Por Pedro Antonio Maldonado

Cuando bombardean cortan hasta la electricidad, así que te aburrís mucho. Es peligroso salir de casa, sobre todo en la noche, pero yo quería seguir viviendo. Mientras iba a la casa de mis amigos pensaba: ‘ahora me va a caer un misil’, recuerda el palestino gazarí Hasan Najjar sobre su vida cotidiana en la Franja de Gaza. El conflicto entre Israel y Palestina abrió allí un nuevo capítulo a partir de la incursión terrestre israelí realizada como respuesta a los hechos ocurridos el 7 de octubre, cuando el grupo terrorista Hamás llevó adelante una incursión terrestre en Israel en la que capturó a cientos de rehenes y asesinó a más de mil personas.

Najjar tiene 38 años y nació en Gaza, de donde se fue hace once años para instalarse en la Argentina. Recuerda que su padre nació en la actual Asdod israelí y junto a su familia fue obligado a instalarse en la Franja luego de que Israel declarara su independencia: “Ni yo ni mi hija nos vamos a olvidar de dónde son nuestros antepasados”, afirma este hombre cuya infancia transcurrió bajo el mando directo del gobierno de Israel, porque no fue hasta 1993 que la Autoridad Palestina tuvo el control administrativo del territorio. “Cuando era niño, los soldados entraron dos o tres veces a mi casa. Sólo buscaban molestarnos y nos rompieron un panel solar que usábamos para calentar agua”.

Si bien no se acuerda mucho de esa época, Najjar tiene algunas escenas grabadas a fuego en su mente, como cuando “algunos chicos le tiraban piedras a los autos israelíes y los soldados respondían con disparos”. Ir a la escuela también era un reto constante porque implicaba trasladarse al sur y toparse con tanques que no los dejaban pasar. Una vez que Najjar lograba llegar, tenía que padecer la violencia de las colonias israelíes que se habían asentado ilegalmente en Gaza: “Estábamos a 300 metros de un asentamiento y varias veces nos dispararon con balas de gran calibre. Toda la pared de la escuela estaba llena de agujeros”.

VIVIR ENTRE BALAS

En la casa de los palestinos nada es fácil. Najjar asegura que en los buenos tiempos tenía acceso al agua tres veces por semana. Con ella llenaba varios tanques, pero como “la presión era muy baja, se necesitaban bombas para subir el agua y que hubiera electricidad, así que tenían que coincidir esas dos variantes“. La empresa israelí Mekorot controla el agua en todo el territorio y fue denunciada por la ONU por negarle el acceso a los palestinos. “Acá me sorprendió que abrís la canilla y sale agua, incluso podés tomarla directamente. A mí me gusta bañarme durante mucho tiempo, por lo menos media hora, porque toda mi vida me tuve que apurar o se agotaba el agua”, compara.

Hacer las compras también es complicado porque los productos que se comercian son controlados por Israel. La economía entera de Palestina está sujeta a la israelí como otra forma de dominación. El pequeño puerto de Gaza está cercado por la armada sionista, que controla y detiene a quienes pretenden ayudar a los palestinos por mar. Las pequeñas granjas y plantaciones árabes tampoco están permitidas por Israel. Sin embargo, Najjad dice: “Dejaron de entrar muchas cosas, incluso algunas que no tenían nada que ver, como gaseosas y hasta materiales para la construcción; no eran cosas que se pudieran utilizar para hacer bombas”.

Salir de Gaza es prácticamente imposible. Hay dos salidas: hacia Israel está prohibido, salvo que la persona tenga “una enfermedad muy grave, eso dice el acuerdo de Oslo; pero no lo hacen porque tengan ganas, sino porque la Autoridad Palestina les paga a los hospitales israelíes”. Luego hay una salida al sur por Egipto que sólo es posible cruzar mediante coimas: “Yo tuve que pagar 300 dólares, pero mi hermana fue hace poco y pagó 1500 dólares”, grafica. Según la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo, los palestinos viven con menos de un dólar por día.

Najjar explica que moverse en su propio país es una odisea. Desde la Ciudad de Buenos Aires hasta Chascomús hay 122 kilómetros que se recorren en una hora y media. Para un palestino, esa misma distancia conlleva mucho más tiempo y situaciones adversas. Najjar ejemplifica con su hermana, que estudió en Cisjordania. “Aunque la distancia era de 100 kilómetros, para nosotros era mucho porque tenías que cruzar los controles israelíes y necesitabas un permiso que llevaba tiempo tramitarlo y a veces te lo rechazaban”. 

EL SONIDO DE LAS BOMBAS

¿Qué puede empeorar una situación tan delicada? El sonido de las bombas. En 2008, el gobierno de Israel lanzó la operación “Plomo Fundido” con el objetivo “eliminar la infraestructura terrorista”. Najjar recuerda los 22 días que duró el ataque como los peores de su vida: “Yo estaba en la facultad, escuchamos explosiones y fuimos al último piso para ver qué pasaba. Vi muchas columnas de humo negro elevándose hacia el cielo. Un edificio de diez pisos cayó como si estuviera hecho de galletitas”.

Najjar cuenta que las bombas cayeron, sobre todo, en estructuras que nada tenían que ver con el gobierno ni con Hamás: “Las bombas cayeron en una sede gubernamental que estaba rodeada por tres escuelas. Como era mediodía, los chicos de la mañana salían y los de la tarde entraban. Muchos de esos niños fueron asesinados ese día. Supongamos que Hamás usa a las personas como escudos humanos. ¿Eso te da derecho a bombardear al azar? Imagínate una situación de toma de rehenes en la Argentina donde la Policía entra disparando y matando a todos. No tiene sentido“, reflexiona.

Los horrores que vio ese día lo shockearon, pero enseguida se dio cuenta de algo: su hermana vivía muy cerca de las explosiones. “Me dio un ataque de pánico. Fui corriendo hasta su edificio y empecé a encontrar sangre en la escalera. Las puertas y las ventanas de todos los departamentos estaban destrozadas. Su casa estaba llena de tierra y esquirlas. Inmediatamente llegaron mi hermano y mi cuñado y me dijeron que cinco minutos antes del bombardeo se habían ido a la casa de mis padres. Todas las personas que estaban en la calle cerca del edificio murieron”.

EL HORROR DEL PRESENTE

Durante la contraofensiva a raíz de los ataques del 7 de octubre, el ejército sionista rodeó y atacó el hospital de Al-Shifa, el más grande de la región, con la excusa de eliminar a los lideres de Hamás y cerrar los túneles que ellos habían construido. No sólo no encontraron nada, sino que el ex primer ministro Ehud Barak admitió que los túneles bajo el hospital los habían cavado los soldados israelíes.

-¿Por qué Israel atacó un hospital lleno de niños y civiles?
-Hubo un montón de hechos en los que siempre me pregunté por qué. Yo conocí una pareja que vivía en el mismo edificio de mi hermana. Los padres no querían que se casaran, pero lucharon para hacerlo y tuvieron un hijo. En 2008 el marido estaba en el balcón con su suegra y una bomba los mató a los dos. La mujer sobrevivió junto con su hijo, aunque quedaron muy heridos. Sigo preguntándome por qué hicieron eso. Eran personas que conocía, que no eran de Hamás, gente común y corriente que no tenía que ver con nada. Querían sobrevivir y tener una vida normal como cualquiera. No hay una respuesta, no tiene sentido.