Por V. Fernández Michelini y A. García

De estudiar Letras a dedicarse a la fotografía. Del hobby al oficio. Alejandra López comenzó a trabajar en el diario El Porteño en 1990 y, desde ese momento, nunca más tuvo que salir a buscar laburo. En su juventud, se armó un “cuarto oscuro” en cuanto entró en crisis con su primera carrera universitaria: el circuito académico la aburría y su interés residía cada vez más en apreciar la realidad detrás del lente de su cámara.

Años después de la “pesada decisión” de dejar Letras para dedicarse a la fotografía, considera que pudo desarrollar un punto de encuentro entre aquello que le gustaba estudiar y eso a lo que le fascina dedicarse. La prueba fehaciente de esto fue el objeto de su última exposición: 40 retratos de escritores reconocidos, seleccionados entre los 300 que logró hacer. “El retrato es el único género en el que uno hace 50-50 con el fotografiado. Es muy importante tratar de llevar las fotos al mundo que a uno le interese y yo trabajo con actores, escritores y en el ámbito de las editoriales, que me resulta sumamente atractivo”, explica la fotógrafa.

Su pasión por los retratos se advierte a simple vista: cuelgan sobre las paredes de su estudio grandes marcos repletos de caras. Algunas conocidas, otras no tanto. En ninguna de las fotos la protagonista es Alejandra. “Lo que más me interesa en el mundo son las personas. Cuando voy de viaje no saco foto a los paisajes, los disfruto y los aprecio pero no me divierte capturarlos. En la persona, en cambio, encuentro un campo de interés y un montón de atractivos”.

-Si tuvieras que elegir algunos retratos entre los centenares que hiciste, ¿cuáles serían y por qué?

Probablemente me quedaría con uno del actor Alejandro Urdapilleta. Lo tengo en mi página web y lo hice en una sesión de fotos muy hermosa y en un momento muy feliz de mi vida profesional. Además, era una persona a la que admiré mucho. También el retrato a Nora Cortiñas -madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora- es uno muy importante, pero más por la persona de la que trata que por la foto en sí: es un ser fuera de este mundo, tiene una energía de otro planeta. Me sentí muy honrada por poder retratarla.

-¿Cuáles fueron tus referentes en la profesión?

Sara Facio obviamente es la referencia absoluta ya que siempre ha sido muy generosa, protegiendo y ayudando a desarrollar el trabajo de sus colegas. Fue una pionera que siempre miró 20 años adelante. También admiro a Annemarie Heinrich, la retratista alemana nacionalizada argentina que en los años 40 y 50 realizó obras que nada tenían que envidiar a cualquier contemporáneo suyo en el mundo.

Mucho antes de marcar su propio rumbo dentro del arte de la fotografia, López se dedicó al fotoperiodismo. Después de cuatro años en El Porteño, en 1994 ingresó al Grupo Clarín y se incorporó al staff de fotógrafos de la revista Viva, donde trabajó hasta 2007.

-Cuando dejaste de trabajar en Viva te alejaste del fotoperiodismo. ¿Qué te llevó a tomar esa decisión?

-Opté por irme cuando empezó a caer la modalidad del trabajo. Sentía que no quería trabajar así, que me estaba enterrando profesionalmente. Mi paso por la revista fue maravilloso y significó un gran crecimiento personal y profesional para mí, porque allí aprendía todo el tiempo. Pero el medio eligió bajar la calidad laboral y quitar importancia a la forma en la que trabajaban tanto periodistas como fotógrafos. A esto se agregaron los cambios que desató el avance tecnológico y la pelea con el gobierno kirchnerista que hizo perder mucho rigor tanto al diario Clarín como a La Nación.

-Teniendo en cuenta los avances tecnológicos, ¿hoy es difícil vivir de la fotografía o del fotoperiodismo?

-Hoy en Argentina es difícil vivir de cualquier trabajo, pero es cierto que cualquier disciplina relacionada con el arte y la cultura la vive peor. Sin dudas el fotoperiodista es el que más difícil la tiene. Todos aspirábamos a dedicarnos al fotoperiodismo en la década del 90 y el decaimiento de la profesión tiene que ver con los cambios en los medios y la época. De todas maneras, creo que la tecnología perjudicó el empleo, no el oficio. Las cosas van cambiando y es imposible detenerlas, por ende solo resta adaptarse.

Alejandra no quiere sonar pesimista pero admite que considera que “es el peor momento de la profesión como fuente de trabajo” y recalca una y otra vez que “es un desafío pensar cómo y dónde trabajar: en un montón de lugares debería haber fotógrafos y nos los hay, ya que existen medios que usan imágenes sólo de capturas de pantallas, además de que antes era impensable que un periodista sacara fotos con un celular y ya”. En un intento por compensar, aclara también que hay “muchas otras posibilidades” para un fotógrafo más allá de trabajar en los medios, como hacerlo con libros, marquesinas y web de profesionales, entre otros ejemplos.

-En enero de 1997 asesinaron al reportero gráfico José Luis Cabezas y en aquel momento vos también te dedicabas al fotoperiodismo. ¿Cómo viviste el episodio?

-Al principio fue una locura, un momento de mucha incredulidad. Aunque yo no hacía ese tipo de trabajo, no era del círculo cercano y por tanto no sentí tanto el impacto desde el punto de vista profesional, lógicamente en términos personales fue tremendo porque te das cuenta del nivel de impunidad que tienen algunas personas en nuestro país. El riesgo de vida de la profesión es algo que está siempre sobre el tapete de las coberturas y hay un debate eterno sobre ello.

La actual colaboradora de las revistas Bacanal y Harper’s Bazaar aprovecha ese viaje al pasado para mencionar que una de las notas que más disfrutó hacer fue un ensayo sobre Vietnam a 25 años del final de la guerra civil del país asiático.

Además de transmitir su pasión por la fotografía en cada uno de sus trabajos, Alejandra se desempeñó hasta 2008 como docente de seminarios y materias relacionados con la cámara. “Siempre creo, de manera un poco militante, que si uno sabe algo tiene la obligación de pasarlo, que todos debemos transmitir algo de lo que sabemos porque está buenísimo”.

La charla termina cuando el agua del termo del mate comienza a escasear. Alejandra López espera una visita en su estudio para seguir ideando proyectos y trabajos. Insiste con que el fotografiar y ser fotografiado debe ser un momento grato porque “no es menor en este país y en este contexto hacer lo que a uno le gusta”. Y cierra: “Mi trabajo tiene mucho que ver con la felicidad”.