Por Inés Yawien

Guillermo Nicolás Lupo se levanta todos los días a las cinco y media de la mañana. Lo primero que hace es meditar para “intentar conectarse con uno mismo”, dice. A las seis, desayuna y hace yoga, a las siete lee “un poquito” y siete y media ya está saliendo desde su casa en el partido bonaerense de Avellaneda hacia el subte D, en CABA, donde ya no es más Nico sino G Lupo. A las ocho y media ya está haciendo la primera vuelta por los vagones. 

Con nada más que un beat que sale de un parlante con luces de colores, G Lupo inventa rimas en el momento, inspirado por los nombres de las estaciones o por los pasajeros. A veces, les pide una palabra a partir de la cual comienza a rimar automáticamente, con una velocidad sorprendente. La mayoría de las veces, rima con detalles de la gente que está viajando: “La vida es como tu campera de Adidas, porque tiene tres líneas: resiliencia, paciencia y empatía”, le rapea a un chico que viaja sentado. El subte está repleto de personas yendo a sus trabajos bajo la luz blanca, la mayoría con sueño y demasiado abrigados para el calor y el encierro que se empieza a sentir. La música del chico que acaba de subir al transporte interrumpe el silencio del vagón y contrasta con el mal humor de los que se dirigen a sus trabajos. Muchas personas no miran al rapero, lo ignoran hasta cuando les canta a ellos, pero otros le sonríen, parecen intrigados por sus rimas y lo animan: “El pasajero no va con el deseo de escuchar al artista, pero se puede generar. Por más que no conozcan la cultura o lo que venís a compartir, lo que llega es la actitud que le estás poniendo. Cuando yo arranco con buena onda, el recibimiento también es bueno”, cuenta. Sin embargo, en la primera pasada, G Lupo no pasa la gorra ni pide colaboraciones monetarias a los pasajeros: “Primero quiero conectarme con la gente”, asegura. De las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, rapea sin parar, e intenta recorrer la mayor cantidad de vagones posibles. Cuando termina, se va a estudiar.

El hip hop es un movimiento cultural y artístico nacido en los barrios afroamericanos y latinos de Nueva York en los años 70. Abarca cuatro elementos principales: el rap (canto rítmico con rima), el DJing (manipulación de música con tornamesas), el breakdance (baile urbano) y el graffiti (arte visual callejero). Más allá de lo artístico, el hip hop también funciona como una forma de expresión social, identidad y resistencia. En Argentina, muchos artistas de trap vienen del freestyle y las batallas de rap, que son parte de la cultura hip hop: ambas escenas están conectadas. Nicolás empezó a escuchar rap en 2006, cuando tenía seis años. Se lo mostró su hermano. Desde ese momento, sus ganas por aprender sobre esta cultura crecieron. A sus 13 años, comenzó a escribir sus propias rimas y un año después empezó a trabajar en los subtes. “El trap en sí no es un género musical. El término nació en Atlanta, Estados Unidos. Viene de las house trap, que eran las casas donde se vendía crack. Esa gente vivía una vida súper lujosa pero encerrada en un barrio sin poder salir, porque había gente afuera que la quería matar. Trap significa trampa, vivís una vida que es una trampa. Para mí el trap es salir del trap. Junto al rap o hip hop, vienen de la misma cultura y es un mismo estilo de vida”, explica. Nicolás se define como “el freestyler con más antigüedad y constancia en el país en los medios de transporte”, y cuenta: “Yo elijo el hip hop como método de comunicación porque es un lenguaje sin límites. El término significa movimiento consciente. Yo soy más artista que freestyler, pero elegí este ritmo por esa razón”.

El boom del trap en Argentina y Latinoamérica en la última década fue un fenómeno que transformó la escena musical. Aunque el trap tiene origen en Estados Unidos, en esta región encontró un nuevo lenguaje propio, con artistas jóvenes que mezclaron su realidad local con una estética global. En Argentina, el despegue fue entre 2017 y 2018, con referentes como Duki, Khea, Ysy A y Cazzu, muchos de ellos surgidos del mundo del freestyle, del rap en las plazas. Este auge se dio por varios factores: la democratización del acceso a la producción musical (con estudios caseros y beats en YouTube), la viralización en redes como YouTube y TikTok, y una juventud atravesada por crisis económicas, precariedad y desigualdad, que encontró en el trap una forma de canalizar frustraciones, deseos y sueños de ascenso social. El trap no sólo pegó en lo musical: también marcó estéticas, códigos lingüísticos y modos de vida. “La moda de mostrar cadenas, autos y dinero en los videos viene de Estados Unidos, es muy capitalista el mercado del rap. Yo creo que acá pegó por el lado de la resiliencia barrial, el sueño de tener la posibilidad salir de un barrio popular y de la nada codearte con la alta sociedad, como diciendo ‘che, no tenía dos mangos para vivir y hoy en día tengo mil quinientos gramos de oro en el cuello’. A mí no me representa tanto eso sino el mensaje de superación, la resiliencia. El buscar el auto más caro, la cadena más llamativa, las minas más lindas… Yo no coincido, pero es parte de la cultura y lo tengo que aceptar”, dice Nicolás.

El crecimiento del trap en Argentina está profundamente relacionado con el contexto de crisis económica y deterioro social que se intensificó en la última década. Mientras aumentan la pobreza, la desigualdad y el desempleo juvenil, una generación entera encontró en el trap no sólo una vía de escape imaginaria sino también una posibilidad real de ascenso social. Los artistas que lideraron el movimiento vienen en su mayoría de barrios populares o clases trabajadoras. Sus letras hablan de “salir del barrio”, de “facturar” y “romperla”, lo que refleja tanto las carencias materiales como el deseo de superación en un país donde las oportunidades de educación o un empleo estable se ven cada vez más inalcanzables. La estética de abundancia, lujos y autos caros que el trap muestra contrasta con la realidad de miles de jóvenes que consumen esa música. Sin embargo, no es una contradicción: es una forma de afirmación frente a un presente hostil. El trap actúa como una fantasía compartida, pero también como una crítica implícita al sistema que excluye. El auge del trap en Argentina no sólo es un fenómeno musical, sino también social: una respuesta cultural a un modelo que dejó de ofrecer futuro. En relación a esto, Nicolás opina: “Yo creo que la idea que se les transmite a los pibes de barrio de éxito ilusorio o efímero hace perder de vista la verdadera esencia del hip hop. El oyente debería poder diferenciar las ideas de éxito y no pensar que todo en la vida es lujo. Siendo un chico de un barrio popular, nacido y crecido en una villa, si quiero algo material es para dárselo a mi familia y para poder vivir tranquilo. Para mí, la superación es llenar la heladera y tener la posibilidad de estudiar”.

Una particularidad de la cultura del trap, es que mucha gente pudo iniciar su carrera musical desde su propio hogar, produciéndose y grabándose en su propia casa. Ese es el caso de una gran cantidad de los artistas más exitosos en el país actualmente. “Hoy en día hay muchas formas de vivir del trap en la Argentina, al igual que de muchos otros estilos musicales. El tema es mantener la disciplina y el compromiso. Hay que tener un repertorio, saber cómo presentarlo y cómo manejarse, tomar las decisiones adecuadas. Por más que el mercado sea muy competitivo y haya muchísimos artistas por encima de la demanda, se puede”, dice Nicolás, quien se difunde a través de Instagram (@el.raperodelmundo) y YouTube (G Lupo). Allí, sube videos de sus presentaciones en el subte y proyectos musicales propios, respectivamente. “El trap es más que lo musical, es una cultura que se vive. Yo creo que puedo respaldar la verdadera cultura del trap porque vengo de un barrio popular y pude tener la idea de salir. Si bien sigo viviendo en el mismo barrio, no sigo la misma vida que me tocó vivir tiempo atrás o que muchos pibes siguen eligiendo. La idea es no quedarse en esa vida de droga, delincuencia y promiscuidad. Como te decía, trap es salir del trap, ¿entendés? Salir de la trampa. La superación, eso es. Una cosa es saber rapear, otra cosa es saber de rap, otra cosa es vivir el rap. Es más largo y conlleva más trabajo de lo que parece”.