Por Luis Macek y Lautaro Gonzalez Schinca
A finales del siglo XIX, nació en Estados Unidos una subcultura llamada Ballroom, formada principalmente por miembros de la comunidad LGTB, pero también latinos, personas en situación de calle y adictos. En estos Ballrooms (salones de baile) se desarrollaban distintos tipos de competencias similares a las de los tradicionales concursos de belleza. En ese momento el racismo era regla en la sociedad estadounidense y se dejaba fuera de las premiaciones a las performers negras o latinas. Las participantes de piel oscura debían maquillarse y aclarar su piel para poder competir.
Tras años de segregación, Crystal Labeija, una drag queen que se cansó de ser discriminada por ser negra, fundó en 1968 la “House of Labeija” (Cada de Labeija), el primer lugar donde las participantes mulatas podían realmente tener igualdad de condiciones. Hasta ese momento, cuenta Sebastián Sciarrotta, exponente de la escena local, las competencias eran caminadas: “Se caminaba vendiendo el outfit (vestimenta), vendiendo el rostro, haciendo realness: que era interpretar militares”. Con el paso del tiempo, fueron apareciendo nuevas formas de batallar (como se dice en los ballrooms) y surgió el voguing, enfrentamientos bailados en los que los pasos imitan los movimientos de un desfile de moda. Su nombre se inspiró en la icónica revista de moda Vogue.
La visibilidad del fenómeno fue creciendo e incluso llevó a que Madonna escriba la canción Vogue: “Conozco un lugar donde puedes escaparte, se llama pista de baile”, dice la letra. Esta contracultura tiene su propio lenguaje y organización social. Las participantes se agrupan en “casas”. “Muchas personas de la escena eran gays, gente expulsada de sus familias biológicas que quedaban en la calle, o que trabajan en la prostitución. La idea de la casa era acogerlas y darles resguardo”, explica Sciarrotta. Se trataba entonces de una familia elegida, y este fue un aspecto central del fenómeno. “No hay cultura Ballroom si no hay house. Por supuesto que existen personas que no pertenecen a ninguna casa y pueden formar parte igual de la cultura”, aclara. Estos grupos tienen una líder, que ostenta el título de “madre”. En general, es una persona que ha ganado alguna batalla o que tiene un legado que la respalda. “Tu compromiso en la escena tiene que ser otro. Tenés que trabajar con la familia, entrenar, presentarte en los balls y demás”, cuenta Sciarrotta.
Antes de que llegara la pandemia de Covid-19, Rodrigo Rotpando organizaba una fiesta que brindaba un espacio para competir: la Fiesta Turbo, en el centro cultural La Confitería, en Colegiales. “Generé una convocatoria para vogueras, pero al principio no vino nadie. Con el transcurso del tiempo la Turbo se transformo en una especie de hogar para la cultura y empezó a asistir cada vez más gente”, cuenta Rotpando. El voguing es el aspecto más visible y llamativo del Ballroom. “Trabajamos fuerte la idea del espacio público. Puede pasar en una práctica que haya 50 maricas vogueando en una plaza y eso es maravilloso”, dice con entusiasmo Sciarrotta.
Todas las vogueras coinciden en que el papel de la madre en sus grupos es fundamental. Las madres son guías no solo en las competencias, sino en el día a día. Fernando Chang Fung forma parte de House Of Glorieta (Casa de Glorieta). Su madre es Fiordi, pero Fernando hace énfasis en que las decisiones se toman de manera grupal, dando un sentido más horizontal a la estructura jerárquica de su casa: “En la house, madre vendría a ser el estatus más alto, luego está el padre y otros miembros. Generalmente esta persona (la madre) tiene poder en cuanto a las decisiones y sirve de guía. Pero en nuestra casa cada quien tiene voz y voto”. A nivel global, estas agrupaciones de voguers se dividen en dos tipos. Las más grandes cuentan con miembros en distintos países y sedes a las que llaman capítulos. A estas, que son las más prestigiosas a nivel mundial, se las llama mainstream. Cuando la organización tiene un nivel netamente local, con pocos miembros, el término que precede al nombre de la house es “kiki”.
Fernando vive en Buenos Aires, llegó hace un año desde Venezuela y en la movida se hace llamar Ninja. Él aprendió a bailar voguing de manera autodidacta, y hasta perfeccionar sus movimientos sufrió varias lesiones. Algunos de los pasos principales que deben aprenderse en esta disciplina son el catwalk, que consiste en caminar por la pista como si fuera una pasarela; la duckwalk, moverse de cuchillas pateando rápidamente con las dos piernas; y el dip, que simula una caída al piso apoyando el peso del cuerpo en una de las piernas.
El nombre de la Kiki House of Glorieta está emparentado con el lugar donde el grupo se juntaba a voguear, la glorieta de Barrancas de Belgrano, que históricamente fue un lugar de reunión para tangueros. La convivencia de dos grupos tan opuestos no estuvo libre de problemas y, si bien habían llegado a un acuerdo para compartir el espacio, hubo actitudes homofóbicas, según detalla Ninja: “Tuvimos algunos incidentes con ellos, especialmente con la persona que dictaba las clases, empezaron a tomar actitudes homofóbicas, tratando a ciertas personas de putos”. Para evitar enfrentamientos, buscaron otros lugares, como el Centro Cultural Recoleta o la Plaza Clemente, donde no tienen que esperar para utilizar el lugar ni soportar provocaciones.
Sciarrota explica que muchas personas desconocen por completo el Ballroom. Esto lo motivó a desarrollar, junto con otro integrante de su casa, un proyecto personal llamado Che Ballroom, que tiene como objetivo la divulgación masiva de esta cultura en la Argentina y fomentar la investigación académica del movimiento cuyos orígenes se remontan a 1860 en Nueva York. A pesar de todo su trabajo, cuando le preguntan si se considera uno de los precursores de la cultura en el país, aclara que el concepto de pionerismo tiene un espacio reservado dentro del Ballroom: “La idea de pioneros tiene una categoría especial, un significado particular que se refiere a cuando alguien desarrolla escena por primera vez, en un lugar donde antes no existía. Estamos trabajando fuerte para crear escena por primera vez. Es verdad que, en algún sentido, eso nos convierte en pioneras, en pioneres, a todos, a todes. ¿No? Eso me enorgullece”.
Foto: Daniela Cilli