Verónica Rusler, 8 años
Hoy: Docente
Era 1976 y yo cursaba tercer grado en una escuela privada de Palermo. Mis papás nos dijeron a mi hermana y a mí que nos íbamos a ir a vivir a España por dos años. Para mí terminaron siendo diez, para mi hermana dieciséis y para mis padres más de treinta.
Si bien mis padres no tenían una militancia política concreta en ese momento, la habían tenido en su juventud. En los ámbitos de trabajo de cada uno, estaban empezando a desaparecer personas. Mi mamá soñaba que tiraban la puerta abajo y no podía dormir del pánico.
Eligieron España por una cuestión de idioma, además de que habíamos ido de paseo un año antes. Si bien mi papá tenía un hermano en Madrid, eligieron Barcelona porque mi mamá quería una ciudad abierta al mar. Mi papá viajó en agosto y se instaló. Mi mamá, mi hermana y yo viajamos el 7 de octubre. Cuando llegamos, mi papá ya había alquilado una casa, comprado un auto en Holanda y conseguido un trabajo.
Pero la cuestión del idioma no fue tan sencilla. Barcelona se encontraba en pleno proceso post franquismo, que se llamó “normalización de la lengua catalana”. Además, mis papás decidieron que si íbamos a vivir en Cataluña, no lo íbamos a hacer rodeados solamente de la colectividad argentina. Estudiamos siempre en escuelas catalanas y hubo que aprender otra lengua, que adoré y considero mi lengua de adopción.
Viajé con la gran preocupación de no poder prometer la bandera en cuarto grado. Si bien fui haciendo amigos y adaptándome a esa cultura, siempre mantuve un contacto muy estrecho con la Argentina a través de cartas que todavía conservo. Cada tanto hablábamos por teléfono, pero no solo no era fácil comunicarse sino que también era muy caro.
A veces, si había suerte y corría la voz, se encontraban teléfonos públicos pinchados, que eran teléfonos que se habían roto y no necesitaban monedas para funcionar. Había que hacer cola disimuladamente y podías hablar mucho tiempo sin que te cobraran. Muy probablemente, ese contacto sea el motivo por el cual al momento de iniciar mi vida adulta, decidí volver, sola, en 1986.
Producción: Teo Helman