Por Juan Ignacio Cangas 

En el estudio de radio de FM Mundo Sur, para las cinco personas presentes, cuatro periodistas y un mago, el futuro no parecía un peligro. Era junio de 2017 y hacía frío en la calle, pero dentro del edificio, en esa habitación donde estaban entrevistando a Alberto Franco Napoli, no hacía tanto frío. 

—La magia antiguamente se la denominaba la reina de las artes, no porque fuera la mejor sino porque toma de todos lados: de la danza, la pintura, la música, de la ciencia también. Toma de todos lados y eso hace un conjunto de cosas para lograr un espectáculo que a la vista del público es imposible —explicó Ray Francas, como se conocía a Napoli en el mundo del ilusionismo. 

—O difícil —sumó uno de los periodistas. 

—No, imposible. Si es difícil, lo podés llegar a hacer. Si es imposible, es magia —corrigió el mago con una sonrisa. 

A pocos barrios de distancia, la familia del mago lo estaba esperando; si bien ya habían cenado, aún tenían pactado juntarse con él. Pero Alberto Franco Napoli nunca llegó

Horas más tarde, sería su hermana, a través de una llamada, quien se enteraría de que Napoli había sufrido un accidente y había muerto momentos después de la entrevista. Porque justamente, en el estudio de radio de FM Mundo Sur, el futuro no parecía un peligro. 

Juan Napoli y Elena Fusaro de Napoli vivían en un departamento en el barrio de San Cristóbal cuando nació su primer hijo el 29 de noviembre de 1961. Si bien lo habían nombrado Alberto, hasta ellos mismos lo llamaban por su segundo nombre: Franco

Y, sin esperar demasiado, ese niño de menos de cinco años conoció a través de la televisión en blanco y negro la profesión a la que dedicaría su vida entera. Durante la década del 60, los contenidos televisivos eran variados, desde monólogos humorísticos hasta los noticieros serios, pero Franco estaba maravillado con un programa en particular: Las manos mágicas

“Las manos mágicas le dirán la forma de aprender bonitos trucos que de magia son. El resto depende de usted”, así rezaba la canción al inicio del programa. La puesta en escena era simple: un fondo oscuro, un mantel oscuro, un mago con ropa oscura al que solo se le veían las manos y una voz en off que explicaba lo que se veía a simple vista: 

—Aquí tienen un experimento con una moneda de plata, un pañuelo y un vaso con agua. 

El mago agarraba el pañuelo con la mano derecha y colocaba la moneda encima, para tomar luego el vaso de vidrio con la izquierda y dar vuelta el pañuelo sobre este, cubriendo la copa y dejando caer la moneda dentro. Entonces, en los segundos siguientes, ocurría lo imposible: se apoyaba el vaso sobre la mesa, se quitaba el pañuelo y la moneda había desaparecido por arte de magia.

A lo que Franco, maravillado con los diferentes trucos que se emitían y se enseñaban en el programa, fue hasta su madre Elena y le consultó si podía hacer “eso”: eso que veía en la tele, eso que hacían los magos

—Pero que haga esto como hobby —le dijo Elena a su marido, preocupada.

—Que haga lo que le guste —tranquilizó Juan a su esposa. 

Y entonces Franco recibió como respuesta un “sí”, podía hacer eso. Tiempo después, le compraron su primera caja de magia porque él ya lo tenía claro: quería ser mago. 

Priscilla ladra. Ladra, pero no muerde. Apenas tiene tres años, pelaje blanco en todo su cuerpo perruno y un ladrido constante. Sin embargo, como si se lo hubieran ordenado, sus ladridos cesan momentos antes de que Claudia Napoli comience a hablar y se sumerja en sus recuerdos. 

—Yo no lo conocí haciendo otra cosa más que magia. Él no hizo otra cosa más que magia. 

—¿Llegó a tener otro hobby? ¿Hacía algún deporte? 

—No, solo magia. Su vida era magia. Todo, todo era magia. 

Claudia, de pelo rubio y ojos oscuros, es contadora, administradora de consorcios y hermana menor de Franco. Está sentada en el escritorio de su estudio en el barrio de San Cristóbal, donde las paredes son naranjas y los muebles, negros. 

En silencio, Claudia se queda mirando la computadora que tiene enfrente. No está leyendo documentos de contaduría ni respondiendo mails de trabajo; está estática contemplando la foto de su hermano que tiene como fondo de pantalla. Y sin quitar la mirada de esa imagen, una pequeña sonrisa se le forma en el rostro. 

—Después, como a los 9 años, le pidió a mi mamá para ir a estudiar magia en la escuela de Fu-Manchú. Y ahí empezó.

David Bamberg, conocido como Fu-Manchú, fue un ilusionista británico y el último descendiente de una familia de siete generaciones de magos. Se radicó en la Argentina y falleció hace más de cincuenta años.

Luego de retirarse de los escenarios, abrió en 1968 el Centro Mágico Fu-Manchú y su Escuela de Magia en la calle Riobamba 143. Menos de una década después, Franco entraba por esas puertas decidido a sumergirse más en ese mundo. 

Un joven Napoli dando un show.

—Aprendí tanto con Franco, con Ray Francas aprendimos tanto, que Leo Rey, el profesor, dice: “Ahora vamos a hacer un día especial para ustedes. Son cinco magos. Nosotros vamos a sacar rutina a un juego de magia” —recuerda Hugo. 

En el segundo piso de un McDonald’s de Caballito, Hugo Amado, alias el Mago Harry, recuerda sus días en el Centro Fu-Manchú. Viste un jean, remera rosa y una boina azul. Sobre la mesa están las llaves de su auto, un par de lentes y una revista de magia que usará para recordar más cosas. 

—“A ver, ¿qué vas a hacer vos? ¿Qué pensás? Ya sea hablado, con música, en escenario o en la mesa. Hay que sacar la rutina” —repite y recuerda las palabras de su profesor. 

Al terminar la clase, con el objetivo de planificar la rutina, Franco y Hugo salían de la escuela, caminaban pocas cuadras y se sentaban en un café ubicado en Bartolomé Mitre. Entonces la charla –no solo referida a la magia– comenzaba y se extendía algunas veces, como recuerda Hugo, hasta casi la medianoche. Era viernes y ellos eran jóvenes. Jóvenes y magos. 

Para los siguientes años, Franco ya se hacía de sus primeros premios en competencias o lograba apariciones televisivas. A comienzos de los 80, Canal 11 emitía un programa llamado Sonrisas Once, con la conducción de Quique Dapiaggi, donde se realizaban concursos de magia. 

—El tercer y último participante de esta categoría de magia general que presentamos hoy se llama Ray Francas. 

Ray Francas. ¡Adelante, Ray Francas! —invitaba Dapiaggi a un joven Franco de apenas veinte años. 

A las 20.48 de ese domingo, Ray Francas entraba a escena usando un frac negro y guantes blancos. Se acercaba hasta una mesa donde había una galera, metía una mano dentro y salía prendida fuego. De pronto, sus dos manos estaban en llamas. Movía los dedos sin problemas, mostrando que él controlaba el fuego a su favor, mientras sonreía al público. Y de un simple soplido apagaba el fuego, con sus guantes manteniendo el mismo color blanco y sin quemaduras. Entonces caminaba por el escenario, agarraba un pañuelo y juntaba sus dos manos. Por arte de magia, del pañuelo nacía una paloma y del público nacían los aplausos y las ovaciones. 

Minutos después, los tres competidores se pararon uno al lado del otro y, mientras los jueces decidían al ganador, Dapiaggi saludaba uno por uno a los jóvenes magos y les preguntaba de dónde eran. 

—¿Y usted?

—Alberto Franco Napoli. A dos cuadritas del canal —respondía Ray Francas con una sonrisa picaresca. 

—Así que está cerquita. Podría haber traído las palomitas caminando el joven. ¿Quién es el ganador? —preguntaba Dapiaggi al darse la vuelta. 

—Tenemos el ganador. Se llama Ray Francas —anunciaba otro presentador—. ¡Ray Francas! 

Durante las siguientes tres décadas, Franco participó en reconocidos programas de la televisión argentina. Estuvo en La Ola Verde junto a Flavia Palmeiro, Hola Susana con Susana Giménez, El Show de Xuxa, La noche del Domingo con Gerardo Sofovich, Badía y Compañía con Juan Alberto Badía, entre otros. 

Y si había una convención, congreso, competencia o encuentro internacional de ilusionismo, Franco ahí estaba. Visitó Brasil, Uruguay, Colombia, Portugal, Francia, Italia, Japón. Desde Adrogué, Buenos Aires, hasta Sevilla, España. 

 Napoli en Canal 11 junto a Quique Dapiaggi.

—Un día dice “Héctor, se va a crear una sociedad mágica. ¿Querés que te lleve?”. Yo tenía 21 años —recuerda Héctor Carrión, de 87 años, en una heladería de Almagro. 

La Entidad Mágica Argentina (EMA), fundada el 15 de diciembre de 1959 por Andrés Lorente Ortiz, conocido como Chevalier Andrey, es una organización civil sin fines de lucro que funciona los martes desde las 21 hasta la medianoche. Actualmente, está ubicada en Riobamba 143 (ex Centro Mágico Fu-Manchú), donde organizan reuniones, seminarios, conferencias, jornadas y también se encargan de llevar a cabo el Congreso Argentino de Ilusionismo (CADI). 

Franco ingresó como socio en 1981 y trece años después, además de volverse el presidente, se convirtió en la persona que más tiempo ocupó el cargo, incluso más que el propio fundador. Fueron 23 años ininterrumpidos en los que Ray Francas fue el reconocido presidente de la EMA, desde 1994 hasta su muerte en 2017. 

—Ahí empieza nuestro acercamiento, a partir de la comisión directiva de la EMA y de compartir cosas. Y a partir de ahí empezamos cada vez nuestro vínculo más fuerte, a través de la magia y aparte personal —recuerda Gustavo Valentini, expresidente de la EMA—. Era un compañero, éramos compinches en muchas cosas. Compartíamos salidas, congresos, habitación de hotel, viajes hacia el exterior, cumpleaños, fiestas. 

Gustavo y Héctor se juntan una vez por semana a charlar en la heladería. Se piden un café y hablan. A veces de magia, a veces de la vida. Hoy, de Alberto Franco Napoli como presidente de la EMA. Entonces, cuando a Gustavo se le consulta cómo es que Franco llegó a ser presidente 23 años, él responde sin dudar: 

—Trabajar, trabajar, trabajar y trabajar. 

—Y demostrar que se podían hacer cosas. Entonces no había necesidad de hacer listas opositoras —suma Héctor. 

La EMA forma parte de dos organizaciones internacionales de magia: la Federación Latinoamericana de Sociedades Mágicas (Flasoma) y la Federación Internacional de Sociedades Mágicas (FISM). 

—Cada uno tenía una tarea asignada. La mía, tanto en los CADI como en los Flasoma, era que me dedicaba a las competencias. Franco se dedicaba a la dirección con Héctor y con Rodó en general, ¿no es cierto? —pregunta Gustavo. 

—Más que nada la parte financiera. Y con Franco nos ocupamos de los lugares, de la cuestión de los artistas. 

Ambos recuerdan esos viejos tiempos de organización y Héctor, como con la necesidad de tener que decirlo, suelta: 

—Y es más, hablando de Flasoma, sin duda el mejor que se hizo en la Argentina fue el de 2017. 

El Flasoma de 2017, presidido por Franco, fue el Congreso Latinoamericano de Magia que contó con la participación de setecientos congresistas, más de cincuenta concursantes, una feria de venta de trucos y la visita de magos de todo el mundo durante cinco días de febrero en el Hotel Panamericano y el Teatro Avenida. 

Reunión de la Entidad Mágica Argentina (EMA) en 2015.

Hay cosas que Claudia no duda en responder. Si se trata de su hermano haciendo magia, no duda en responder. 

—Siempre fue optimista. Siempre él tenía proyectos, siempre tenía en mente algo para hacer. Era muy raro que bajara los brazos. Es más, de hecho, el mismo año antes de que falleciera, hizo el Flasoma. Trabajó como loco, a pulmón, pero mal. Y le salió 10 puntos. 

Después hablará sobre la pasión de su hermano por hacer trucos con palomas, sobre cómo nunca trabajó de otra cosa que no fuera la magia, sobre cómo creció ella rodeada de otros magos. También recordará que ya en los 2000 Franco se le acercó pidiendo ayuda. Quería abrir un local de venta de trucos y su propia escuela. 

—Yo soy contadora. Imaginate que fui la primera a la que le preguntó cómo tenía que hacer —recuerda entre risas—. Con todo lo ayudamos, hasta a ponerlo. Como siempre, todo trabajando a pulmón

Y así fue que en 2011, en la calle Rodríguez Peña, Franco abrió Pase Mágico. 

—Había que darle el aspecto de un local de magia. Él le puso todos los detalles, con cosas en dorado, en el centro una araña, los muebles que tengan su estilo… Trabajó un montón para eso. 

Pase Mágico tenía sus paredes pintadas de un rojo claro, donde colgaban fotos de ilusionistas o trucos para vender. Apenas se cruzaba la puerta, la gente se topaba con un mostrador de vidrio, donde se exhibían decenas de elementos: mazos de cartas, dados, fósforos, bolitas. Cada truco diferente al otro, cada ilusión con su particularidad. Y al fondo del salón, a la vista de quien entrara, se ubicaba una mesa chica con cuatro sillas alrededor, donde Franco compartía sus conocimientos a sus estudiantes. 

Jorge Luques, mago y vocal de la EMA, viste traje con moño en un Café Martínez de Avenida de Mayo, a nueve cuadras de Riobamba 143. 

—Franco me dice: “No quiero poner la escuela solo. Quiero que estés vos enseñando conmigo”, y le digo “para mí es un lujo estar enseñando”. Al principio yo iba de onda, porque había que ponérsela al hombro a la escuela porque no había guita. Había salido muy caro el alquiler del local. 

Jorge y Franco se conocieron en el Centro Mágico de Fu-Manchú, pero afianzaron la relación al veranear en Mar del Plata y en la EMA. Décadas más tarde, ambos compartirían la misma tarea de transmitir sus conocimientos a futuros magos, y esos momentos pedagógicos, Jorge los recuerda bien. 

—Entonces Franco me decía “pero le estás dando todo servido”, y nos cagábamos a pedos. Pero le digo: “Dejate de joder, boludo, es una escuela. Los pibes vienen a aprender”. Pero nos cagábamos a pedos queriéndonos porque nos adorábamos con el Franco. 

Para esa época, Franco ya estaba consagrado: había actuado para más de media docena de sindicatos, brindó espectáculos para empresas privadas y hoteles, siguió visitando programas televisivos, participó de la gira por la Argentina de El Show de Carlitos Balá, tuvo unipersonales por Europa y hasta colaboró en la obra de teatro Franciscus, producida por Flavio Mendoza. Como decía su hermana, su vida era magia. 

—Era un tipo muy querido dentro de las sociedades mágicas en general, muy querido dentro de las entidades mágicas argentinas. Tantos años en la EMA como presidente sentaron un precedente y ese precedente fue lo que lo llevó a catapultarse internacionalmente. Fue jurado, árbitro, hacedor de magos, de rutinas de magos, de tipos que ganaron mundiales —recuerda Jorge mientras toma su café. 

También recuerda, entre otras cosas, la noche del 12 de junio de 2017. 

Era lunes. Las luces de Pase Mágico aún estaban encendidas y Jorge se encontraba solo en el local dando clases. Para las 20.30, bajó la cortina de hierro y caminó hacia la parada del colectivo 36 que lo iba a llevar a su casa en Lanús; el día ya había terminado oficialmente. 

Ya arriba del colectivo, decidió prender el celular. Como él explica, siempre que daba clases lo apagaba para dedicarse exclusivamente a los alumnos, pero una vez volviendo a casa, decidió prenderlo. Y ahí llovieron los llamados. 

—Tenía doscientos millones de llamadas de Lorenzo, que actualmente es el presidente de la EMA; de Christian Magic, que somos íntimos amigos; de Valentini. Y yo: “¿qué pasa que me llaman todos?”. Y escucho uno de los mensajes y era Lorenzo llorando y diciendo “se murió Franquito”. Yo no lo podía creer porque horas antes había estado con él. 

Napoli hizo de Rey Francas casi una segunda personalidad.

Ese mismo lunes, Franco hablaba con su hermana por teléfono. En un rato estaba por verse con sus padres, junto con el marido y la hija de Claudia, para comer en familia como hacían una vez a la semana. A veces eran dos. Sin embargo, a último momento, Franco llamó a su hermana para avisarle de un cambio de planes: 

—Al rato me llama y me dice “me olvidé que tenía…, me voy corriendo porque tengo una…” 

Entonces, como si la palabra “entrevista” fuera la culpable, Claudia pronuncia mirando al techo: 

—Si se hubiese olvidado. “Tengo una entrevista en la radio”. “Uy”, le digo. “¿Pero no vas a venir a comer?”. “No”, me dice, “coman ustedes, yo voy a llegar un poco más tarde. Pero voy.” 

Franco nunca llegó. 

Al día siguiente, a Claudia la llamaron desde la comisaría para avisarle que su hermano había sido atropellado por una motocicleta la noche anterior. Franco intentaba cruzar la 9 de Julio por Avenida de Mayo, hacia la calle Lima, y sucedió el accidente. Murió una hora después. 

En los días siguientes, el perfil de Facebook de Franco se llenó de publicaciones de familiares, amigos y compañeros. Se compartían anécdotas, la admiración que le tenían, el hecho de no poder creer lo que había pasado o fotos viejas junto a él. La mayoría de las imágenes compartían una particularidad: Franco estaba sonriente, con su pelo peinado para atrás y vistiendo traje. En la mayoría de las imágenes se lo ve, obviamente, haciendo eso que vio por primera vez en un programa en blanco y negro; eso que le preguntó a su madre Elena si podía hacer y ella le dijo que sí; eso a lo que dedicó su vida entera. En esas fotos, él está haciendo eso: magia. 

—¿Cómo hiciste eso? —preguntaba siempre Claudia, sorprendida luego de un truco.

—¿Sabés guardar un secreto? 

—Sí, por supuesto. 

—Yo también.