Por Gabriel Camoia
Chabán no atendía nunca. Había intentado llamarlo durante los últimos dos días cada dos o tres horas, y la respuesta siempre era la misma: el contestador. Un contestador genérico. Ni siquiera estaba seguro de estar llamando a la persona que quería entrevistar. Estaba en la parada del colectivo alrededor de las 7 de la tarde cuando intenté de nuevo.
-¿Hola? –contestó una voz al otro lado del auricular.
-Hola, ¿señor Chabán?
-Sí, él habla.
Lo primero que hizo fue decirme que quería hacer la entrevista, pero que la condición era que tenía que ir con una cámara y un cronista de televisión de algún canal. Del que fuera. Luego de explicarle que eso no iba a ser posible y de insistirle con hacer la entrevista de todos modos, accedió. Nuestras agendas eran incompatibles, así que me propuso hacerla en ese mismo momento. Era el 20 de agosto.
Me bajé del colectivo y subí a un taxi en dirección opuesta a la que iba. Preparé las preguntas durante el viaje. El taxi se paraba en el tránsito porteño interminable y, por primera vez, en vez de putear, agradecí la demora. Llegué media hora después. Chabán me había dicho que si no me dejaban pasar a su departamento fuera acompañado de un policía. Así que no estaba muy seguro de con qué me iba a encontrar.
El que bajó era un hombre de rulitos canos, alto y un poco redondo. No se parecía a Chabán, así que no podía adivinar que era Yamil, su hermano y cuidador. Cuando me presenté, él me explicó que Omar no estaba bien por el tratamiento que recibía a causa de su linfoma de Hodgkins. Que a veces desvariaba. Y que si se alteraba, teníamos que cortar la entrevista inmediatamente. “Sí“, le contesté a todo. Y subimos derecho hasta el tercer piso.
La televisión estaba a todo volumen; Chabán, sentado en un sillón frente a ella. Estaba animado. Me dio la mano. Casi sin perder tiempo, mientras me acomodaba, prendí el grabador. Lo que siguió fue una entrevista por momentos lúcida, pero también plagada de digresiones, de idas y vueltas. Incluyó una suerte de “tour” por su departamento de Congreso, y sobre el final me hizo escuchar cantos musulmanes sufíes.
Arrastraba los pies al caminar. Estaba a 194 muertes, una condena a prisión y un cáncer de aquel hombre que yo había visto 15 años antes parado en la puerta de Cemento para ver cómo venía la mano o negociar en persona el precio de las entradas a un grupo de chicos.
Apenas habíamos empezado con la entrevista cuando me dijo: “Sólo me podés hacer tres preguntas más sobre Cromañón. Después quiero hablar del futuro“.
Omar Chabán murió ayer al mediodía, casi tres meses después de pronunciar esas palabras.
*La nota ganadora del premio para tercer año de la carrera de Periodismo general en el concurso anual de TEA puede leerse en la edición de hoy de Página/12.