Por Mailén Balart
“Cromañón significó el fin trágico de mi adolescencia”, expresa Juan Manuel Pérez Aledda, uno de los sobrevivientes de la tragedia en la 194 personas perdieron la vida –entre ellas, dos de sus amigos-, la noche del 30 de diciembre de 2004. Juan Manuel, que en ese momento tenía 18 años, seguía a Callejeros desde 2003 y había ido a los recitales de los dos días anteriores, en el mismo lugar.
“A Juan Manuel le habían regalado las entradas por su cumpleaños y fue con seis amigos”, relata Fernando, su papá. “Ese día había mucha gente en la puerta. Se hizo muy tarde la entrada y revisaron muy poco”, recuerda el joven, y agrega: “El día anterior revisaron todo: me sacaron las zapatillas, me abrieron la mochila y me tocaron todo”.
Cuando se desató el incendio, Juan Manuel estaba con sus amigos cerca del baño, en la parte superior del boliche. Ingresaron al baño, se sacaron la remera, la mojaron y se taparon la cara. “A veces me dicen que tal vez me salvé por eso”, teoriza. En ese momento, se cortó la luz y Juan Manuel perdió a sus amigos. “Empecé a caminar por donde se podía, pero con la cantidad de gente que había, me desorienté. Logré tocar una baranda y fui guiándome para poder acercarme lo más posible a la escalera, pero ahí perdí el conocimiento. Fue entonces cuando sentí que una energía especial me levantaba y me obligaba a seguir. Así que me desperté y comencé a arrastrarme”, narra Juan Manuel. Sin embargo, Juan Manuel volvió a desmayarse –producto del hollín-, pero cuatro personas lo levantaron y lo llevaron a la salida. “Ahí ya cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, estaba en el Hospital Ramos Mejía”, cuenta.
Virginia, su mamá, tardó en enterarse lo que estaba sucediendo. “Nos llegaban llamadas de todos lados”, recuerda la mujer, y su marido agrega: “Después de tener la certeza que se trataba de Cromañón, salimos para allá. Llegamos y nos encontramos con un candombe: gente que lloraba y que gritaba, y cadáveres en el piso. Pero nuestra intención siempre fue buscar entre los vivos”.
Mientras sus padres recorrían hospitales (Juan Manuel no aparecía en ninguna lista), el joven despertó. Una mujer se ofreció a contactar a sus familiares y logró comunicarse con su abuela, que le facilitó una descripción de Fernando. “La señora me confundió con el papá de uno de los amigos de Juan Manuel, que estaba en el Hospital Ramos Mejía. Así que él me llamó y fuimos para allá”, explicó Fernando. Cuando llegaron, Juan Manuel estaba todo negro: la piel, las orejas y las fosas nasales. “Escupía negro todo el tiempo y no podía respirar. Sentía que me quemaba toda la garganta”, recuerda hoy.
Juan Manuel estuvo dos días internado. Según su papá, lo primero que hicieron fue contextualizarle la tragedia y después, a medida que iba preguntando, le detallaban. “Contamos con la ayuda de psiquiatras que nos iban orientando porque había que darle la noticia de que dos de sus amigos habían muerto”, dice Virginia.
Cromañón marcó a Juan Manuel, a su familia y a toda una sociedad. Fernando contó que lo importante, y lo que ayudó a su hijo a salir adelante fue la reconstrucción de vínculos: los amigos y la familia. “Es una herida que va a estar siempre, pero los padres tenemos que luchar para seguir sacando a nuestros hijos adelante”, concluye Virginia.
En el siguiente video, Juan Manuel cuenta cómo es vivir con el fantasma de Cromañón todos los días.