Por Agustina Gesto Rothar

Con los auriculares siempre puestos, comenzó a vestirse: pantalón holgado, zapatillas Nike, campera oversize y una remera a tono. Pensó en ponerse un lindo top que se había comprado hacía poco, pero algo le dijo que podía jugarle en contra. Sin olvidarse de la gorra, agarró su mochila y salió. Las calles del barrio porteño de Versalles por la noche son solitarias —más aún en invierno— y sus pasos iban al ritmo de la música mientras balbuceaba letras y movía las manos con una actitud desafiante.

Ya en la estación del tren Sarmiento, buscó estar cerca de algún policía para sentirse más segura. Por suerte, el tren no tardó en llegar. Subió a un vagón con gente y se sentó. Algunos la miraban sin entender por qué hablaba sola, pero ella estaba en su mundo. Bajó en la última estación, tomó el colectivo. Otro largo trayecto la esperaba hasta la Plaza de los Perros, en Palermo. Mientras avanzaba hacia el escenario, atravesó una multitud de varones con la mirada clavada en ella. Los grupos hablaban, reían; algunas sonrisas eran sinceras, otras no tanto. Era la primera en la lista para competir y la única mujer. Se sacó los auriculares, respiró, miró al público enardecido, juntó valor y arrancó la batalla.

La estética callejera, la lírica agresiva, el ego rapeado al límite: todo parecía seguir una lógica viril. Sin embargo, desde 2017 en adelante, una generación de mujeres comenzó a ocupar un espacio que antes le era negado o reducido a la figura de la groupie (estás ahí porque te gusta un chico). Cazzu, con su pañuelo verde en alto y un estilo frontal, fue la primera en abrir esa puerta. Luego llegó La Joaqui, que con su historia de vida interpeló a la escena, pisó fuerte y abrió camino. Con ellas, la escena del trap se transformó: las letras empezaron a hablar de libertad sexual, autonomía, maternidades elegidas y denuncias sobre violencia de género. El feminismo encontró en el género una caja de resonancia inesperada.

No fue fácil. La presencia femenina era muchas veces considerada una anomalía o una excepción. Las pioneras debieron soportar prejuicios, invisibilización y acoso. Pero también tejieron redes: colaboraciones entre artistas, festivales con competencias de mujeres y la creación de ligas femeninas como la Triple F (Federación de Freestyle Femenino), que funcionaron como semillero de nuevas voces.

NTC: UN FREESTYLE CON IDENTIDAD Y LUCHA

Fue en una de estas competencias organizadas por el colectivo feminista Malas Tripas donde apareció por primera vez NTC. Llegó a la final y ese día algo se encendió en ella: “Me dije ‘tengo que hacer algo con esto'”. Josefina Lucía Bolli, conocida como NTC (“No te compliques”, por una referencia a Los Simpson), conoció el freestyle en 2015, cuando a sus 17 años presenció un desafío 3vs3 en Tecnópolis en el que competían Asesino, Kodigo y Sony vs. Invercar, Kaiser y Kan. Sin ninguna experiencia, comenzó a practicar primero en su cuarto, sola, y luego con amigos.

Con los años y el entrenamiento, Josefina empezó a crecer en el ambiente y a transformarse en una referente que no todos veían con buenos ojos: “Hay gente que te dice que está buenísimo que estés, pero en el fondo no le gusta”, afirma. A los 19 años, y en el mejor momento de su carrera, fue mamá y tuvo a su hijo, Marek. Pese a los prejuicios tanto fuera como dentro de su familia, decidió no frenar y seguir rapeando, priorizando el hecho de que antes de ser madre es mujer: “Prefería que Marek tuviera una madre un poquito más ausente pero feliz, porque sin el freestyle me moría un poco”. Gracias a que tuvo el apoyo necesario, pudo continuar compitiendo.

Ese mismo año llegó a la final de Red Bull Argentina, siendo ella y Roma las únicas mujeres entre los últimos 16 competidores del torneo nacional. “La atmósfera estaba cargada de algo muy particular, una tensión compartida. Ninguna mujer había avanzado hasta esa instancia”. Ambas se enfrentaron en octavos y, luego de tres réplicas, NTC perdió la batalla. A pesar de la derrota, esta participación le dio un gran empuje y logró entrar en las grandes ligas.

A lo largo de su carrera, siempre enfrentó argumentos y ataques xenófobos tanto de sus compañeros como del público. Pero, a diferencia de otras artistas, para ella el problema no está en lo discursivo, ya que tiene la posibilidad de responder. El circuito es el responsable de continuar perpetuando el machismo en la escena: “Existe una ilusión de que cambió algo, pero no es cierto. Nos dan un huequito para diez, pero la visibilidad y la guita siguen siendo para ellos. Yo no quiero ocupar un lugar entre 80 tipos, quiero que entren todas”.

Esta situación fue lo que terminó con la salida de NTC de la escena, ya que lo consideraba un lugar insoportable para estar, teniendo que aguantar situaciones injustas y, al mismo tiempo, alzar la bandera feminista, que no estaba siendo realmente respetada: “Yo tenía que imitar un falso feminismo en las redes, pero atrás tenía que seguir soportando conductas de mierda, que haya colegas que estaban escrachados en competencias, y una se lo tenía que aguantar porque eran ‘el novio de’ o ‘el tal de tal’. Ahí no podías decir nada, por eso me fui.”

TATU: DETRÁS DEL ESCENARIO TAMBIÉN SE LUCHA

Tatiana Franchi (Tatu) conoció el rap desde chica por su padre. Se enganchó viendo batallas en YouTube, y terminó involucrándose más adelante desde otro rol: como periodista, jurada y organizadora. Fue una de las creadoras de Las chicas del free, un espacio que organizó con artistas de España para visibilizar a las mujeres freestylers, y formó parte de Red Bull y FMS en múltiples funciones, incluso como productora y caster (comentarista).

Durante los primeros años del auge del feminismo en el rap, entre 2018 y 2020, Tatu ya se encontraba en competencias locales. Fue parte del colectivo que organizó fechas en plazas y pequeños escenarios independientes donde comenzaron a destacarse futuras referentes. El reconocimiento a su trabajo la llevó a ser convocada como jurado oficial junto a Tink en el FMS Argentina (Freestyle Master Series), una de las ligas más importantes del circuito hispano.

Sin embargo, a pesar de que fue un salto para su carrera, gran parte de la escena la desacreditaba por el hecho de ser mujer: “Sentí como esa bajada de precio, que yo estaba ahí porque tenían que llenar ese cupo porque hoy la sociedad pide eso, ver cómo mi palabra era menos valorada que la de un hombre”. Al año, Tatu dejó de ser jurada de la FMS y la contrataron como caster, pero debido a distintos reclamos sin respuesta, como el mero hecho de no tener un camarín propio donde pudiera cambiarse sin la presencia de hombres, decidió irse. “No me sentía escuchada”.

En 2023, otra situación derivó en su salida, por lo menos de los lugares visibles de la escena, cuando sufrió una situación de acoso por parte de un productor durante una transmisión de Red Bull como caster: “Sentí que mi lugar seguro se había roto”. A partir de ese momento y hasta el día de hoy, Tatu continúa estando en la escena, pero más ligada a la producción y organización de competencias.

Franchi señala que los avances del feminismo en el rap tuvieron retrocesos. “Con la llegada de gobiernos más conservadores, muchas mujeres tuvimos que alejarnos de la escena y al hacerlo nos quitaron también el espacio”. Su testimonio es claro: cuando no hay mujeres en roles visibles, la cultura retrocede. “Cuando dejé FMS, los competidores me dijeron que se sentían liberados de decir cosas que antes no se animaban”.

A pesar de que hay gente que cuestiona la segmentación o cupo femenino en las batallas, Tatu resalta su valor: “Cuando hicimos la Misión Queen, por primera vez hubo 16 pibas compitiendo en una plaza. De esas, ocho pasaron a Misión Hip Hop y tres clasificaron. Eso no había pasado nunca”. Lejos de ver la división como una debilidad, defiende su eficacia: “Si gracias a eso una nena de ocho años se animó a rapear, no puede estar mal”.

LA ACTUALIDAD DEL TRAP EN ARGENTINA

A pesar de todo lo conquistado, en 2025 las grandes competencias como Red Bull Batalla o FMS Argentina siguen sin tener una campeona mujer. En la actualidad, no hay ninguna compitiendo en FMS Argentina, ni una sola jurada, ni casters ni hosts (anfitrionas) mujeres en roles visibles. La paridad que alguna vez se insinuó, hoy retrocedió.

Las razones son múltiples. Como dice Tatu, “no es sólo machismo, también son las condiciones materiales“. “Una piba de 13 años no puede ir sola a una plaza a rapear. La experiencia que acumulan los varones desde niños, las mujeres la consiguen años más tarde y en contextos más hostiles. Además, muchas referentes debieron alejarse para poder subsistir ya que el rap no les era redituable”, cuenta.

¿Qué hacer entonces? Volver a visibilizar. Exigir espacios no como cuota, sino como derecho. Proteger a las que están. Y sobre todo, transmitir la palabra. Como dice NTC, entrenar y competir, aunque se pierda: “Competir es el ejercicio. En algún momento vas a ganar”.

A quienes quieran iniciarse, NTC les recomienda: “Cautela con la gente, con el circuito. Hay una idea de que es todo hermandad, alegría, amor. Parece, pero no es tan así. Despacio con los halagos de compañeros, mucho cuidado con eso. Paciencia y mucha disciplina. Competí todo lo que puedas, aunque te frustres. Entre mujeres, te obligan a ser malas entre ellas. Si podés tener pocos amigos del circuito, mejor”.

Por su parte, Tatu aconseja: “Que no se centren tanto en las cosas malas y busquen la pata femenina del lugar. A mí me sirvió encontrar a Taty Santa Ana, a la Tink, escuchar sus experiencias. Si ellas siguieron mandando después de todo lo que pasaron, entonces en algún momento vamos a lograr un lugar seguro. Y si sufrís una situación de abuso o acoso, no te calles. Decilo y manifestalo. El espacio tiene que ser seguro para vos”.

Las palabras de Tatu y NTC muestran dos caminos distintos, pero igualmente válidos. Mientras una apuesta por el apoyo colectivo y la construcción de espacios seguros, la otra advierte sobre los peligros del circuito y la necesidad de cuidarse. En esa tensión entre cautela y comunidad, entre defensa personal y red de contención, se mueve hoy la escena femenina del freestyle. Porque aunque muchas se hayan alejado, todavía hay quienes luchan, con distintas estrategias, pero con un mismo objetivo: que el rap también sea un lugar donde las mujeres puedan crecer, resistir y hacer historia.