Por Eugenia Arribas

La implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) en las Escuelas de Educación Especial puso en evidencia un problema que continúa pese al paso del tiempo: los prejuicios respecto de la sexualidad de las personas con discapacidad. “La ESI es esencial porque involucra una realidad que nos atraviesa a todos”, asegura Luciana Dufour, directora de la Escuela de Educación Especial N°504, en San Antonio de Padua. 

Uno de los desafíos a los que se enfrentan los docentes y las escuelas es la resistencia de algunas familias a romper con estos prejuicios, y ver a los niños con discapacidad como futuros adultos que se enfrentarán al mundo. “Ellos son como todos los otros niños. Para nosotros es importante que lo mismo que trabajan en el colegio lo vean reflejado también en sus casas”, concluye la docente.

—La Ley 26.150/061 de Educación Sexual Integral (ESI) establece: “Todo aquel que esté estudiando tiene derecho a recibir Educación Sexual Integral en los establecimientos educativos de gestión estatal y/o privada, religiosas o laicas”. ¿Cómo se aplican estos contenidos en las escuelas de Educación Especial?
—Nosotros nos regimos por la misma ley y trabajamos con los mismos contenidos, pero hacemos algunas configuraciones para poder aplicarlo a nuestros alumnos. Siguiendo el Programa Nacional de Educación Sexual Integral, creamos un proyecto institucional llamado “Identidad”, en el que dividimos los contenidos en Primer Ciclo (de 7 a 10 años) y Segundo Ciclo (de 10 a 13). Es un contenido transversal, que trabajamos todo el año de forma articulada: los más chicos ven contenidos básicos, como los hábitos o el cuidado y respeto del propio cuerpo y el de los otros, y los más grandes trabajan con cuestiones más de adolescentes, como noviazgos o cuidado en las relaciones sexuales. De todos modos, había cuestiones que quizás no estaban enmarcadas en la ESI, pero que ya veníamos trabajando desde antes que se implementara la ley, como la higiene y los cuidados personales.

—¿Los docentes se instruyen particularmente en ESI con perspectiva en diversidad funcional/discapacidad?
—Tienen la misma instrucción y capacitación que el resto. Este año, la “Red de ESI”, un programa educativo para docentes de la subsecretaría de Educación del Municipio de Merlo, organizó una serie de jornadas de capacitación en donde participaron cuatro o cinco docentes de cada escuela. Estuvieron presentes todas las escuelas de nivel y las de Educación Especial, y se compartieron muchas ideas sobre cómo se está trabajando. 

—El Artículo 1 de la Ley avala y obliga a los docentes a garantizar su cumplimiento. ¿Cómo se aborda la ESI cuando la familia de un niño con discapacidad se opone?  
—Primero, se plantea que es un contenido obligatorio, que nosotros tenemos que dar y trabajar. Después, tratamos de mostrarles cómo es el contenido que se enseña en la escuela, y les explicamos que no tiene que ver sólo con lo genital y lo sexual. Hay muchas cuestiones que empiezan desde la casa, por lo que es esencial reforzarlo con las familias, para que comprendan y compartan lo que se les enseña a los chicos. No nos ha pasado que se nieguen, pero sí ha habido algunos cuestionamientos o dudas, que se resolvieron cuando se acercaron y lo conversamos. Una gran herramienta es hacer participar a las familias: el año pasado hicimos una encuesta anónima sobre cuáles eran sus dudas y miedos con respecto a la sexualidad de los chicos, y la gran mayoría respondió que no sabían cómo explicarles algunas cosas, o que pensaban que la sexualidad no atinaba a su hijo. Gracias a eso tuvimos un panorama mucho más amplio de las cuestiones a trabajar, tanto con los chicos como con las familias.

—La sociedad arrastra estos prejuicios sobre las personas con diversidad funcional o discapacidad al considerarlos infantiles o que no entienden. Desde el lugar de los docentes, ¿qué se puede hacer para tratar de cambiar estas ideas?
—Las mismas familias suelen tener esta idea del eterno niño, de que para qué les vamos a explicar si no entienden. Esta concepción es completamente errónea, porque ellos tienen las mismas necesidades en las mismas edades que el resto de los niños. Los adolescentes están a flor de piel, y también tienen que poder expresarse. Por ejemplo, a los varones, cuando empiezan a tocarse y ese tipo de cuestiones, les explicamos que esas son cosas que se hacen en el ámbito privado porque nadie tiene por qué ver las partes íntimas del otro, pero no se lo prohibimos o les hacemos creer que está mal, porque siempre lo prohibido llama más la atención. Es importante que las familias vean cómo trabajamos, porque de ese modo pueden ver de todo lo que son capaces sus hijos. Es un camino que vamos haciendo para mostrarles los logros que van teniendo, para que se den cuenta de que si lo pueden hacer en la escuela, también lo pueden hacer en sus casas. Son entendibles todas las dudas y miedos que tienen las familias, pero desde nuestro lado tenemos que trabajar para alcanzar la mayor autonomía posible para cada chico. 

—¿Cómo abordan dentro de la escuela las diversas identidades?
—Los trabajamos desde el simple hecho de que cada uno puede tener novio o novia, que son libres de elegir quién les puede gustar y que tienen que estar orgullosos de lo que sienten. Tenemos un alumno que está integrado en una escuela de educación tradicional, que a los 12 años decidió realizar el cambió de género, y desde la escuela se mantuvo todo el tiempo la comunicación con la familia y se le brindó el apoyo necesario. A los compañeros se les explicó de forma muy clara y lo entendieron sin ningún problema. Los adultos somos los que cargamos con los prejuicios y tenemos resistencia a tratar estos temas, pero para los chicos son cuestiones naturales. Lo importante es encontrar una forma de llegar a ellos para poder brindarles la información y las herramientas necesarias.