Por Tuti Romain

Es de noche en Buenos Aires, la ciudad que no duerme. Afuera se escucha el ruido de los autos mientras él se acerca despacio y sube el volumen de la música. Suena Callejeros en la enorme oficina del piso de San Cristóbal y rebota la voz que sale del equipo, que recita: “Siempre relojeando el cielo desde el suelo y no arriba, sin saber si creer, si esta elección de vida valdría mi fe”. Las miradas de decenas de chicos sonriendo con banderas de bandas espían desde las fotos colgadas en la pared. Hay un cartel con el nombre de la empresa escrito en verde: “Rocanrol del País“.

De jean y remera de Pink Floyd, Martín Cornide aparece en la sala de reuniones cargando una botella de cerveza y comida china. Lleva el pelo largo, lacio y rubio, atado en un rodete. Tiene una sonrisa cálida y sus profundos ojos azules invitan a adentrarse en su historia. El 30 de diciembre de 2004 tenía 16 años y fue a disfrutar de un recital de rock sin saber que pocas horas después sería uno de los sobrevivientes de una de las catástrofes no naturales más grandes de la historia argentina: el incendio de República de Cromañón.

Hoy, a una década de ese día, está preparándose para quedarse trabajando hasta tarde. Pone la mesa con minuciosidad, asegurándose de que nada falte: el plato, la servilleta, los cubiertos, todo prolijamente dispuesto. Martín es detallista y lo demuestra también con su trabajo.

Hace más de seis años tuvo la idea de crear un emprendimiento para poder viajar seguro a ver recitales. Las cosas salieron bien y, después de mucho esfuerzo, terminó poniendo una empresa de viajes de rock, otra de turismo y una productora. El hambre de cambiar el mundo comenzó la madrugada en que comprendió que él podía servir para mejorar la vida de los demás, la noche en que entendió que “el amor es el engranaje esencial entre el hombre y el universo”. Y tuvo éxito.

Le toca dormir en el sillón del despacho. Su delgada mano izquierda se mueve despacio para servir cerveza, mientras que la otra intenta escribir las cosas que hacen falta para un tour a Córdoba. No tiene un minuto que perder, cada segundo vale la pena. “A mí lo mejor que me pasó fue estar ahí, Cromañón me enseñó a vivir”, le dijo alguna vez a su novia Florencia.

No hay oscuridad en su biografía, ni siquiera cuando se recuerda entregándose a la muerte, dejándose caer en el piso del lugar del que casi no sale nunca más. Tampoco en el instante eterno en que se detuvo a escuchar los gritos que pedían por un padre, una madre, un amigo o alguien. Fue cuando descubrió que el ser humano, en los momentos más extremos, se preocupa siempre primero por los demás.

De fondo todavía está el tema de Patricio Fontanet. “De tratar de lograr ser la revancha de todos aquellos que la pelearon al lado, de cerca o muy lejos, y no pudieron reír sin llorar”, tararea Martín, y a partir de la letra de “Rocanroles sin destino” se detiene a pensar que “Rocanrol del País” es el símbolo de ver la luz después de la oscuridad, un nacimiento post-Cromañón.

Durante su recuperación en el Hospital Posadas, Martín hizo un clic. Mientras estaba en un balcón dándole de comer a una paloma, vio que de su mano se alimentaba la naturaleza entera. Unos trocitos de pan le darían vida a otro ser, como parte de una cadena. Ese flujo de energía resignificó su visión personal y comenzó a tener una sola bandera como estandarte: la de disfrutar cada momento con intensidad.

Para él lo único que existe ahora es el amor, no hay nada más. Cree que todo lo que sucede está escrito para construir el bien y que “hasta lo más difícil que a alguien le toque pasar, lo más triste y doloroso, se modifica para hacerlo mejorar”. Siempre hay una enseñanza o una esperanza, esa es la imagen nítida de la resiliencia. Las palabras que Martín repite con obstinación son “luz”, “amor” y, sobretodo, “vida”. Trasmite paz con cada movimiento.

Como un Ave Fénix, hay quienes renacen de las cenizas después de una tragedia. Y en ese renacer se reinventan, mutan, se descubren a sí mismos nuevos. Este es el caso de Martín, porque después de pasar por lo que todos creen horroroso, él encontró el amor a la vida.