Por Matías Riso

Aquel caluroso jueves 30 de diciembre de 2004, la banda Callejeros cerraba el año con su tercer recital consecutivo en el boliche República de Cromañón. Venían de llenar el estadio de Excursionistas ante más de 15 mil personas, y fue allí donde Juan Ignacio junto a sus amigos Joaquín y Bruno decidieron verlos una vez más. Cuando se lo planteó a Oscar, a este algo le hizo ruido. “Mi papá me dijo que quería acompañarme, era la única condición para que fuera. Yo no quería saber nada, pero menos mal que vino”, dice Juan ahora, veinte años después. Como a todo adolescente de 15 años, la idea mucho no le gustó. “Habíamos arreglado con los papás que después íbamos a comer una pizza para compartir lo que habíamos vivido y pasó lo que pasó”, recuerda Oscar.

La casa de los Filardi en Villa Urquiza fue el punto de encuentro, para tomar desde ahí el colectivo 71 hasta Once. Una vez en el lugar se encontraron con mucha gente haciendo la fila, y además seguían vendiendo entradas. Luego de un extensivo cacheo, en el que incluso les hicieron sacar las zapatillas buscando pirotecnia, entraron a Cromañón y se acomodaron: los tres adolescentes abajo, cerca del escenario, y a Oscar lo mandaron al piso de arriba. Sin saberlo, terminó siendo el peor lugar para estar. El calor y el cúmulo de gente ya eran protagonistas.

Con la banda invitada Ojos Locos ya se empezaron a ver bengalas prendidas entre el público. Antes de que Callejeros saliera al escenario se escuchó decir a Omar Chabán, administrador del lugar:No sean pelotudos. No tiren bengalas. Acá hay 6 mil personas y no quiero que pase lo de Paraguay. Si alguien prende algo nos morimos todos”. A las 22.50 al grito de “¿Se van a portar bien?”, Patricio Fontanet dio comienzo al show con el tema “Distinto”, cuya letra dice “a consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme”. Ironías del destino. El tema duró menos de dos minutos porque una candela, pirotecnia que lanza hacia arriba varias bolas de colores, encendió la media sombra que cubría el techo y un humo negro tóxico comenzó a llenar el lugar. 

Juan Ignacio y Oscar en su primera vacación juntos después del incendio.

Juan recuerda: “Los músicos dejaron de tocar, me di vuelta y vi que la media sombra del techo se estaba prendiendo fuego. Al principio pensé que era una pavada y que lo iban apagar enseguida. Pero luego se cortó la luz y me di cuenta de que todo era un quilombo y que estaba pasando algo muy malo”. Los tres amigos se separaron. Bruno y Joaquín pudieron salir rápido porque estaban apretados contra una puerta de emergencia que estaba cerrada con candado, pero que la gente desde la calle pudo abrir. A Oscar le costó más ya que la escalera era muy angosta para la cantidad de personas que querían salir, sumado a la oscuridad, los gritos y la gente tirada en el piso. Cuando pudo hacerlo se dirigió a la esquina que previamente habían puesto como punto de reunión por si algo pasaba. Ahí se encontraron los tres, y al darse cuenta de que el tiempo transcurría y su hijo no aparecía, volvió tres veces para buscarlo. “Cada vez que entraba era todo silencio, la mayoría estaban muertos, el griterío estaba afuera con la gente buscando a sus amigos y familiares”, cuenta Oscar.

Juan no pudo salir, no encontró la puerta: “Creí ubicarme porque llegué a un sector de la barra, pero era imposible ver la salida y me quedé sin fuerza. Caí al piso y me quedé dormido porque ya no tenía más nada que hacer. Cuando me desperté ya me habían sacado, estaba en la puerta, en un camión de bomberos”. En ese momento vio a su papá correr desesperado hacia la puerta y pudieron reencontrarse los cuatro. Pasó catorce días internado en el Hospital Italiano con intoxicación por monóxido de carbono. Perdió el 70 por ciento de su capacidad pulmonar y escupió saliva negra durante un año. 

A lo largo de estas dos décadas, la relación padre-hijo cambió para mejor. “Fue muy valiente, pudo salir, nos encontró y les devolvió sus hijos a las tres madres con las que se había comprometido”, dice Juan. “No me siento un héroe. A nosotros nos besó la muerte, pero nos abrazó la vida”, culmina Oscar.

Esta nota fue la ganadora del Concurso Anual de TEA 2024 en categoría 1° año.