Por Sol Vega

El fin de semana Lali Espósito presentó su sexto álbum, No vayas a atender cuando el demonio llama, con dos shows arrolladores en el Estadio José Amalfitani, en Liniers. Convocó a 90.000 personas y ofreció un espectáculo de casi tres horas en el que repasó 33 canciones: los hits que la consagraron y el sonido más rockero de su nuevo material. La puesta en escena fue impactante: siete cambios de vestuario, visuales envolventes, coreografías explosivas y una lista de invitados que incluyó a Moria Casán, Miranda!, Joaquín Levinton, Taichu y Dillom.

Detrás de ese despliegue, hay una historia que acompaña. Lali mantiene desde hace años un vínculo sólido con el público argentino. Desde sus primeros pasos en las ficciones juveniles de Cris Morena —como Rincón de Luz, Floricienta y Casi Ángelesconstruyó una presencia constante en la cultura pop local. Supo reinventarse como cantante, actriz y performer, sosteniendo una identidad artística que creció junto a su generación. Con una carrera versátil, coherente y siempre en movimiento, logró consolidar el lugar que hoy ocupa.

Sin embargo, lo vivido en Vélez fue mucho más que un recital. No se trató solo de música ni del fanatismo por una artista consolidada. La emoción colectiva, los gritos sincronizados, los abrazos espontáneos y esa sensación de pertenencia que flotaba en el aire superaron cualquier expectativa. Entonces, surge una pregunta inevitable: ¿qué representa Lali hoy? ¿Por qué su figura convoca, conmueve y une de esa manera?

“Lali ocupa un lugar central en la música argentina, gracias a su extensa trayectoria que comenzó en el entretenimiento y se consolidó en la música. Llenar dos veces la cancha de Vélez no es algo menor y refleja la importancia que tiene para la juventud y sus seguidores. Su influencia trasciende lo musical y se vuelve social y política, especialmente tras sus recientes intervenciones y la enemistad con Javier Milei”, explica el periodista musical Fidel Fourcade, que también señala la relevancia de que una artista de su alcance se pronuncie políticamente frente a un gobierno que considera perjudicial para la cultura y la sociedad.

Desde hace años, Lali asumió posturas públicas sobre temas que dividen a la sociedad argentina, como el aborto legal, la diversidad sexual y el feminismo. En una entrevista reciente en Perros de la Calle (Urbana Play), reflexionó sobre el valor de expresarse: “Los silencios también tienen un costo”, dijo, y explicó que para ella es más incómodo callar que hablar, porque es consciente del impacto que puede tener en la gente. “No vivo en una nube de pedos. Vivo acá, en este país”, sostuvo, y destacó la importancia de aprovechar el privilegio del micrófono y de aprender también de quienes piensan distinto.

La reacción de su público tras el cruce con el presidente Milei potenció aún más esta dimensión. En lugar de distanciarse o guardar silencio, muchos seguidores respondieron con militancia activa: inundaron las redes con mensajes de apoyo, viralizaron sus canciones y defendieron a su artista con convicción. Esa respuesta no fue espontánea ni aislada; es la expresión de una comunidad que encuentra en Lali un espacio de pertenencia. Sus shows están repletos de banderas de la diversidad, pañuelos verdes, cánticos, llanto y fiesta. Todo convive en una misma escena: la libertad, la emoción y el deseo de compartir algo más que música.

Fito Páez, referente indiscutido del rock argentino, la llamó tras aquel episodio con el presidente para recordarle que su verdadero campo de batalla es el arte. Y fue justamente en Vélez donde Lali reafirmó esa idea con un mensaje claro: “No importa a quién votaste, importa qué clase de persona sos con el otro. El que es como vos, el que vive contigo, al lado”.

Como ella misma expresó en su canción “Soy”, lanzada en 2016: “Soy quien encuentra la libertad con la fuerza de la verdad, una historia real. Soy lo que ves”. Hoy, Lali continúa siendo una artista cercana y auténtica. En un contexto donde muchos optan por la prudencia, el marketing calculado y la neutralidad estratégica, ella eligió otro camino: expresar sus ideas y mostrar sus convicciones sin renunciar al show. Eso la convierte en una figura real, alguien que genera identificación. Se puede estar de acuerdo o no con sus opiniones, apoyar o cuestionar que exprese lo que piensa, pero lo que resulta indiscutible es que Lali se ha convertido en un refugio emocional y simbólico para un sector de la sociedad que la abraza como propia.