Por Luciana Garciandia

Diego Lima tiene 46 años y empezó a sacar fotos de manera profesional a los 30. Cinco años después logró entrar en la Agencia de noticias France-Press (AFP), una de las más importantes. En 2013 se convirtió en fotógrafo y editor de La Nación para cubrir los incendios en Córdoba. Se encargó de mostrarle a la gente lo que de verdad estaba pasando con los incendios forestales. “Obviamente nosotros tenemos un motor, cada uno tiene el suyo, pero a algunos lo que nos sigue moviendo es que las fotos sirven para generar conciencia y para cambiar algo”, dice ahora en diálogo con Publicable.

Según los investigadores del Instituto Gulich, en los últimos veinte años se quemaron unas 770.000 hectáreas en Córdoba. Los resultados de los estudios publicados a comienzos de este año indicaron que 2020 fue el peor año, porque los incendios forestales arrasaron con 340.000 hectáreas. Con sus fotos, Lima no solo muestra los incendios, sino también las consecuencias que dejan detrás. “Hay muchas maneras de contar, hay una profundidad, un contenido esencial, ambiental y son muchas cosas las que se pueden contar a través de eso. Decidís cómo. Yo decido cómo sacar, cómo quiero mostrar las cosas. Ahí está mi motivación.”  

Te encargaste de mostrar muchas veces un primer plano de los bomberos arriesgando su vida para combatir el fuego. ¿Cómo es saber que la mayoría de las veces la tuya también estaba en riesgo?
Quien hoy es jefe de fotos de AFP en la Argentina me advirtió que yo estaba tomando demasiados riesgos. A veces eso tiene que ver con una cuestión de adrenalina, de inconciencia o una falta de profesionalismo. El error de creer que uno se tiene que arriesgar al máximo para lograr lo mejor y no es así. Me agarró y me dijo: “Diego, a mí no me sirve que te mueras en una nota. Yo necesito gente profesional, no aventureros”. Y la realidad es esa, después te vas dando cuenta de que no es necesario estar metido en medio del incendio. Si yo miro las fotos que saqué, probablemente las que yo digo que son las mejores son las fotos en las que no he tenido tanto riesgo como en otras. 

¿Cómo es para vos ir en contra de tu propia naturaleza e ignorar tus instintos?
—Miedo tuve una sola vez. Me descuidé, haciendo esta cosa de querer estar cerca. Se prendieron fuego unas casas en medio de un incendio forestal, había ráfagas de 60 kilómetros por hora y fuego de copa. Corrí yendo hacia las casas y me olvidé de que tenía que salir por el mismo lugar por el que había entrado, salí de casualidad. Los minutos son chicle ahí, pueden haber pasado treinta segundos o cinco minutos, no sé lo que pasó. Salí y ese camino no existía más. En esa zona había un grupo de bomberos y uno se largó a llorar del miedo. ¿Valió la pena hacer eso? No, no tiene sentido. Camino a esas casas pasé por al lado de una cancha de golf, donde la montaña estaba prendida fuego y seguían jugando. Hubiera hecho la foto de los tipos jugando al golf con la montaña atrás prendida fuego y habría sido más significativa.

El 11 de septiembre de 2013 sacaste una foto mostrando las consecuencias que dejó el fuego en Calamuchita. Mostrabas a un nene con 22 caballos que murieron quemados detrás de él. ¿De qué modo te afecta mostrar la tragedia? 
—En el momento trato de que no me afecte y no compenetrarme mucho, porque si no me bloqueo o puedo perder el foco. A veces los impactos vienen después, me ha ido afectando dependiendo del tema que he ido contando y algunos más que otros. En el momento es fundamental tener claro que hay gente afectada y no vamos a pasar por arriba para lograr nuestro objetivo de contar u obtener una foto, no sirve eso. Eso le sirve únicamente a uno para el ego. Nosotros somos paracaidistas, llegamos al lugar, hacemos las fotos y nos vamos. Pero la gente se queda con sus problemas y eso merece respeto. 

¿Por qué el trabajo que hiciste en Chaco te persigue hasta el día de hoy y te hizo dejar de lado el ego propio?
—El trabajo fue una porquería, me superó por todos lados. Estuve una semana en una comunidad Wichi para hacer fotos de una realidad social permanente. Terminé hecho polvo, porque fui con esa cosa del ego y con una mirada colonizadora. Terminé no contando nada, con fotos crueles que lo único que hicieron fue alimentar un morbo y no mucho más. Tampoco me quiero autoflagelar, pero mostraban más una miseria propia que una realidad. Eso me bajó el ego a menos diez.

¿Te ves a vos mismo como un mensajero para las sociedades futuras?
—Por una cuestión de que uno mira fotos históricas y trabajos de gente que hizo fotos a lo largo de la historia, me genera mucha curiosidad saber qué pasará con mis fotos, si servirán de algo para dentro de cien años. No importa el nombre que tengan abajo, pero ¿servirá para algo? ¿Estoy contando algo que antropológicamente obtenga un valor dentro de cien años o ciento cincuenta? Eso me llama la atención. Ojalá deje un registro histórico que sirva para el que estudie la historia dentro de una cierta cantidad de años y sea más o menos coherente con lo que pasó.