Marcelo Fabián López, 10 años
Hoy: Comerciante
Íbamos de camino para mi casa en Catallares, en el camión del papá de un amigo. Éramos muchos. No tomábamos el colectivo porque era muy tarde, estábamos muy lejos y tardaba mucho en llegar. Era de noche, estaba bastante oscuro y el lugar en donde estábamos no era nada lindo. Recién habíamos terminado de entrenar rugby en un parque grande que había cerca. Mis papás siempre me decían que no debía cantar la marcha peronista, ni siquiera nombrar algo relacionado, pero no nos pudimos contener. Estábamos solos, era nuestro momento y lo hicimos sin preocupación alguna.
Por el costado vi pasar un Ford Falcon negro. No le di mucha importancia porque no paró, y seguí hablando y cantando con mis amigos. Pero la suerte no duró mucho. No hicimos más de diez cuadras cuando se nos cruzaron cuatro autos y nos pararon; paramos de cantar. Nos obligaron a bajar, uno por uno lo hicimos, en silencio, con las cabezas gachas y sin quejarnos. Los hombres nos apuntaban con sus armas. Formamos una fila y nos quedamos quietos, lo más quietos posibles. Empezaron a palparnos, más bien a sacudirnos, y no amablemente. Después de que se tomaron el tiempo para reírse de nosotros un rato, nos dejaron ir. Nunca más volví a hacerlo, no sin antes comprobar que era seguro.
Todos los días había que caminar con cuidado, hablar con cuidado, hacer cosas pensándolas cincuenta veces antes, porque no sabías quién te podía estar viendo o escuchando. Si te pasabas de listo con algún policía o te hacías el gracioso, él te levantaba, te sacudía y te iba buscar a tu casa después, porque te pedían el DNI antes de dejarte ir. No te podías quejar, hacer un reclamo ni absolutamente nada, todo se convertía en una razón para que te lleven. Era sencillo, muy fácil, había cero derechos humanos, eso no existía.
Desde el día uno sabía lo que tenía que hacer, nada, y lo que no tenía que hacer, todo. Mis papás tenían temor, miedo por el qué va a pasar, por cómo iban a hacer para seguir trabajando. Sus primeras palabras al enterarse del Proceso de Reorganización Nacional, como lo decían en la televisión, fue “cagamos”. Lo único que nos repetían a mí y a mis hermanos constantemente era que nos cuidáramos.
Producción: Maylén Carrau