Por Alejo Bernhardt y Juan Brizuela
La línea de colectivos 24 une el barrio porteño de Villa del Parque con Wilde, en el partido de Avellaneda. Su trayecto recorre distintos lugares conectados principalmente por la avenida Corrientes, y pasa por La Paternal, Villa Crespo, Almagro, Balvanera, San Nicolás, San Telmo y Barracas, entre otros barrios. Desde sus ventanas se pueden observar íconos de la identidad porteña como el Abasto, el Obelisco y la Plaza de Mayo, así como distintos bares notables, estadios de fútbol, teatros y restaurantes.
Inaugurada en 1932, la línea 24 tiene 92 años de antigüedad. Cuenta con 78 unidades y pertenece a la compañía Empresarios del Transporte Automotor de Pasajeros SA (ETAPSA) y al Grupo Doscientos Ocho Transporte Automotor (DOTA), que con 182 líneas es la empresa del rubro más grande de la Argentina.
Millones de personas viajan en colectivo todos los días a lo largo y ancho del Área Metropolitana de Buenos Aires. Sin embargo, pocos pasajeros saben que este medio de transporte surgió en el centro porteño hace casi cien años. A fines de la década de 1920, Buenos Aires enfrentó serios problemas de movilidad por tener un sistema ineficiente para el crecimiento de la población a raíz de la migración interna y la inmigración extranjera. En un café de la avenida Rivadavia, un grupo de taxistas, preocupados por su situación, discutió una idea innovadora: unir sus fuerzas y ofrecer un servicio de transporte compartido que fuera accesible para la población.
El 24 de septiembre de 1928, a pesar de la lluvia, los pioneros de esta idea comenzaron a operar los primeros auto-colectivos. El inicio fue difícil: el primer viaje partió vacío hasta que un pasajero curioso se atrevió a subir, marcando el comienzo de una nueva era en el transporte público. El servicio se expandió rápidamente. La necesidad de una regulación se hizo evidente, y a inicios de los años 30 comenzaron a circular los primeros colectivos modernos, que conectaban barrios de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores.
LA VIDA EN BONDI
Daniel es chofer, tiene 42 años y cuenta que su sueño más grande desde niño era ser conductor de colectivo. En 2018, comenzó su camino en la línea 100, donde ganó experiencia que le sirvió para formar parte, desde hace un año, de la línea 24. El oficio de chofer se estudia como cualquier carrera. Cuenta con materias orientadas a calidad y servicio. Algunas de sus asignaturas son Atención al Público, Leyes y Conducción teórica y práctica. “Para convertirse en chofer es necesario obtener un registro profesional, que se diferencia del registro común”, explica Daniel.
El registro profesional es un tipo de licencia que permite a una persona manejar vehículos de transporte público o de carga. Requiere formación específica y el cumplimiento de ciertos requisitos, como por ejemplo ser mayor de 20 años y haber obtenido la licencia común hace un año por lo menos.
Para trabajar en la empresa DOTA, los choferes deben pasar un proceso de evaluación que dura alrededor de tres meses. Deben observar y aprender el recorrido al máximo detalle, primero acompañando a un conductor y luego siendo monitoreados por un instructor. El paso final es un examen donde se evalúa el recorrido por tramos, de acuerdo con todo lo observado en el proceso.
Como última instancia, al conductor se le asigna una línea, y tiene alrededor de un mes para aprender el recorrido, los ramales y el valor de los boletos. DOTA siempre intenta asignar la unidad más cercana al domicilio de los choferes. En caso de no ser así, tienen que buscar la forma para llegar a la terminal. “En mi caso, soy de Lomas de Zamora y me tomo dos colectivos para llegar a la terminal de Wilde”, cuenta el chofer de la 24.
El contexto actual del país genera un clima de nerviosismo y sufrimiento en la población, una realidad que se refleja en el día a día de quienes trabajan en el transporte público. Daniel define al colectivo como “un termómetro de la ciudad”. “Normalmente, me cruzo con maltratos verbales de los pasajeros, sobre todo cuando no los puedo llevar por distintas circunstancias”, sostiene.
No todo es manejar y maniobrar: hay distintos momentos en los que los choferes “prestan el oído” a escuchar los problemas que atraviesan los pasajeros. “Suelo encontrarme con personas que se ponen tristes o de mal humor y se sientan al lado mío. Me gusta hablar con ellos y que se puedan descargar. Ver bajar a esa persona con una sonrisa es un momento muy gratificante para nosotros”, afirma.
LA FALTA DE SEGURIDAD
Daniel recuerda una anécdota que grafica el riesgo al que se exponen los choferes: “Un día, mientras estaba en el servicio esperando en una parada, subieron cuatro personas que estaban bajo el efecto de las drogas. Además de no estar conscientes, tampoco tenían la intención de pagar el boleto. Al ser la autoridad del vehículo, noté que su presencia podía llegar a causar problemas con los pasajeros, por lo que decidí pedirles con respeto que abandonaran la unidad. Como me ignoraban, elevé el tono de voz y les exigí bajarse porque de lo contrario no iba a continuar con el servicio. Tres se fueron, el que se quedó arriba se enojó y me amenazó con clavarme un cuchillo. Logré mantener la cordura e insistí hasta que me obedeció. Al bajarse, la situación se puso mucho peor porque intentaron romper el parabrisas y otro se acercó a mi ventanilla para golpearme. Gracias a mis reflejos pude defenderme. Luego llegó la policía y pude seguir con mi jornada”.