Por Julieta Rodríguez
“LO QUE SE ESCUCHA EN LA CASA NO SE DICE AFUERA”
Emilia González Rojaz, entre los 4 y los 11 años vivió en dictadura. Hoy es emprendedora.
Mis primeros recuerdos del proceso militar son difusos. No entendía lo que pasaba, pero sí sentía el miedo. En mi casa había un doble discurso. Afuera había que asentir, decir “sí” a lo que los otros querían escuchar. Nadie quería llamar la atención, nadie quería arriesgarse. Mi mamá me repetía siempre: “Lo que se escucha en la casa no se dice afuera”. Era una advertencia constante. Una paranoia, como si siempre hubiera alguien escuchando, listo para traicionarte. Mi papá, más callado, asentía. Nadie hablaba de lo que realmente ocurría.
Había cosas que no entendía. Una vez escuché a mis padres hablar de un vecino. Decían que se lo habían llevado. Pero no decían más, sólo quedaba el silencio, como si con ese silencio se protegiera la casa. Éramos niños, y nos decían que no habláramos, que no preguntáramos. Y así fue. Crecí en medio de ese silencio y de una vigilancia constante. A veces, cuando caminábamos por la calle, había soldados parados en las esquinas, con sus armas. Y aunque no entendía qué significaban esas armas, sabía que debían infundir miedo.
Recuerdo especialmente a la tía Doris, que iba a la facultad. A ella siempre le decían: “Ojo con quién te juntás”. Había un toque de queda y no se podía estar en la calle después de cierta hora. Todo era miedo. Mis hermanas mayores se lo tomaban en serio, llevaban siempre el documento encima. Yo era más pequeña, no entendía todo eso, pero veía la preocupación en sus caras, en sus voces. Lo que más me marcó fue esa sensación de miedo que había dentro de la casa y esa diferencia entre lo que se decía afuera y lo que se decía adentro.
“PARA MI ERA COMO UN REY”
Rosana Bustamante, entre los 4 y los 11 años vivió es dictadura. Hoy es traductora pública.
Mi papá era militar. Cuando llegaba a casa con su uniforme planchado y el chofer que lo acompañaba, lo veía como un rey. No entendía lo que realmente pasaba, sólo veía la imagen de un hombre importante, un líder, una imagen a seguir, eso era lo que yo veía.
Él recibía elogios, la gente lo respetaba. Yo me sentía orgullosa, aunque no sabía por qué. Era sólo una niña.
La verdad es que no se hablaba de política en casa. Mis padres lo hablaban entre ellos, pero nunca conmigo. Lo que sí aprendí fue a ser estructurada, a tener principios, a seguir reglas sin cuestionarlas. Eso fue algo que me quedó de esos años. Mis decisiones siempre fueron rígidas, nunca aprendí a ser flexible. Y ahora me pregunto si fue realmente algo bueno.
Crecí en un ambiente muy estricto. Mi papá cumplía órdenes, y yo lo veía como una persona que no tenía opción. Así es como lo justificaba, incluso cuando empecé a entender las críticas hacia el rol de los militares. ¿Fue él un dictador o sólo alguien que obedecía? Esa pregunta me sigue persiguiendo, porque en mi infancia lo veía como un hombre impecable, que imponía respeto. Los vecinos también lo respetaban, y yo creía que eso era lo normal, que era algo bueno.
Pero esos años me dejaron marcas. No sólo en mi manera de ser, tan rígida y estructurada, sino también en los miedos que me generaron las imágenes que veía en la televisión, especialmente durante la guerra (de Malvinas). Pensaba que mi papá podía no volver, que algo le podía pasar. Fue traumático, tanto que más adelante necesité años de terapia para procesarlo.