Por Juan Mango

Hablar de Walter Cornás es hablar de una visión constante que pone en valor la observación y la creatividad sin límites. Su legado en el arte y el cine independiente argentino crece e inspira a futuras generaciones a buscar y construir sus propios caminos.

Nacido en Gijón, España, en 1978, Walter Cornás llegó a la Argentina con apenas 12 años, en un momento en que su vida cambió para siempre. “Caí con mi skate Powell Peralta y me sorprendía la brea en las calles de Haedo. Todo era nuevo y extraño”, recuerda. Desde muy chico, Walter desarrolló una habilidad que lo acompañaría durante toda su carrera, la capacidad de observación: “Siempre fui curioso. Me gustaba observar a la gente, los detalles de su ropa, las expresiones. Todo eso me ayudó a hacer dirección de arte”. Ese enfoque le permitió absorber influencias de manera constante, un proceso que empezó en su infancia en Gijón, donde su familia alquilaba dos películas diarias en el videoclub local porque había una promo en la que, si llegabas a los cuatrocientos alquileres por año, te regalaban una videocasetera. “Era una esponja, y todo eso quedó en mi memoria.”

Pero más allá de las curiosidades iniciales, fue en la Argentina, precisamente en la escuela, donde forjó una de las amistades más fuertes de su vida: Pablo Parés, con quien más tarde fundaría una productora audiovisual. “Empezamos haciendo historietas y cortos improvisados con una cámara que Pablo había canjeado por una moto ciclomotor. A los 12 años ya filmábamos cortometrajes, disfrazados de ninjas y jugando a ser cineastas“, recuerda. Esa fue la semilla de lo que más tarde se convertiría en una productora independiente conocida por su ingenio argentino: Farsa Producciones.

Más allá de ser un proyecto entre amigos, Farsa se convirtió en un verdadero semillero de creatividad que los metió de lleno en el mundo audiovisual. “Filmamos más de cien cortos. Cada fin de semana nos reuníamos en la casa de Parés, que era como nuestro set”, cuenta Cornás. Sin las comodidades de la tecnología actual, grababan cerca de enchufes por la falta de baterías portátiles, lo que desarrolló en ellos un estilo de filmación creativo y eficiente.

Entre sus proyectos está Plaga Zombie, de 1997, un film gore que nació como un juego y que terminó adquiriendo notoriedad internacional. Llegó a venderse en la revista estadounidense Fangoria y se proyectó en países como Alemania, Italia y Francia. “Nunca imaginamos que algo que comenzó con tan pocos recursos se haría tan grande”, reconoció.

A lo largo de su carrera, Cornás aprendió que colaborar con otros artistas es fundamental para el crecimiento. “Siempre digo que juntarte con gente talentosa te enriquece. Con Hernán Sáez y Pablo Parés, por ejemplo, aprendí muchísimo. Eso me impulsó a desarrollar mis propias habilidades, desde efectos especiales hasta la dirección de arte”.

En 2007, su carrera se vio ante el desafío de realizar la dirección de arte del videoclip de “Crimen”, de Gustavo Cerati. “Codirigí con Ana Cambre y trabajé junto a Joaquín Cambre. Fue un honor, especialmente después de la muerte de Cerati, comprendí la magnitud de haber participado en algo tan icónico“. La experiencia no solo fue un logro profesional, sino también un recordatorio de cómo el arte puede resonar mucho más allá de lo previsto.

El desafío de trabajar con recursos limitados ha moldeado su estilo y filosofía de trabajo. “Cuando no tenés todo el presupuesto del mundo, debés ser más creativo y encontrar soluciones ingeniosas”, explica. Un ejemplo de ello es la película realizada junto a Kapanga, donde la idea fue hacer un largometraje con el costo de cuatro videoclips. El resultado fue un híbrido entre cine y música que parodia clásicos del género y explora el humor absurdo, con personajes que incluyen desde un chorizo que canta tangos hasta el Dios del Asado, interpretado por Ricardo Iorio.

En Filmatrón (2007) son tocados temas como el derecho a la información o la libertad de expresión. ¿De dónde surge la idea de que la narrativa sea un mundo en el que solo unos pocos pueden hacer películas y aquellos que las hicieran sin permiso serían perseguidos?
—De alguna manera, la idea surge cuando salió el primer Bafici en 1999. Nosotros, siendo partícipes de la movida audiovisual ultraindependiente, habíamos quedado encantados con el nuevo festival. En esa época estábamos terminando la posproducción de Plaga Zombie II y presentamos un corte en VHS, pero cuando vimos la planilla, no aceptaban ese tipo de formato. Como jóvenes, y los jóvenes viscerales que todos fuimos alguna vez, dijimos “váyanse a la concha de su madre, vamos a hacer una película donde la trama sea un mundo donde te prohíben hacer películas”. Luego Filmatrón ganó el Premio del Público en el Bafici de 2007.

¿Qué consecuencias tuvo en vos haber estudiado actuación con Julio Chávez?
—Con Chávez adquirí una mejora en la observación, en cuestiones como la mirada, el rol, los personajes, de lo que cuenta cada personaje, de que todo cuenta algo. Julio Chávez era medio brujito dando clases, con las devoluciones a mis compañeros y a mí, observaba lo que nos decía y eso también me hizo adquirir conocimientos, pero sobre todo, el hecho de la observación. Todo lo que bajaba él respecto de la observación, despertaba un complemento en todas las actividades que yo venía haciendo en mis días. Yo ni pensaba que se fusionaban, pero con el tiempo lo entendí.

¿Cómo definís el tono visual de cada historia con la que trabajás?
—El rol del director de arte es ser el acompañante de viaje del director o de quien quiera contar una historia. Lo que hago es aggiornarme al universo que quieran contar, sea el tono o la temática a abordar.

¿Cómo terminaste participando en la dirección y actuación de Pandemos (2020)?
—Luis Aguer y Diego Medvedocky, los impulsores del proyecto, me convocaron para hacer un cortometraje desde mi casa en la época de la pandemia. La idea fue reunir a personas de distintos lugares, como una chica en Alaska y amigos en Barcelona, todos en contextos diferentes y atractivos. Yo, por mi parte, estaba en un departamento de dos ambientes bastante simple, pero traté de darle un enfoque interesante. A pesar de la sencillez del espacio, logré que resultara entretenido. Me enviaron una cámara y tuve que aprender a usarla de manera más avanzada. Aunque saco fotos, no suelo grabar, por más que haya filmado durante toda mi vida; mi rol no es el de camarógrafo. En ese sentido, fue una experiencia de aprendizaje muy valiosa, porque me llevó a cambiar lentes, probar diferentes tomas y experimentar con la luz. En total, filmamos durante cuatro jornadas en mi casa. Finalmente, logramos hacer un corto que se estrenó en YouTube y que representa ese momento único de la pandemia.

Hoy, está involucrado en la codirección de dos videoclips para Fito Páez y trabaja en la publicación de un libro de fotografías junto a su socio Juan Cavia: “Es un libro que recoge fotos nuestras, creando una narrativa de películas que no existen”. Además, está escribiendo un largometraje y desarrollando una obra de teatro.