Verónica Braña, 5 años
Hoy: Docente
Cuando empezó la dictadura tenía cinco años y vivía junto a mi madre, que era ama de casa, mi padre, que trabajaba en una compañía de telefonía, y mi hermano de dos años. Recuerdo ver en el televisor blanco y negro los recurrentes comunicados del gobierno de facto, anunciados con una melodía militar muy estridente que venía acompañada luego por una voz locutada que anunciaba “Comunicado número…”. Me acuerdo del movimiento del bigote de Videla al compás de las palabras, esa característica tan icónica.
En 1978 falleció mi abuelo materno, que vivía en Catamarca, y quisimos ir a despedir sus restos y a hacerle compañía al resto de mi familia. En el viaje nos pararon en reiteradas ocasiones. Todavía recuerdo las manos temblorosas con las que mi mamá nos agarraba a mí y a mi hermano al costado de la ruta mientras observaba a 10 metros cómo la policía interrogaba a mi papá sobre el trayecto del viaje. Ellos fumaban mientras revisaban los documentos y mi viejo no podía quedarse en el lugar por los nervios. El miedo que tuve en esa ocasión aún me pone la piel de gallina.
Sin embargo, el día que más me marcó fue a mis cinco o seis años, cuando mi mamá me mandó a avisarle a mi papá que ya estaba listo el almuerzo. Como mi madre me había mencionado que él estaba hablando con su amigo el carnicero, supuse que estarían en la carnicería, así que me dirigí hacia ahí. Corrí agitada por la adrenalina que me producía salir sola a la calle, jugar en la vereda no estuvo permitido durante esos años. Cuando llegué a la carnicería, el local estaba cerrado y la cortina baja. Volví rápidamente muy asustada, pero en el camino me interceptaron mis padres. Hicieron un escándalo en el medio de la calle y me pegaron un cachetazo. Me dijeron que nunca más debía salir sola y que tenía que prestar más atención porque mi padre en realidad estaba junto a su amigo en el galpón de mi casa.
En ese momento me pareció sumamente cruel el trato que tuvieron conmigo. Incluso hoy, que tengo una hija, no logro empatizar con ellos. En el fondo sé que tenían mucho miedo y querían cuidarnos. Si bien la comunicación de aquel entonces entre padres e hijos no era muy fluida, siempre nos hacían tener presentes tres puntos que consideraban de suma importancia: no hablar con extraños, no salir solo a la calle y si alguien desconocido te llama nunca confíes.
Producción: Martina Ruiz