Por Guido Enquin 

“Yo soy un contador de historias. Eso es lo que me gusta hacer. Hay gente que cuenta historias escribiendo, gente que cuenta historias con imágenes en movimiento. Yo soy un contador de historias con imágenes fijas”. Así se autodefine Carlos Barría, fotoperiodista argentino que trabaja desde hace más de 20 años para la agencia de noticia británica Reuters, para la cual cubrió numerosos conflictos internacionales, como la invasión de Estados Unidos en Irak y Afganistán, la guerra entre Israel y el Líbano, y más recientemente el conflicto armado entre Rusia y Ucrania, además de haber cubierto desastres naturales como el tsunami en Japón en 2011 y el terremoto en Haití en 2010, lo que describe como una de las coberturas que más le impactó a nivel personal. 

El fotoperiodista oriundo de Bariloche explica que comenzó su carrera como un cazador, para después convertirse en un pescador y finalmente ser un granjero, etapa en la cual, según detalla, se encuentra actualmente. “Yo tomo mi carrera así y pienso que la carrera del fotógrafo se divide en tres etapas. Cuando sos joven, sos un cazador. Salís con un objetivo en mente, una presa en mente, salís a cazar. Vas, hacés la foto y volvés. Con el transcurso de los años te convertís en un pescador porque salís a ver con paciencia, a ver qué pescas. No salís con la esperanza de traer peces, por ahí pescás, por ahí no pescás. Y la tercera, la más difícil de todas, es convertirte en un granjero que pone la semilla en la tierra y espera un año, dos años, tres años, esperando que esa semilla crezca para poder sacar los frutos. Una vez que llegás a dominar esa parte y podés hacer las tres etapas del recorrido, lograste la madurez como fotógrafo. A mí me cuesta mucho hacer trabajos a largo plazo y es en lo que estoy trabajando ahora. Para mí esa es la parte más complicada.”

Según Barría, la clave en la fotografía es mirar, ser un observador de la realidad y ampliar lo máximo posible la cultura general, ya que de esa forma lo que se logra es mejorar la capacidad de almacenamiento del propio “disco rígido”, como a le gusta describir al cerebro humano.  Cuando empecé en la fotografía, recuerdo ir por la calle y perderme una foto de algo que veía y lamentarme por no tener la cámara. Después, con el tiempo, comprendí que me perdí la foto pero lo importante estaba en haberla visto, porque si no la hubiera visto, ahí estaría el problema. Porque cuando ves esas imágenes, esas composiciones ya te quedan grabadas en tu cerebro y en algún momento, y en esto soy un convencido, las imágenes se repiten, las situaciones vuelven en la vida. Cinco, diez o veinte años años después vuelven a pasar y cuando vos retenés esas imágenes, esa información, esa composición, esos elementos que se juntaron para formar una imagen, cuando lo tenés en tu cabeza, te vas a dar cuenta cuando está por volver a pasar y esa vez vas a estar preparado y vas a tener la cámara en tus manos. Entonces la clave está en observar, ser un observador”.

Fotografía de Carlos Barría tomada durante la guerra entre Rusia y Ucrania.

―La escritora y filósofa Susan Sontag dijo alguna vez que “no debería existir un nosotros cuando el tema es la mirada al dolor de los demás”. En una entrevista dijiste que no te gusta la etiqueta de “corresponsal de guerra”. ¿Tiene relación con lo que dice Sontag?
―Hay una especie de romanticismo alrededor del corresponsal de guerra y para mí es un poco triste pensar que lo único que hacés es cubrir guerras. Nunca me consideraría un corresponsal de guerra porque me parece una forma de ganarse la vida bastante triste vivir del sufrimiento de los demás. Debe ser bastante jodido tener que ir con esa mochila todos los días. Yo me considero un fotógrafo, que me toca ver la realidad y que me toca ver cosas lindas, cosas feas, cosas violentas y cosas pacíficas. Si tuviera que empezar mi carrera de vuelta y tuviera la opción de sólo dedicarme a ser corresponsal de guerra, no lo haría. No es bueno para mi cabeza. No es algo para mí. Lo he hecho, lo voy a hacer, lo sigo haciendo pero no me considero un corresponsal de guerra. No me gusta ese título porque me parece que es un poco fetichista. Tengo muchos colegas que se autodefinen de esa forma y la verdad que yo prefiero mantenerme alejado de este tipo de etiquetas. No van conmigo.

―También dijiste que tu motivación principal para cubrir las guerras es comprenderte a vos mismo y al ser humano. ¿Cuál es tu mirada sobre el ser humano después de haber cubierto tantos conflictos bélicos? 
―Creo que soy un poco pesimista en relación al ser humano. Hay formas mucho más civilizadas de arreglar las cosas pero se necesita de un poco de comprensión y de entendimiento del otro. El ver el sufrimiento de los otros me ha hecho ser un poco más abierto y tratar de entender de dónde viene. Te puedo dar un ejemplo: cuando salió electo Trump, la gente se empezó a preguntar quiénes habían votado a Trump, de dónde eran, cómo se habían hecho trumpistas. No salen de la nada. ¿Cómo aparece Milei en la Argentina? No es un extraterrestre. Es una consecuencia de algo, ¿qué es ese algo? Creo que el pensar y tratar de entender de dónde vienen las cosas es mucho más importante que reaccionar. Creo que los conflictos van a seguir estando. En el reino animal las especies tienen formas de autocontrolarse a sí mismas. En el caso del ser humano creo que nuestra forma de autocontrolar nuestra propia población es la estupidez humana y me parece que vamos a llegar a un punto de inflexión donde no va a haber suficiente comida para todos, no va a haber suficiente agua para todos y no va a haber suficiente energía para todos. Algunos la van a pasar peor que otros, más temprano que otros, pero bueno… espero que la inteligencia supere la estupidez. Esa es mi única esperanza. Espero estar mirando las margaritas desde abajo cuando eso pase. Va a ser jodido para las generaciones que vienen. Yo no tengo hijos, tengo una sobrina nada más pero creo que las próximas generaciones van a encontrarse con un mundo bastante más complicado.

―Me imagino que una de las cosas más difíciles de ser un fotoperiodista debe ser la cuestión de la ética personal, ya que la privacidad del otro se puede transgredir con facilidad. ¿Cómo lidias con esto? ¿Es algo que se aprende con la experiencia, saber qué límites no se pueden traspasar?
―He vivido mucho tiempo con esta idea de cómo mostrar la miseria del otro sin tener un sentimiento de culpabilidad y entender cuándo es el límite. Por ejemplo: estás en un funeral… ¿cuáles son los límites? ¿Te ponés a un metro o te ponés en frente de la viuda llorando en frente del cajón con tu cámara y con tu flash? Esos tipos de límites que no son autocensura, son límites humanos y uno los va aprendiendo con el tiempo. Mi madre murió de cáncer hace un año y antes de morir yo fotografié sus últimas dos semanas cuando estaba en el hospital. La fotografié con mi celular. Era un acto instintivo de fotografiar todo. Desde los días en el hospital, cuando llegó a casa, cuando se la llevó la ambulancia, cuando murió, cuando el cuerpo fue cremado y todo, e hice una especie de historia con mi propio teléfono. Un día al final del año me puse a pensar que venía la época de los concursos de fotoperiodismo y entonces me pregunté a mi mismo: ¿sería capaz de mandar las fotos de la muerte de mi madre para un concurso? Y me hice esa pregunta y me hizo pensar que si yo no estoy dispuesto a mostrar mis miserias, no puedo estar preparado para mostrar las miserias de otros. Entonces hablé con mis hermanos, hablé con mi familia, les pedí permiso y les expliqué de dónde venía. Les dije: “Miren, para mí esto es un ejercicio para entender cuáles son mis propios límites”. Ellos me entendieron y me dieron la autorización. Mandé las fotos a un concurso donde no ganó nada pero eso no viene al caso. Cuando estoy fotografiando una situación dura, hago el ejercicio de preguntarme: ¿estoy tratando a esta persona con la dignidad que se merece? ¿Estoy invadiendo su privacidad? ¿Cómo me sentiría yo si fuera al revés? Me parece que está buenísimo hacer el ejercicio de ponerse en el papel del otro.