Por M. Schefer, E. Malm Green, C. Risoleo, O.González Dama, F. Martinez, M. Grande

El potrero se identifica con los barrios populares. A la mayoría le falta pasto y son de tierra con algún que otro yuyo. Los arcos no tienen redes y en muchos ni siquiera existen por falta de recursos: son suplantados por las remeras de los pibes, zapatillas o algunas piedras. Estos campos de juegos improvisados, llenos de polvo, son la cuna de grandes futbolistas como Diego Maradona, Ariel Ortega y Carlos Tevez.

Los potreros cumplen un rol fundamental en la formación de los chicos y chicas de barrios vulnerables. En cuanto a su función principal, Natalia Rigamonti, licenciada en Trabajo Social, explica que “debido a las consecuencias de la pobreza estructural y del abandono que han sufrido durante décadas las familias, los potreros se convierten en un refugio afectivo de una dolorosa realidad que los chicos sufren a diario”.

Con respecto al apoyo emocional y psicológico que brinda este espacio, Gustavo Lombardi, ex jugador de River, comenta que en esos lugares donde hay más necesidades y tentaciones, el fútbol ha salvado a varios chicos y los ha llevado por un lugar distinto al que posiblemente hubieran ido si no estaban en el club. “En una sociedad donde faltan un montón de cosas, la labor de los clubes y canchas viene a tapar algunos agujeros”, dice.

Muchos jóvenes no solamente recurren al potrero en forma de refugio, sino que también van a un club de barrio a formarse como profesionales. Muchos cargan en sus espaldas el sueño de ayudar a sus familias económicamente y abandonan sus estudios debido a los tiempos que el club demanda. 

Antes, un ojeador observaba a un chico por su habilidad y lo acercaba a un club; hoy, los jóvenes se enteran a través de las redes sociales qué día va a haber una prueba en las escuelas de fútbol. Sin embargo, muchos siguen disfrutando del ambiente que genera el potrero y su juego, como es el caso de Christian Solohaga, de 16 años. “Acá en la provincia, en los barrios con menos recursos, se vive diferente, todos los días se juega al fútbol por horas y horas, ya sea en el potrero o en la plaza del barrio, señala.

En lo que respecta al género y diversidad en el fútbol, Natalia Rigamonti explica que el derecho al juego abarca a todos los niños y adolescentes por igual sin discriminar por sexo u orientación sexual. “Es importante transmitir el valor de la diversidad en la vida, el juego, el concepto de inclusión y la escucha como valor humano, donde cada uno pueda contar qué siente a la hora de entrar a un potrero”.

Hoy que los equipos femeninos toman mayor trascendencia, en los potreros las mujeres de los barrios humildes también tienen su espacio para jugar y divertirse, algo que antes no pasaba. Mónica Santino, entrenadora de un equipo de chicas en la Villa 31, ex jugadora de fútbol, asegura que el fútbol es una herramienta fundamental para el empoderamiento. “Forma parte de nuestra cultura e identidad como pueblo y es muy pretencioso creer que las mujeres estamos fuera de un fenómenos social como este.

Foto: Télam