Por Santino Girardi, Sofía Rossi Sauer y Abril Semo

Luis Fernando Iribarren, conocido en los medios como “el Carnicero de San Andrés de Giles”, fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de sus padres, sus dos hermanos y una tía. Al juez le confesó que los mató porque “les tenía bronca”. Estaba preso desde su captura, en septiembre de 1995. El último 29 de agosto salió del penal de Olmos para ir a estudiar y no regresó, con lo que se convirtió en el condenado más buscado del país.

Luego de trece días desaparecido, la división Búsqueda de Prófugos de la Policía Federal lo capturó en Santiago del Estero mientras circulaba por Villa Atamisqui, a 121 kilómetros de la capital provincial, donde le alquilaba una cabaña a un guía de pesca. Estaba con su perrita Sari. No la encontró en el camino: la había criado desde cachorra y lo acompañaba en el penal. En cada imagen revelada se lo ve con ella. Iribarren había viajado desde Buenos Aires en un Peugeot 504 y lo vieron manejando por la ruta de Santa Fe.

“Ley y orden. La sociedad libre y no presa de estos monstruos. Ahora va a seguir pagando por todo lo que hizo”, sostuvo la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, en su cuenta de X. El Juzgado de Ejecución Penal N° 1 de Mercedes lo había beneficiado con salidas educativas, sin custodias y con el monitoreo de un geolocalizador. Durante sus salidas, el Carnicero de Giles subía videos a Tik Tok en los que compartía contenido relacionado con la abogacía, carrera que estudiaba, y se quejaba de las baldosas de las calles de La Plata.

En octubre de 2022, el juzgado había rechazado el pedido de Iribarren para acceder al régimen de salidas transitorias. En agosto de 2023, ese mismo magistrado le concedió autorización para que fuera a estudiar a la sede de la Facultad de Ciencias Económicas, situada en la calle 6 al 700, en La Plata, y a la Facultad de Periodismo y Comunicación.

Iribarren debía regresar a la cárcel de Olmos, donde cumplía la condena más severa establecida por el Código Penal, después de sus clases de Introducción a la Economía y Estructura Económica Argentina, Criminología, Comunicación y Medios y Antropología Social y Cultura. Pero no volvió.

EL CRIMEN Y LA CONDENA

Alcira, la tía de Iribarren, se enfermó de cáncer en 1995, y y él fue quien se encargó de acompañarla a las consultas médicas. “Está muy enferma y la llevé a un hospital de Buenos Aires”, respondía cada vez que le preguntaban por ella. Pero unos días después tuvo que reconocer que su tía estaba muerta. Se lamentaba porque “no había podido ganarle a la enfermedad”. 

Sin embargo, el 31 de agosto de 1995 un llamado al 911 desenmascaró al asesino. El olor nauseabundo que sintieron los efectivos policiales apenas atravesaron la puerta de la casa los llevó hasta el lugar donde encontraron una escena sangrienta: Alcira tenía dos hachazos en la cabeza. Acorralado, Iribarren confesó con frialdad: “Quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla, pero como no pude, busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza”.

Iribarren fue capturado trece días después de su fuga.

“No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y hermanos, y no soportaba hacerlo de nuevo.” Esa fue la segunda confesión camuflada que hizo que los investigadores dudaran de su veracidad, al punto de haber creído que era una estrategia para ser inimputable por el crimen de su tía.

Tres meses después, encontraron lo que quedaba de sus padres y hermanos en una fosa común a metros del chiquero de una casa de campo que la familia tenía en San Andrés de Giles. Los restos de la nena todavía permanecían abrazados a un osito de peluche. “Sin pensar, pero comprobando que estaba cargada, agarré el arma. Entré en la pieza en la que dormían mis padres y mi hermana. Con la seguridad de que tenía ubicados los cuerpos y de que no me hacía falta mirar, cerré los ojos. No sé si les disparé dos o tres balazos a cada uno”, expresó Iribarren ante el funcionario judicial que le tomó declaración.

“Salí de la pieza, siempre con el arma entre mis manos, cerré la puerta y pase al dormitorio de mi hermano. A medida que me acercaba, miraba cómo dormía. Recuerdo que le pegué con el cañón del arma en la cabeza. Sin pensarlo, disparé una vez más. Después de que le pegué el balazo, mi hermano quedó con los ojos abiertos. No sé si se despertó por el ruido o por qué. En ese momento comenzaba a amanecer”, precisó.

En 2002, Iribarren fue condenado a reclusión perpetua por los cinco crímenes. En la cárcel se recibió de abogado y se casó.