Por Lucas Torres

La salida del periodista Mariano Hamilton de C5N en mayo de 2025 expuso con crudeza cómo los grandes grupos del poder político, judicial y empresarial logran moldear los límites de la palabra sin necesidad de prohibirla de manera directa. Su historia es, en muchos sentidos, la radiografía de un periodismo atrapado entre la precariedad laboral y la servidumbre económica.

Hamilton trabajó más de una década en el canal, pero su salida se produjo tras una serie de tensiones con los directivos del medio por los temas que abordaba al aire. En una entrevista, el periodista explicó que la decisión fue “multicausal”, aunque reconoció haber recibido directivas explícitas sobre asuntos prohibidos. “No se podía hablar de los jueces, de la Corte Suprema, del servicio de inteligencia, de Karina Milei ni de Santiago Caputo”, relató.

Esa lista de “temas vedados”, que incluía a funcionarios, empresarios y figuras del poder político actual, revela la existencia de una censura estructural que no requiere amenazas visibles. “Yo no te digo que sea censura burda, pero había una lista larguísima de cosas de las que no se podía hablar.” El periodista fue suspendido tras mencionar a un empresario ligado a la causa de Lago Escondido, y eso, sumado a experiencias previas similares, fue lo que lo llevó a decidir su renuncia. Su testimonio refleja cómo el control informativo opera dentro de los medios a través de mecanismos administrativos y disciplinarios mucho más sutiles que los de épocas pasadas. 

“Uno trabaja en una empresa y sabe las normas y directivas. La libertad de expresión es un ideal, nunca se alcanza del todo”, reflexionó Hamilton. En esa frase se condensa el diagnóstico de una época donde los medios, dependientes de la pauta oficial y de los intereses de sus accionistas, establecen límites internos que los periodistas aprenden a no cruzar. “Los medios te marcan la cancha. Te presionan, por un lado, por otro; y uno termina callando antes de ser callado”, reflexionó el periodista.

Según el Informe 2025 del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), las agresiones y presiones a periodistas aumentaron un 27 por ciento respecto del año anterior, con funcionarios o empresas vinculadas al oficialismo como principales incitadores de tal hostigamiento. Por su parte, el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) documentó más de 160 despidos y desplazamientos editoriales ligados a condicionamientos políticos o económicos. En paralelo, el Observatorio de Comunicación de la Universidad Nacional de Quilmes advirtió que más del 80 por ciento de la pauta estatal se concentra en apenas cuatro conglomerados mediáticos. Ese nivel de concentración convierte a la libertad de prensa en una ficción administrada: quien controla los recursos controla el discurso.

Estos grupos hegemónicos, conformados principalmente por Grupo Clarín, Grupo América, Grupo La Nación y Grupo Indalo, han consolidado su dominio sobre los contenidos de la agenda mediática. A pesar de haber sido objeto de denuncias, como la realizada por el periodista Jorge Lanata hace casi dos décadas sobre el control de contenidos audiovisuales, estos conglomerados no solo han crecido, sino que han reafirmado su poder. En una enorme contradicción, mantienen una nómina de periodistas precarizados y en condiciones informales a pesar de poseer un patrimonio económico capaz de garantizar condiciones laborales dignas.

En el caso de Hamilton, las advertencias “informales” recibidas por la dirección del canal provinieron de empresarios y funcionarios cercanos al gobierno, que consideraron “inconveniente” la mención de ciertos nombres de la causa de Lago Escondido y, después, la mención de los vuelos sin registrar de la libertaria Laura Arrieta, entre otros conflictos, generaron rispideces con el canal. Sin un comunicado oficial, Hamilton desapareció de pantalla. Fue un ejemplo claro de censura empresarial inducida, donde la presión política se traduce en una censura corporativa. El periodista entiende la situación con realismo a pesar de haber perdido un trabajo: “La libertad de expresión está por encima de todo, dicen. Mentira. Todos dependemos del sueldo con el que vivimos. No podés tirar bombas todo el tiempo”.

Las palabras de Hamilton exponen una contradicción estructural: el periodista para sobrevivir dentro de un sistema comercial y monopolizado ve limitada su autonomía por la necesidad económica. La censura, entonces, también puede imponerse desde las condiciones de trabajo. La situación actual del periodismo argentino refuerza esta lógica. Una encuesta de SiPreBA mostró que el 70 por ciento de los periodistas del AMBA gana por debajo de la línea de pobreza; por su lado, FOPEA reveló que cerca del 66 por ciento de los medios carece de periodistas en relación de dependencia, con el monotributo como la forma más frecuente de contratación, lo que incrementa la vulnerabilidad laboral. En este ambiente, el periodismo pierde músculo, recursos y capacidad de análisis crítico, la vocación se termina transformando en un trabajo de subsistencia.

Entre la precariedad económica, la concentración de medios y el miedo a perder el sustento, el oficio se vacía de independencia. El periodista ya no enfrenta la censura como un acto externo de represión, sino como una tensión constante entre la conciencia profesional y la necesidad económica. En muchos casos, las redacciones funcionan como espacios donde el silencio se convierte en una forma de supervivencia. Lo que antes era una batalla por la verdad, hoy es una negociación cotidiana con el poder y con el mercado.

Estas condiciones empujan a muchos periodistas a buscar nuevas formas de expresión, como el streaming o los medios digitales, espacios que al menos en sus inicios, ofrecían una mayor libertad pero carecen de los recursos y la audiencia de los medios tradicionales, que incluso hoy buscan monopolizar con la creación de canales con grandes recursos que se transforman en fuertes competidores.

Todo esto vuelve a ubicar al periodista en un dilema que lo define: ¿se debe priorizar la libre expresión o se vuelve prioritario cubrir las necesidades individuales para la subsistencia personal?

Este análisis lleva a formular una pregunta inevitable: ¿hasta qué punto la censura proviene solo de la presión de los grandes poderes? Si el periodista está precarizado, con pluriempleos o contratos inestables, ¿no predispone a la autocensura para evitar que el trabajador tome riesgos como ser despedido?

En otras palabras, la libertad de prensa no solo se debilita por las presiones externas, sino también por la fragilidad interna del oficio que expone cómo el silencio no es impuesto sino a través de mecanismos indirectos de coerción de los grandes medios. El silencio del periodista hoy se negocia, y esa negociación ocurre sin que el periodista se siente a la mesa.