Por Lucía Saludas y Paula González

La  pandemia perjudicó, en cierta medida,  a todas las editoriales, con diferentes efectos según sus propias escalas. Por un tiempo no hubo distribución ni venta de libros, por lo que dejaron de recibir ingresos, no pudieron pagar sus deudas y se interrumpió la cadena de pago. Tanto pequeñas como grandes editoriales venden sus libros principalmente a través de las librerías. Cuando estas cerraron, tuvieron que buscar e implementar otros canales, pero no todas estaban preparadas para hacerlo. En algunos casos, editoriales pequeñas contaron con la ventaja de ya tener implementado la venta online propia y, además, su estructura más flexible les permitió hacer cambios para adaptarse a las características peculiares de la cuarentena. 

Paola Lucantis, editora de Tusquets en Argentina, perteneciente al grupo Planeta, comentó: “Nosotros tuvimos que enfrentar varios problemas. Primero no teníamos carrito de compra propio, por lo que no había manera de que la editorial vendiera de forma directa los libros, ni los de Tusquets ni los de Planeta. Eso produjo que el área de marketing y ventas tuviera que reformular sus estrategias comerciales y generar rápidamente una manera de distribución directa al lector. Esto se implementó con las librerías, que son los principales intermediarios. Pero en una época de crisis, una editorial como Planeta que tiene más de cien empleados, quedó completamente imposibilitada de vender como lo hacía antes”. Esta situación no fue muy diferente para Penguin Random House. Julieta Obedman, editora del sello Alfaguara, perteneciente a esa casa editorial, dijo: “Durante los dos primeros meses las ventas fueron casi inexistentes. De a poco algunas librerías empezaron a encontrar maneras de hacer llegar los libros directamente a sus clientes, pero con cuentagotas. Con las grandes cadenas de libros, como Yenny o Cúspide, prácticamente cerradas la venta bajó muchísimo, aunque es difícil cuantificar en ejemplares. Los libros dejaron de venderse durante muchas semanas”.

A medida que fue pasando el tiempo y las restricciones por parte del gobierno se flexibilizaron, se fueron produciendo cambios en la estrategia comercial. Cuando las librerías de cercanía comenzaron a abrir, las editoriales tuvieron que cambiar el foco y prestarle mucha más atención a esos puntos de venta, algo que para algunos sellos fue beneficioso. “Los libros de literatura a veces se pierden en las mesas de las grandes cadenas. Por el volumen y la cantidad de oferta que tienen esas grandes superficies, a veces se dificulta que los lectores lleguen a libros más específicos como son los de Tusquets”, dijo Lucantis. Y agregó: “En cambio es un trabajo que hacen, de manera muy personal y con mucho cuidado, las librerías de cercanía. Entonces la estrategia comercial viró hacia ese tipo de canal de venta, y eso al sello le vino muy bien”.

No solo se modificaron sus ventas, sino que las editoriales tuvieron que revisar los planes de producción. Hubo salidas de libros que se pospusieron, o que se cancelaron. Ningún plan editorial previsto para 2020 se concretó de la forma que estaba pensado. Paola Lucantis confirmó que tuvo que rearmar el plan editorial, con varios meses sin publicaciones. “Te diría que las últimas novedades que publiqué fueron en marzo. Recién a mediados de julio empezó a salir algo. Pero como no había plata para imprimir, lo que empezó a salir fue lo que había quedado impreso”. Explicó que lo que se hizo fue desdoblar el servicio de novedades y con eso cubrir dos meses. Venían de un volumen de cuarenta novedades mensuales y pasaron a tener diez durante junio, julio y agosto, quince en septiembre y algo más en octubre. Pero según la editora de Tusquets, aún no retomaron los niveles de producción habituales. Empezaron de manera muy tímida, con títulos con alguna perspectiva más comercial, de manera que pudieran tener una rápida reacción en el mercado.

Por su parte, Obedman dijo: “Se trabajó mucho en seleccionar qué libros tenía sentido que se publicarán este año y cuáles es mejor dejarlos para el año que viene, que son muchos. No se cancelaron contratos pero sí se pasaron a 2021”. Aclaró que durante estos meses publicaron algunos títulos nuevos que tenían preparados, lo que valió la pena porque se consiguieron notas de prensa, reseñas y entrevistas, y los libros se fueron vendiendo, aunque muy lentamente. Sin embargo, reconoció que no siempre fue así, y que en algunos casos fueron lanzamientos que no tuvieron eco ni en ventas ni en prensa. “Creo que los libros se los estamos vendiendo a los lectores verdaderos, esos que no pueden vivir sin leer. Lo difícil es vender a esos lectores más ocasionales, que hoy por hoy quizá estén menos dispuestos a la lectura”, concluyó. 

Una de las medidas de apoyo a la industria por parte del gobierno fue el Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP). Las editoriales que entraron en el programa pudieron pagar la mitad de sus sueldos con esos fondos, pero el gobierno anuncio que el subsidio no seguirá en 2021. Por lo tanto, editoriales y otros actores de la industria reclamaron activamente en las redes con el lema: Sin ATP no hay libros . “En este momento ya no estamos con ATP”, contó Lucantis. “Si los niveles de facturación de las empresas van recuperando la estabilidad, está bien que la ayuda se dirija hacia otros lugares. Pero si esa recuperación no llega, el panorama será complicado”, aseguró. 

La industria editorial espera retomar un nivel de publicación similar a la que tenían antes de la pandemia. Aunque hay preguntas sin responder aún. “Tal vez es mucho lo que estamos publicando y haya que publicar menos y más acorde al mercado real que tenemos. A veces somos culpables de una sobreproducción. Es verdad que los argentinos escriben muchísimo y recibimos muchos manuscritos, más de los que el mercado puede sostener y visibilizar. Es muy difícil sostener un libro por año a esta cantidad de escritores”, aseguró la editora de Tusquets. Y tiene razón, para que la industria siga publicando a los niveles anteriores, deberán verificarse algunas circunstancias: que haya ayudas estatales, que el programa de bibliotecas populares funcione y que eso pueda federalizar la llegada del libro a lugares en los que no hay una librería para acceder, que haya fomentos estatales para formar lectores y el lector tenga dinero disponible para comprar libros. Entonces sí, las editoriales podrán seguir trabajando en los libros de sus autores y autoras, y sumar nuevas voces. El año entrante será un año difícil, pero ojalá se puedan realizar los ajustes necesarios para que la literatura en  Argentina continúe activa.