Por Martina Fernández

Era sólo una niña cuando descubrió que las estrellas tenían distintos colores, formaban grupos y despertaban en ella un interés particular. Entonces, estableció un lazo que, aunque aún no lo sabía, la acompañaría por el resto de su vida. En 1965, Miriani Pastoriza se convirtió en la primera astrónoma de Argentina y en una revolucionaria de la ciencia a nivel mundial. Hoy, con 82 años, una galaxia a su nombre, un puesto en la Academia Brasilera de Ciencias, más de 30 tesis y 200 artículos científicos publicados, continúa manteniendo esa pasión que la llevó a lo más alto de sus aspiraciones.

Soy una persona realizada y apasionada por mi carrera. Sin dudas, volvería a hacer las cosas exactamente como las hice. Fue un camino muy difícil, pero si todo es fácil uno no siente tanta satisfacción”, asegura con una sonrisa que mantiene a lo largo de toda la charla. Una que hace replantearse que no existen barreras suficientes cuando se tiene claro adónde se quiere llegar.

Cuando comenzó a estudiar, su curso contaba con 40 alumnos y sólo cuatro eran mujeres. ¿Cómo fue decidir dedicarse a la astronomía, pese a que se limitaba como algo designado casi exclusivamente para hombres?
-Decidirlo no fue difícil, pero sí hacerlo. Es una carrera que exige mucha dedicación y donde no podés hacer nada más que estudiar. En esa época, era muy exótico pensar en una mujer astrónoma. Me encontré con distintos obstáculos y tuve que escuchar los chistes de mis compañeros. Recuerdo que para preparar mi trabajo final tenía que ir a un observatorio en las sierras de Córdoba. Mi orientador pidió la autorización y el director del lugar dijo que no estaba bien que una joven como yo fuera con cinco hombres y estuviera con ellos una semana. Aunque finalmente pude ir, mis compañeros tuvieron que dormir en un sótano para cederme el lugar.

-Según la UNESCO, actualmente sólo el 33 por ciento de los investigadores del mundo son mujeres. ¿Por qué cree que continúa existiendo esa desigualdad en el ámbito científico?
-Tiene que ver con un componente cultural que me da la impresión de que está cambiando. Hoy en día, mi hijo se acostumbró a ver que trabajo y para él ya no es un tabú, pero en mi época no era así. Las familias españolas o italianas, de donde provienen la mayoría de las argentinas, tienen un componente familiar muy paternalista por el cual el hombre era el proveedor de la casa, la mantenía y tomaba las decisiones. Mi padre falleció cuando era muy niña y mi madre asumió esa responsabilidad. Me eduqué con una figura materna muy fuerte y pude vencer las adversidades. Pero otras veces no es la sociedad la que impone esas limitaciones, sino la propia mujer. En todas las áreas se compite mucho, en casi todas las profesiones hay una mayor cantidad de hombres, y muchas se inhiben por eso. En ese caso, hay que pensar que quien está enfrente no tiene género, que es una persona, y actuar, porque no existen pretextos si a una le interesa lo que está haciendo.

Aunque aquella cultura desigual esté cambiando, continúa existiendo, en el imaginario social, un modelo femenino en el cual una científica no suele encajar.
-Exactamente. Una de las responsables es la televisión, porque impone una imagen femenina por la que hay que ser bonita, estar arreglada y en casa, esperando al marido. Un ideal en el cual nosotras no entramos. Para eliminar esa desigualdad, hay que estimular a las niñas a que tengan un rol protagónico y no uno siempre secundario. Existen jóvenes muy inteligentes y capaces, entonces hay que ir a las escuelas a explicarles que, si quieren y les gusta, pueden vivir de la ciencia. Se trata de incentivarlas para que se animen, porque nadie les va a allanar el camino. Pero tampoco hay que poner a la mujer como víctima, porque la sociedad le va a permitir que luche de la misma manera que un hombre lo hace, ahí no existen sexos. En mi experiencia de vida, no fue fácil, pero nada hubo que me impidiese continuar.

-Considerando las barreras a las que debió enfrentarse a lo largo de su carrera por el hecho de ser mujer y siendo que, actualmente, estas desigualdades parecen encontrar un sostén en el feminismo, ¿qué opinión le merece este movimiento?
-Hay ciertas luchas que son válidas. Si el feminismo sirve para estimular a ser competitivas, osadas y a tener un rol más protagónico, estoy totalmente de acuerdo. Desde el punto de vista profesional es evidente que, llegado un cierto nivel, son muy pocas las mujeres que logran escalar. Si bien es la sociedad la que limita al sexo femenino, el compromiso de quebrarlo tiene que ser de nosotras mismas. Siempre dicen: “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”, hay que romper con eso. Tenemos que abandonar aquel lastre de educación patriarcal y machista, porque nadie nos va a facilitar las cosas. Hay que eliminar esa supuesta incapacidad, porque somos capaces, sólo tenemos que demostrarlo sin miedo de avanzar.

-Entonces, ¿se considera feminista?
-Depende de qué tipo de feminismo se trate. Reconozco que, por mi sexo, me enfrenté a muchas trabas para llegar a los cargos más altos y al tope de mi carrera. Me costó criar a mis hijos, tuve que esforzarme mucho más que un hombre y demostrar permanentemente que podía y era capaz. Entonces, te diría que sí, que soy feminista. Pero no lo soy para abrir el camino por ser mujer, porque ser mujer a mí nunca me impidió nada.