Agustina Moreno, empleada del restaurante Nana.

Existen múltiples organizaciones que se encargan de rescatar alimentos. El Banco de Alimentos y Plato Lleno son organizaciones sin fines de lucro que cuentan con grupos de voluntarios destinados a organizar la logística para hacer llegar los alimentos a comedores y merenderos. “Nuestro trabajo no se basa en la demanda sino en la oferta, entregamos lo que nos dan”, explica Ronco. Cada organización cuenta con un registro para saber a dónde son dirigidas las donaciones y el estado de los hogares o asilos para recibirlas. Según un sondeo realizado en 2018, el 70 por ciento de las donaciones son para niños y adolescentes, mientras que el resto se distribuye entre ancianos y adultos.

La concientización es un factor clave para reducir el porcentaje de pérdida de alimentos. Varias empresas reconocidas mundialmente, como Carrefour y Unilever, lanzaron la campaña publicitaria #AlimentaBuenosHabitos para instruir a la ciudadanía sobre este problema. Pascale, de la ONG Plato Lleno, es optimista: “Hemos notado una nueva ola de interés por parte de los medios de comunicación, y esto nos lleva a pensar que próximamente veremos cambios en la sociedad”.