Juan Weisz, 5 años
Hoy: Profesor de Antropología
De chico siempre supe que no era hijo biológico. Tengo dos hermanos mayores de crianza para quienes fue un golpe que apareciera un bebé en la casa de manera repentina. Era una cuestión lógica que mis hermanos preguntaran sobre mi pasado antes que yo. A mis padres biológicos los habían secuestrado junto a mí en febrero de 1978, tras saquear todo nuestro departamento. Nos tuvieron detenidos en “El Banco”, y por un lapso corto de tiempo estuve ahí con ellos, hasta que me trasladaron a la casa de mis padrinos en Las Flores. Corrí el riesgo de ser un bebé reubicado en otra familia.
Durante el año en que mis padres estuvieron en cautiverio, cada quince días los dejaban ir de visita a la casa de mis abuelos. Venían acompañados por el Turco Julián junto a dos oficiales. Los militares pedían ser atendidos, té y whisky. Era una situación extraña e incómoda porque dejaban el arma sobre la mesa alrededor de toda la familia. Luego de ese año, nunca más volví a ver a mis padres, y junto a mis padrinos nos fuimos a vivir a Olavarría para empezar de cero.
Mi familia me decía que mis padres habían muerto en un accidente, y yo me hice la idea de que era un accidente de tráfico sin saber concretamente. Para ir al centro de Olavarría, teníamos que cruzar las vías del tren, y yo pensaba que debíamos tener cuidado cuando cruzábamos porque me imaginaba que en ese lugar había sido el accidente.
A medida que fui creciendo, en mi familia comenzaron a insistir sobre una guerra en la que mis padres eran buenos y fueron asesinados por personas malas. Cuando mis amigos me preguntaban sobre mis padres biológicos, yo les decía esto. La idea de la guerra me parecía algo mejor para contar, porque lo del accidente lo consideraba algo azaroso. Decía que habían muerto luchando en una guerra, para sentir que murieron por algo. Se intentó ubicarme como víctima, pero renegué contra eso. En realidad, me importaba poco la historia, no quería sentirme distinto a mis hermanos.
Producción: Tomás Betanzos